jueves, 16 de julio de 2009

Capitulo 12

Capítulo 12


The “Men in Black”.....





Llevábamos casi tres semanas en la escuela, entrenando de cuatro a cinco horas diarias, y eso comenzó a dejar huella en Dan, dejándolo sin fuerzas y socavando su ánimo. Tuvo que quedarse en el hotel, porque se encontraba bastante mal. Tenía todos los síntomas del agotamiento físico. Simplemente no podía con su cuerpo, por lo que le sugerí que se quedase a descansar durante un día o dos. Esto me llevó a la posibilidad de pedir un día libre de descanso en la escuela, y así se lo hice saber a Yan. Esta habló con la dirección y nos comunicaron que no había problema.

Tanto Jesús como Mika, comenzaron a acusar el gran esfuerzo físico realizado, pero aun así, no hicieron caso de mis indicaciones acerca del uso correcto de la fuerza. Estaba observando día a día, como desgastaban sus energías, y eran incapaces de comprender lo que les decía, y sobretodo, porqué se lo decía. Era obvio que este ritmo no era ni mucho menos el que siempre habíamos tenido en España, pero si que había una forma de aprovechar todo esto de otra manera, sin ‘quemarte’ tanto.

Me estaba dando cuenta de algunos aspectos, que aun estando ahí latentes desde hacía mucho tiempo atrás, no había logrado verlo, sentirlo o aceptarlo. No recuerdo quién dijo una vez : “saber las cosas, las sabemos; Pero lo difícil es aceptarlo”.... Algo estaba cambiando en mi forma de verlos como alumnos. Algo que hacía que, poco a poco, y empujado por sus actitudes hacia mí, me distanciara algo de ellos.

Ese día llegó a las clases el Maestro Liang Shaozong, hijo del fundador de la escuela Epo, que de ahí en adelante fuera bautizado con el sobrenombre de “Men in Black” por parte de nuestros alumnos. Y eso sobrevino por su indumentaria, siempre de negro, y de corte occidental. Tenía su gracia, aunque a mi me parecía más bien una ligera falta de respeto. A partir de ese día, con solo pronunciar su nombre, todos se echaban a temblar. Sin cambiarse de ropa, aprovechó cada visita de inspección que nos hacía, para corregir las técnicas y dar instrucciones precisas a los instructores. Nos quedábamos pasmados viéndole realizar posiciones extremadamente bajas, sin esfuerzo alguno. Creo que serviría como perfecto protagonista para el anuncio de los trajes, esos de Emilio Tucci, que anunciaba una cadena de grandes almacenes en España. Era muy severo y duro en sus explicaciones. Sus facciones eran siempre bastante duras. Obligaba siempre a bajar las posiciones a nuestra gente, cosa que obviamente no les hacía la más mínima gracia.

Un día, llegó justo diez minutos antes de acabar el entrenamiento, y nos comentó que si queríamos quedarnos un rato más para perfeccionar algunos detalles de las formas que estábamos aprendiendo. Más bien no preguntó exactamente así, pero lo dio a entender. Esto suponía un privilegio..... Para mi sorpresa y posterior vergüenza, todos declinaron el ofrecimiento, aduciendo que ya era tarde y que estaban cansados. Me sentí profundamente decepcionado con esta actitud de mis alumnos. Rechazar así a un prestigioso Maestro, era poco menos que un desprecio hacia él. Yo entendía que estaban muy cansados, y que le temían por su severidad y su exigencia, pero ¿acaso no habían venido aquí a entrenar duro?.... ¿a conocer en sus carnes y espíritu lo que era Shaolin?.... De alguna manera, lo dejaron allí, plantado. De poco sirvió mi visible enfado con ellos. Esto denotaba una total falta de voluntad interior; una grave carencia de algunas de las virtudes que caracteriza a la gente que dedica su vida a esto. Veía que espiritualmente estaban vacíos, y eran incapaces de aprender nada más que no fuesen técnicas y más técnicas. Por otro lado, podía entender su actitud, aunque no la compartiese. Se trataba de hacer un esfuerzo, un gran esfuerzo, por supuesto que si..... Para que este Maestro viese que en ellos había ese “algo “ más, que no era habitual encontrar en muchos extranjeros que habían pasado por aquí. Pero no se puede sacar nada de donde no lo hay.

