jueves, 16 de julio de 2009

Capitulo 14 c

El demonio de la Televisión....


Es una costumbre muy extendida por aquí, el invitar a los Maestros a una cena, en señal de agradecimiento por las enseñanzas recibidas. Comenté a Yan la idea de buscar un buen restaurante en la ciudad y llevar allí a los dos Instructores que teníamos. Ella insistió que el restaurante del hotel estaba bien para ello, así que un día, tras finalizar el entrenamiento, les comenté a los dos, que esa tarde estaban invitados a cenar con nosotros. Acogieron la noticia con suma alegría y entusiasmo, y ello se reflejaba en sus caras. Corrieron a pedir permiso a la dirección de la escuela para poder salir con nosotros. En apenas unos minutos volvieron, confirmando el permiso.

Esa tarde, después del entrenamiento, se bajaron con nosotros en la furgoneta hasta Dengfeng. Llegados al hotel, como siempre, subimos a las habitaciones para ducharnos y cambiarnos. Los dos monjes nos acompañaron y se quedaron en mi habitación, sentados viendo la televisión, que era algo que parecía llamarles mucho la atención. Se notaba claramente que en la escuela, obviamente no la veían. Pero me llamaba la atención el tipo de programa que eligieron; una serie de dibujos animados, que tiene a un mono, un monje y un cerdo como protagonistas. Parecían niños pequeños frente a la pantalla, con grandes carcajadas y risas. No les parecía interesar los canales internacionales que disponíamos, sobretodo uno que les mostró Dan, y que continuamente emitía imágenes de desfiles de moda.

Observándoles viendo la televisión, me fui dando cuenta de que para ellos, que no la veían casi nunca, según me comentaron luego, no tenía el mismo interés que puede tener para nosotros. La televisión era una poderosa distracción que desviaba tu atención, y que llevaba a tu moral a deslizarse poco a poco por una vertiente poco espiritual y enriquecedora. Te conducía irremediablemente a desvirtuar tu atención de lo que realmente te interesaba, el Kung-fu en este caso.

Aunque siempre lo había intuido, ahora lo podía ver claro; Nuestra juventud y nuestros niños en occidente ven demasiada televisión. Se convierte así casi en una “guía” de un modelo social a seguir. Un modelo que está basado exclusivamente en fines materiales y consumistas, por mucho que los enmascaren con bonitas “filosofías” de mercado, o pretendidas formas de ofrecer educación a través de la información.

La hipocresía, el cinismo, el despotismo, la falta de educación, los más bajos instintos y el fomento desmesurado de la competitividad, campan a sus anchas en todos los canales, mientras algunos se rasgan las vestiduras con la llamada “Tele-basura”, mientras se revuelcan y viven de ella. Cualquier atisbo de programa de valor cultural o de educación, se ve relegado a horarios intempestivos, donde pocos resisten los embites y el abrazo de Morfeo, mientras que los programas-basura, curiosamente de mayor audiencia, invaden las franjas horarias más normales.

Nos ponen programas como “Gran hermano” y similares, donde un grupo de personas, bajo mi criterio carentes de cualquier escrúpulo, exponen sus intimidades y vergüenzas. Pero creo que no es esto lo más grave; Lo peor es que quieren hacernos creer que es normal en una sociedad democrática, donde, para conseguir cualquier meta, todos los medios son admisibles.....

Se pretende hacer creer que estas cosas son absolutamente normales, que son progresistas, modernas, y si haces comentarios críticos en contra, te tachan de intolerante, haciendo de la pretendida tolerancia, su bandera e insignia. Así, el vender públicamente sus intimidades, declarar a los cuatro vientos con cuantas personas se han acostado, definir notoriamente su tendencia sexual y demás cosas por el estilo, se han convertido en un sinónimo de éxito, de popularidad, que luego muchos quieren imitar a toda costa. (Ni se te ocurra decir públicamente que crees que la homosexualidad no es lo normal....)

En beneficio de un pretendido, y en ocasiones absurdo derecho a la información, nos cuentan esas intimidades, como si a mi me importase mucho, o como si, de verdad, todo ello fuese de interés público. Asistimos al espectáculo bochornoso de ver como unos periodistas, convertidos casi en estrellas, ‘interrogan’ al famosillo de turno, erigiéndose en una especie de fiscales y jueces populares, para sacar a la luz sus trapillos sucios..... Asistimos impasibles a la tergiversación de “noticias e imágenes”, simplemente porque ello aumenta la audiencia. La ética profesional y la moralidad de la gente llana, de a pie que ve estos programas, ha desaparecido. Con todo esto, los valores morales van perdiendo a pasos agigantados posiciones, hasta quedar relegados a meras palabras sin contenido real.

