jueves, 16 de julio de 2009

Capiulo 13

Capitulo 13


La alimentación...





Desde hacía ya varias semanas, éramos asiduos clientes del restaurante del hotel, así que prácticamente todo el personal ya nos conocía. Las dos recepcionistas de la entrada, las señoritas Xiao Lin y Hua Jia, siempre se mostraban muy simpáticas. Cada vez que llegábamos las saludábamos en chino, lo que les hacía mucha gracia. A cambio, ellas aprendieron a decir algunas palabras en español. Todo el personal del servicio era femenino, excepto un chico. Y había una camarera, que era especialmente guapa y que destacaba sobre las demás. Mika estaba encantado con ella. En todo momento estaban al tanto de nosotros, y nos servían con la característica amabilidad de los chinos. A mi personalmente, no es algo que me resulte imprescindible, es más, hasta me desagrada tener “alguien a mi servicio”. Pero os puedo asegurar que si se te caía una servilleta, esta casi no llegaba a tocar el suelo; ya había alguien recogiéndola... Yo comía habitualmente del buffet, por lo que me servía la comida por mi cuenta. Corría el riesgo de no encontrar muchas cosas que me agradaran, pero pensaba que al fin y al cabo, era comida y había que alimentarse. Pero a los demás del grupo, no les gustaba nada de lo que había y a los pocos días ya estaban quejándose, así que Yan habló con la dirección y a partir de ahí, comenzaron a traerles platos especiales.

La comida bajo mi punto de vista, era bastante buena, algo picante y especiada quizás. En esta región de China se usan mucho los condimentos picantes (las guindillas y los pimientos picantes verdes estaban en todos los platos) y el ajo. En el buffet, disponían todos los días de más de 20 platos diferentes, con lo cual siempre podía encontrar algo que fuese comestible y soportable para mi paladar. Eso si, el arroz no faltaba nunca, como base de cualquier plato. Aquí comen arroz como nosotros comemos pan en nuestro país. Podía encontrar muchos platos de diferentes verduras, que nunca había visto antes. Y había platos que ni sabía lo que era; lo que parecía ser carne, resulta que era una seta, muy rica por cierto. Algo que parecían tiras de berenjenas fritas, eran en realidad pescados rebozados. La variedad de sabores, colores y texturas era casi infinita, desde los platos más elaborados hasta las verduras simplemente salteadas. Había mucha variedad de una especie de panecillo o empanadilla rellena, que te podía deparar alguna que otra sorpresa. Y la siempre presente fruta, que consistía invariablemente en sandía y melón.

En el mismo restaurante, varios cocineros preparaban la pasta fresca que usaban en sus platos. Tenían una habilidad increíble en el manejo de la masa, que volteaban sobre sus cabezas, sin que ni una sola vez se les cayera al suelo. Era un verdadero espectáculo verlos trabajar. Cierto día nos sirvieron unos cuencos llenos de tallarines y una salsa marrón para acompañar, que estaban deliciosos. Ese plato, a petición nuestra, se convirtió en habitual en nuestro menú.

Aparte de la comida en el restaurante, solíamos salir a comprar algunas cosas a un pequeño supermercado que había casi al otro extremo de la ciudad. A los pocos días, las curiosas dependientas, ya nos conocían y nos trataban con especial atención. No es frecuente ver extranjeros entrando en esos sitios, pues la mayoría no salía de sus hoteles para comprar. Para mi, suponía una manera más de acercarme a la forma de ser del pueblo chino, ver sus costumbres, su manera de relacionarse, etc. Era como tomarle un poco el pulso a la ciudad.

Además, los precios eran muy interesantes, y bastante más asequibles que los de los hoteles. Una lata de Coca-cola, costaba de dos a tres Yuan, mientras que un helado costaba 1 Yuan, o un paquete de galletas 3. Teniendo en cuenta el cambio de divisa, la verdad es que era bastante barato comprar allí. Lo convertimos casi en una costumbre diaria, que además a mi me servía para darme unas buenas caminatas, pues pocas veces tomé un carricoche. Otras cosas las comprábamos en alguna de las pequeñas tiendas cercanas al hotel, que parecían no cerrar nunca, y cuyos vendedores eran siempre muy amables con nosotros, y en ningún caso intentaron engañarnos. Para Dan y Mika, que no hablaban nada de chino, era un poco más complicado, pero también se las apañaban. En una ocasión entré en la oficina de correos para comprar sellos y enviar unas postales, y una funcionaria me atendió de inmediato, haciendo caso omiso a la gente que había en la cola, a pesar de mi insistencia en esperar mi turno. Aún no entiendo muy bien porqué....

En alguna ocasión me senté al fresco, en unos taburetes de un pequeño restaurante (por llamarlo de alguna manera), donde me sirvieron un buen plato de deliciosos tallarines con verduras. No había carta donde elegir platos. Ni siquiera había “platos”.... Ni servilletas ni cubiertos. Pero la comida era muy buena. Y el precio, realmente asequible a cualquier bolsillo; 2 Yuan por plato (0,20 €). Suponía una experiencia realmente enriquecedora, estar sentado allí, en la acera, rodeado de chiquillos, algunos ancianos, y viendo el transcurrir de la vida de la ciudad. La gente paseaba con sus bicicletas, sus motos y algún que otro coche. Nadie parecía tener prisa... Los niños jugaban en las aceras, con sus caras redondas, llenas de “churretes” y unas sonrisas que delataban su felicidad y despreocupación.

Un vendedor ambulante empujaba su carro cargado hasta los topes de fruta, siempre fresca y dulcemente olorosa. ¡Que diferencia con la que usualmente solía ver en los grandes supermercados de España, que parecían absolutamente artificiales, carentes de todo olor y sabor! Los pequeños carricoches paraban junto a la acera, preguntándome si quería que me llevara a algún sitio. Un policía con una gran barriga, digno de una estampa típica de película americana sobre policías mejicanos, estaba sentado plácidamente en su butaca a la entrada de un edificio. Un anciano tiraba de un enorme y pesado carro cargado con bloques de carbón mineral. Parecía una labor muy dura, pero aún así, esbozaba una amplia sonrisa y me saludo al pasar. Una familia al completo, es decir, los abuelos, el padre y la madre y dos niños pequeños, cenaba, sentados en unas diminutas banquetas, a la puerta de su pequeño comercio.

Todo conformaba un cuadro de tranquilidad, de paz, pero al mismo tiempo de bullicio, de vida, difícilmente descriptible para alguien que no lo haya vivido en persona. Lo único que delataba un constante ajetreo en las calles, era el casi continuo sonido de las bocinas, claxon y timbres de las bicicletas, algo a lo que los chinos son muy aficionados. Creo que con el carnet de conducir, regalan la bocina...

Paseando por las calles de Dengfeng, encontré un lugar en el que fabricaban toda clase de rótulos, carteles y banderas por encargo, así que aproveché para informarme de los precios. Cuando vi lo que costaba lo que yo quería, no salía de mi asombro, así que de inmediato encargué tres o cuatro banderas o estandartes, no sé cual es el nombre correcto, para nuestras escuelas de España. Allí me habían pedido unos 80 euros por cada una, y aquí, el precio me salía a 50 Yuan la unidad, es decir:.....Unos 5 €uros! Al día siguiente las tenía terminadas. Yan, como siempre, me ayudó en la traducción y confección del texto en chino.

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Bienvenido...

Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..