Cuando nos dispusimos a marcharnos esa tarde, el maestro Liang, visiblemente enfadado, nos condujo a una de las salas, donde había un grupito de unos quince niños, que no superaban los cinco o seis años de edad, y que en ese momento estaban realizando la forma “Xiaohongquan”. Señalando a los pequeñajos, nos dijo: “¡Eso son posiciones bajas!... Zhe shí Shaolin Wu Shen! (Esto es espíritu marcial de Shaolin!)... Esto es Shaolin!”.... Nos quedamos algo perplejos al ver el trabajo que estaban realizando los pequeños, con una concentración admirable para su corta edad. Desde sus pequeñas y redondas caras y sus miradas curiosas, nos estaban dando una soberbia lección de Kung-fu.

De verdad que me dolió mucho este episodio, y no pude más que sentir vergüenza de mi mismo y de mis alumnos. Teníamos aun mucho que aprender .....





Algunos recuerdos...


Todo esto me hizo reflexionar mucho, y abrió las ventanas de mi memoria, de donde comenzaron a fluir recuerdos de mi aprendizaje y mis “primeros pasos” en el Kung-fu. Eran tiempos muy distintos, en una época y país distinto. Nada es equiparable, pero ciertas analogías se vuelven a repetir cíclicamente, aun en circunstancias diversas. Yo sentía verdadera pasión y fascinación por lo que hacía, y mi respeto y lealtad hacia mi Maestro eran inquebrantables. Fui, en muchas ocasiones, hasta obstinado como una mula vieja, lo que me valió, en cierta medida para persistir en el entrenamiento. Era capaz de realizar cosas, que casi ponían en grave riesgo mi integridad física. Sobretodo recordaba alguna de las duras pruebas a las que mi Maestro me sometió, sin que en realidad yo comprendiese su fin verdadero, que no era otro que el de entrenar mi resistencia emocional y psíquica, aparte de fortalecer mi voluntad y espíritu. Me estaba forjando de alguna manera, convirtiéndome en lo que hoy día soy. Si en su momento las superé todas, fue por mi carácter e insistencia, por mi fuerza de voluntad. Y lo que me empujaba a hacerlo era, como he mencionado anteriormente, mi amor y pasión por el Kung-fu. A pesar de no comprenderlo, siempre intuí que había algo más que patadas y formas bonitas ....

Y una de estas pruebas, es la que narro a continuación, a modo de ejemplo significativo....

Cierto día, cuando apenas contaba con catorce o quince años, y ya llevaba cuatro entrenando bajo la dirección de mi Maestro Zhang, este me indicó que ese día entrenaríamos en el bosque cercano, al que solíamos acudir con cierta frecuencia. Este hecho de por sí no era nada extraordinario ni fuera de lo común, por la salvedad de que era pleno invierno, y estamos hablando de Suiza. Entrenar en plena naturaleza era algo que me gustaba mucho, pero ese día, la verdad, no parecía ser muy buena idea. Era ya media tarde y el día estaba horrible; una fuerte ventisca helada te cortaba la cara, y además, la nieve que caía lo empeoraba todo. Apenas se vislumbraba el camino que habitualmente seguíamos para adentrarnos en el bosque. Pero no había manera de negarse; eso sería impensable en mí, así que me resigné y enfilamos el sendero del bosque, con un frío que pelaba, con la vaga esperanza de que ese día sería algo especial y seguro que aprendería algo nuevo. Mi Maestro tenía la extraña capacidad de sacar provecho de todos los fenómenos de la naturaleza, y siempre aprendía cosas muy interesantes de él. A pesar de que no me agradaba la idea, confiaba plenamente en él....


Resultaba muy complicado y penoso caminar por la nieve, ya que los pies se te hundían casi hasta la rodilla. Como era habitual, mi Maestro caminaba delante de mi, con paso ligero y firme a la vez, vestido con su traje tradicional. Me costaba seguir su ritmo, pero mi ánimo era bastante elevado, lo que me daba fuerzas para continuar adelante.

Ya en el sendero que se adentraba en el bosque, paró de repente y, señalando una gran piedra con su mano, me indicó que la cogiera en mis brazos. La misma podría pesar diez kilos a lo sumo, aunque a mi me parecieron bastantes más,.... cercanos a la tonelada! Argumentó que nos sería muy útil en el entrenamiento de hoy. Yo no entendía para qué, ni porqué tenía que ser precisamente esa. ¿Acaso no habría piedras a donde íbamos?.... Pero no había opción; cogí la pesada piedra y seguimos adelante por la nieve. Las manos se me helaron enseguida, al contacto con la fría roca y el aire helado (no habría más de 5ºC), y que no decir de la nariz y las orejas, a pesar del gorro que llevaba. Mi paso se hizo más lento y mi respiración, casi jadeante. La ventisca se convirtió poco a poco en una verdadera tormenta, y eso me hizo pensar que, después de todo, no había sido tan buena idea la de venir a entrenar hoy al bosque. Ese pensamiento anidó de repente en mi mente, y se fue haciendo cada vez más fuerte e insistente en su afirmación. Comenzó a desmenuzar la consistencia inicial de mi ánimo, hasta que este casi se desvaneció por completo.

Así, durante aproximadamente veinte minutos caminando, sin decir ni una sola palabra. Empezaba a fijarme en mi entrecortada respiración y eso añadió algo más, a lo que se convirtió de pronto en desánimo. Pronto estaba cansado, así que me “atreví” a decirle a mi Maestro que ya no podía más, que tenía los pies congelados y casi ni sentía las manos. Él, sin girarse ni pararse, me contestó que “el cansancio solo estaba en mi cabeza”. Esa corta frase me acercó un poco al concepto del Kung-fu y su disciplina, a la que estaba acostumbrado, aunque me duró apenas unos quince pasos más. Volví a pararme y a decirle que de verdad no podía más. El se giró y, con su habitual seriedad me dijo: -” Bien. Si de verdad no puedes más, ¿qué vas a hacer?.... ¿Te quedarás ahí parado?.... Te morirás de frío, congelado. ¡Tu verás lo que haces!”.... Y dicho esto, prosiguió como si nada su camino. Mi perplejidad inicial, dejó paso a una rabia contenida hacia su persona, algo que nunca antes había sentido con tal intensidad. Pero era curioso; en mi interior comenzó a librarse una verdadera batalla entre mi inquebrantable admiración y respeto hacia él, y por otro lado, esa rabia y crispación que sentía. Y una tercera parte, era la que debía tomar decisiones al respecto...

No entendía que objetivo tenía subir la falda de la montaña, cargando además con esta maldita y pesada piedra, que con cada paso juraría que aumentaba su peso. Y esa misma rabia me dio fuerzas para seguir caminando detrás de mi Maestro. Apenas doscientos metros más arriba, ya no podía seguir. La piedra no se me había caído aún, porque, posiblemente se me había pegado a las manos congeladas.

Me paré, exhausto, y grité a mi Maestro: - “Shifú!.... De verdad que no puedo más!”, mientras que algunas lágrimas resbalaban por mis mejillas. Caí de rodillas, primero, y ante la imposibilidad de soltar la piedra, me di luego de bruces contra la nieve. Comencé a llorar, por la rabia e impotencia, o quizás por el dolor y el miedo. O por ambas cosas, no lo sé. Pero el Maestro Zhang ni se inmutó. Simplemente me dijo que casi habíamos llegado, que hiciera un pequeño esfuerzo más.

No sé como logré levantarme y dar algunos pasos más. En mi mente bullía la rabia, que llegó a extremos insospechados para mi. Llegué a pensar en dejar este absurdo entrenamiento que no comprendía, en ese mismo momento. Pensé en dejar el Kung-fu, puesto que esto, ¿Qué tenía esto que ver con el Kung-fu? ¿qué clase de entrenamiento era este?.... ¿para que servía todo este sufrimiento y dolor?....¿Para qué sufrir todo esto, pudiendo estar tranquilamente en mi casa, al abrigo de una buena estufa, jugando con mis amigos?.... ¡Estaba haciendo el tonto, siguiendo en plena tormenta a un viejo chino loco!.....

Mis sentimientos se tornaron oscuros, algo que nunca antes me había sucedido. Eran sentimientos nuevos para mi, que de alguna manera no lograba encajar en mi forma de ser habitual. Estaba algo confuso. Llegué en esos momentos a odiar a mi Maestro con tal intensidad, que yo mismo me asustaba de mis propios pensamientos. Llegué a pensar que si seguía pensando eso, acabaría ‘oyendo mis pensamientos’, y eso me daba verdadero pavor.

Pero a todas esas dudas, miedos y sentimientos de rabia y cólera contenida, se oponía algo: la visión de la imagen de mi Maestro delante de mí, mirándome y sonriendo, como si ni el frío ni mi sufrimiento le afectase para nada. Su serenidad era imperturbable. No podía ser .....

Finalmente llegamos a un pequeño claro del bosque, en el que solíamos entrenar en algunas ocasiones. Allí, él se detuvo y me dijo que me acercara.—”Ya hemos llegado..... ¡y se acabó el entrenamiento por hoy! Has comprendido la lección Xiao Wang?” - Yo no sabía que contestar. Estaba allí, de pie, como un tonto, tratando de comprender todo aquello. Lo miraba incrédulo. Él solo me sonreía.´- “Bien, nos vamos, que hace mucho frío!” ..... Debía tratarse de una broma. Pero el maestro Zhang jamás bromeaba con el entrenamiento. No entendía nada. ¿qué lección debía haber aprendido?.... ¿Dónde estaba el entrenamiento que supuestamente habíamos realizado?.....¿y para qué demonios me había hecho cargar con la dichosa piedra hasta aquí?.....

Todo eran preguntas, a las que no encontraba una explicación racional inmediata. Simplemente no lo entendía. Mi mente era pura confusión.

El Maestro Zhang se dio media vuelta, y comenzó a caminar con paso rápido por el camino que habíamos llegado. Con un enorme alivio, solté la piedra como pude y eché a caminar detrás de él.
- “¡Ah!... Y no olvides la piedra. Hay que dejarla donde la naturaleza la puso”......




Este tipo de entrenamiento, sin que yo lo comprendiese siempre en su momento, me fue forjando el espíritu y la capacidad de sacrificio. Ayudó a que mi Kung-fu, tuviese fuertes raíces. Me enseñó que, a menudo, hay que hacer las cosas simplemente por hacerlas, sin buscarles demasiadas explicaciones, que distraen nuestra mente. Hay muchas cosas que simplemente “son” y no hay que buscarles complicadas explicaciones del porqué, cuando y como. En su momento, te será revelado el significado profundo de sus razones. Pero si anteponemos la búsqueda de la respuesta inmediata, a la formulación de la pregunta, entraremos en un camino equivocado, que nos limitará sustancialmente en nuestro progreso, como Artista Marcial y como ser humano. Todo ello nos lleva a una distracción o dispersión de nuestra mente.


- “Maestro, ¿Para que sirve esta Forma?”....

- “¿qué Forma, Xiao Wang?”....


- “Pues esta nueva que he aprendido hace unos días”....

- “No sirve para nada, puesto que aún la desconoces por completo. Hasta que no la hagas ‘tuya’, la sientas y sepas expresarla, no sabrás para qué sirve”


- “ Y entonces, ¿Sabré para qué sirve?”....

- “No, tampoco..... Entonces solo conocerás la forma, pero te olvidarás de la estúpida pregunta”.


- “No lo comprendo...”

- “No importa. En realidad si que lo comprendes, solo que ... No sabes que lo comprendes. Todo llegará en su debido tiempo”....



Siempre solemos tener prisas por aprender, por coleccionar Formas, técnicas o estilos, sin pararnos a pensar en si el conocimiento que tenemos, realmente es profundo y sin fisuras. Es cada vez más raro encontrarse con alguien que haya llegado a un nivel tan alto o profundo, los dos términos nos sirven, como para haber abarcado la esencia del conocimiento del arte que está practicando. ¿por qué no ser más humildes y atreverse a profundizar en lo que ya tenemos sin exaltar el ego en la búsqueda constante de algo que nos diferencie de los demás?




“Puede que la sopa no siempre tenga el sabor que nos gusta. Sin embargo, posiblemente contenga unos beneficios que no esperábamos al juzgar su sabor”.




Lamentablemente, hoy en día, la mayoría de gente que acude a una escuela a aprender Artes Marciales, lo hace sin tener muy claro qué buscan, y que quieren conseguir a través de ello. Ni siquiera se plantean si el Arte Marcial elegido, realmente les sirve para los propósitos que creen tener. Es relativamente fácil mantener la ilusión durante algún tiempo, en algo que en apariencia nos atrae por sus expresiones o manifestaciones externas. O que nos hace creer en algo que no es verdad, y que, con tal de no reconocer nuestro error o fracaso, cerramos los ojos para no verlo. Nos identificamos con ello, con el objeto de no ver la cruda y a veces, desagradable realidad. Ni siquiera nos paramos a reflexionar, si el estilo que practicamos, aparte de sernos útil para la vida cotidiana, lo practicamos de verdad correctamente y en todas las facetas que le son inherentes. Porque es lamentable encontrarse con alumnos, que tras años de prácticas, aún se ponen nerviosos, o se quedan bloqueados, con la mente en blanco, o discuten tus decisiones, o bien desprecian tus consejos. Es una pena ver alumnos así, que piensan que lo saben ya todo, y que la filosofía y el entrenamiento duro, extremo e interior, está desfasado y es inútil. Lo penoso, no es ya que existan este tipo de alumnos, porque podría muy bien ser una opción de vida, pero lo malo es que se convierten en Instructores que pretenden enseñarle el mismo estilo que ellos no conocen en profundidad, a terceros.

¿Qué sucedería a una persona así, que tras años de prácticas, pierde el control de si mismo ante una simple demostración pública de su arte, si la cosa fuese en serio y estuviese en juego su vida? .... ¿qué capacidad de supervivencia tendría un alumno que es incapaz de forjar su espíritu, de expresar su Kung-fu en un simple examen?....

¿Y qué puedo esperar de un alumno, que cuando se le requiere para que haga algo, una demostración, o que muestre lo que sabe hacer, pone toda clase de pegas y excusas, o te dice llanamente que no? Ese alumno no se da cuenta que está representando a su Maestro y a su estilo. ¿No se da cuenta que avergüenza a su escuela y su Maestro?...

Y luego, por las circunstancias que sean, que en muchas ocasiones suelen ser banales, dejan la práctica, suelen buscar toda clase de excusas para justificar su fracaso. Todo vale, excepto reconocer nuestro error, o nuestra incapacidad para el Kung-fu.

Y todo esto es aplicable a la vida real; a los estudios, al trabajo, a las relaciones sociales, a la vida de pareja, etc. Analiza con seriedad esto que digo, y verás como llegas a la conclusión de que, en el fondo, todo es lo mismo: todo funciona bajo las mismas pautas de conducta y su comprensión.

Porque estaremos hablando de equilibrio (interior), de reacciones (sentimentales), de fuerza (de voluntad), de instinto (de supervivencia), de paciencia, de tolerancia, de flexibilidad (de pensamiento), de reflejos, de control (de emociones), etc.

Todo esto me abordó los pensamientos en los días siguientes a la visita del Maestro Liang Shaozong, y al desplante que le hicieron mis alumnos....









Laoshi Tian Song Feng


Una mañana, durante nuestro entrenamiento, llegó a la escuela un anciano, cuyo aspecto me recordaba a los Maestros característicos de las películas de Kung-fu, es decir, calvo como una bola de billar, y fina y larga barbilla blanca. También me recordaba vagamente al personaje del Maestro Tortuga Duende, de la serie de dibujos animados de “Bola de dragón”. Nada más verle, sin saber nada de él, supe de inmediato que se trataba de un verdadero Maestro, auque desconocía de qué. Su indumentaria no revelaba nada de su condición. Había algo en su manera de andar, en sus gestos pausados y serenos que me llevaban a esa conclusión.

Algunos días más tarde, ya había entablado una gran amistad con este hombre entrañable, que como yo sospechaba, era un auténtico Maestro a nivel nacional en la especialidad del Tongzhigong. Tenía setenta y cuatro años, y desde los cinco, llevaba practicando Artes Marciales. Tian Song Feng, era una persona profundamente sencilla y humilde, hasta el extremo que no le gustaba que le llamase “Shifú Tian” (Maestro Tian). El decía que no era Maestro, que era camionero de toda la vida, pues esa era su profesión. Yo le contestaba que bueno, que entonces era “Maestro Camionero”, con lo que se reía a carcajadas.

Un día nos realizó una soberbia demostración de los ejercicios de Tongzhigong, que nos dejó a todos, incluidos los monjes presentes, con la boca abierta. Poseía la flexibilidad de un niño y la serenidad de un anciano de su edad. Había conseguido primeros premios en certámenes nacionales de Maestros, pero eso no era importante, según él. Siempre, en todo momento tenía una amplia y serena sonrisa en el rostro, algo que reflejaba una tranquilidad de espíritu, como solo una persona equilibrada puede tener. A través de Yan, me contó parte de su vida, que estaba llena de experiencias bastante duras y crueles. Había vivido y sufrido en sus carnes la revolución cultural de Mao, por lo que su vida estaba plagada de episodios amargos. Ahora mismo no le quedaba familia, y había venido a la escuela con el objetivo de ser admitido en la misma, para enseñar sus conocimientos a los más pequeños. Superó el examen de aceptación sin dificultad. Siempre se le veía caminando solo por los patios de la escuela, o bien realizando sus ejercicios en solitario. Pero cuando alguien, algún chiquillo o alguno de nosotros se acercaba y le preguntaba algo, siempre tenía una amable sonrisa para todos.

Aparte del Tongzhigong, poseía una increíble destreza en el manejo de los látigos metálicos, realizando movimientos y técnicas, que ni los más expertos monjes de la escuela eran capaces de imitar. Su especialidad era el manejo de cuatro látigos unidos por los mangos, con los que realizaba unos movimientos casi inverosímiles. Teniendo en cuenta el peso de estas cadenas, las manejaba con notable fluidez y precisión. Su técnica era impecable y refinada, fruto de muchos años de prácticas diarias.

Hablar con este hombre me producía una gran satisfacción interior. Nuestra conversación llegó un día al tema del Taijiquan, en el que resulta que también tenía bastante experiencia, aunque insistía en que sabía muy poco, y os aseguro que no era falsa modestia. A partir de ahí, cada vez que podía, me ponía con él para que me corrigiera aspectos de mis técnicas. De alguna manera, me recordaba algo a mi Maestro Wang Bo, por su amabilidad y su insistencia en el perfeccionamiento de las técnicas. Se sorprendió al ver mi Taiji, y me comentó que era muy bueno. Le dije que no, que mi Taiji era pésimo, que me faltaba práctica y que tenía aun mucho por aprender. Entonces trató de explicarme que consideraba mi Taiji bueno porque era auténtico, profundo, de fuertes raíces. No era el Taiji superfluo, para ancianos, que estaba acostumbrado a ver en los parques de China, y que practicaban también muchos occidentales, denominados “Maestros”. Vio que yo conocía muchos aspectos del Taijiquan tradicional, y eso le sorprendió nuevamente. El Taiji del Maestro Tian era muy técnico en comparación con la fluidez y fuerza del mío, más agresivo y profundo quizás. Me corrigió muchos errores, que yo agradecí muchísimo. Luego me insistió en enseñarle parte de la forma “Shiba Pao Quan” del estilo Chen antiguo, que él no conocía. Mostrar mis movimientos para que él los aprendiera, no me suponía un ejercicio de soberbia, sino que me hacía sentirme muy honrado y feliz. Sabía que no podía enseñarle nada o casi nada a este Maestro, y pretender pensar siquiera lo contrario, hubiese sido una gran estupidez y una demostración desmesurada de orgullo. En realidad lo que estaba haciendo, y de todo corazón, era compartir con este hombre lo poco que yo sabía. Se mostró muy agradecido, una actitud, que muchos llamados “Maestros” de Taiji de España serían incapaces de expresar. Parece que ya lo saben todo, y no aceptan que nadie les pueda enseñar nada, salvo que sea un Maestro oriental, con más fama que sabiduría. Su ego es más grande que ellos mismos. Siempre serán pobres de espíritu....

En definitiva fue una extraordinaria experiencia poder conocer a este maestro, y compartir conocimientos con él. Me dejó volver algo atrás en el tiempo, y deleitarme con las sensaciones que me producía sentirme guiado por un Maestro, como cuando era yo el estudiante. Mi respeto hacia él era sincero y profundo, y a pesar de la amistad y el correspondiente trato cordial que me dispensaba, le dejaba comprender mi verdadera condición de persona que sabe quién es quién.

Aparte de los conocimientos técnicos que me aportó, aprendí mucho de su gran humildad y humanidad, su manera de ser, su filosofía de la vida y su manera tan peculiar de relacionarse con los demás, fuese quién fuese. Jamás le vi un gesto de prepotencia, de soberbia ni nada que se le pareciese.

Me permitió filmarle en video realizando sus ejercicios y formas, algo que guardaré como un tesoro en mi videoteca particular. Espero poder volver a verle algún día. Gracias por todo, Maestro Tian.....

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Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
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