En ocasiones, y más para acallar la mala conciencia colectiva, que para un beneficio real, la sociedad entona un mea culpa, hablando de solidaridad, respeto, tolerancia y amor al prójimo, cuando en realidad, fomenta precisamente todo lo contrario. Para constatar precisamente todo esto, solo hay que asomarse diez minutos a cualquier canal de televisión; Vemos una película muy violenta, donde el héroe americano de turno, sin despeinarse, arrasa con los “malos”, también de turno, y donde el fin, justifica cualquier medio. Vemos en las noticias como el presidente de los americanos, justifica su política agresiva y sus guerras, como preventivas por la paz, y se queda tan tranquilo. Acto seguido, y en la publicidad, una ONG nos solicita ayuda para los necesitados, curiosamente los mismos que hacían de malos en la peli, y los que son los nuevos objetivos del presidente-sheriff, el Sr. Bush. Y el siguiente anuncio te invita a comprarte un lujoso coche, conducido siempre por un “guaperas” o una despampanante rubia, como si viniesen incluidos con el coche. Y si no, te anuncian un reloj de pulsera, que casi te garantiza el éxito si lo llevas puesto. Un teléfono móvil de última generación te expone sus excelencias, advirtiéndote de que, de no tenerlo, no estarás al día. Continúan las noticias, con un bombardeo masivo en Afganistán, o el último atentado terrorista en Iraq, donde las victimas inocentes son “solo” bajas colaterales, un mero componente de las estadísticas, y que según el criterio de los “Buenos”, no tienen el mismo valor que las victimas de las Torres gemelas.



La verdadera esencia del ser humano es la bondad.
Existen otras cualidades provenientes de la educación y la sabiduría,
Pero, si uno quiere convertirse en un verdadero ser humano,
Y dar un sentido a su existencia, es esencial tener un buen corazón.
Dalai lama



Asistimos a hechos que delatan la progresiva corrupción del alma, de los intereses políticos y económicos, a la falsedad y ambigüedad de los dirigentes, que son capaces, sin el menor escrúpulo, de apartar la vista de las cosas que no les interesan en ese momento. Y orquestan todos los medios posibles para manipular la opinión pública a favor de uno u otro.

Y así, un sinfín de cosas más que nos van “metiendo” constantemente por los ojos y los oídos a través de los medios, alineando nuestra conciencia a la voluntad de las masas y de los dirigentes, no dejándonos ver la verdadera realidad que se esconde detrás de las cosas y hechos. Se pretende esconder las verdaderas causas de tantas guerras, violencias y miserias, para que las aceptemos como “normales” e inevitables, acallando nuestras voluntades, complicando aun más la posibilidad de poder reflexionar entre lo bueno y lo malo. De alguna manera, se busca que no tengamos que decidir nada, o muy poco; ya deciden por nosotros, y nos venden la idea que es por nuestro bien y nuestra comodidad.... Mientras nos enseñan y distraen con los últimos adelantos tecnológicos y las últimas tendencias de la moda, para tenernos contentos y sumirnos en el eterno sueño del consumismo y los deseos inalcanzables de una ilusoria felicidad. Y para mayor entretenimiento, algo de “deporte”, donde se nos recuerda la importancia que tiene que determinados equipos fichen a un jugador u otro, o ganen los puntillos necesarios para erigirse como enésimos campeones de liga..... ¡Ah!...¿qué no le gusta el fútbol? .... No pasa nada, hombre, que también tenemos los toros, o la retransmisión en directo de la feria de abril o la semana santa en Sevilla. Y si eso no basta, un poco de carnaza social, en forma de chismorreos de los famosillos para ir haciendo boca...... Y tan contentos todos!

Todas estas pequeñas piezas, si nos alejamos un poco del “cuadro”, componen la imagen nítida de nuestra sociedad, en la que nadie, o muy pocos, encuentran la razón del porqué está sucediendo todo esto. La globalización de las ideas (y no digo ya de otras cosas) con las que pretendemos encontrar respuestas, es una falacia, y una manera más de darle vueltas al asunto, sin conseguir nada.

Entiendo que por desgracia, el mundo funciona así, y que cambiarlo no es mi cometido (ni tengo posibilidad de hacerlo), pero lo mínimo que he de hacer es, al menos, mostrar mi descontento con todo ello y dar a conocer este punto de vista, para que quizás otros abran también los ojos. Este descontento ha de producir un cambio en mi, un cambio de actitud hacia lo que me rodea, y ello quizás propicie un pequeño cambio en mi entorno, que unido a otros millones de personas como yo, de verdad promueva un pequeño cambio de la realidad ilusoria que experimentamos.

Eso nos conduciría a un mundo, seguro que algo mejor que el que tenemos ahora, que a pesar de ser y partir de un pensamiento y deseo utópico, no deja de tener sentido profundo para mi. Es en parte la vivencia real de la compasión, de la que se habla en el budismo.



La compasión por nosotros mismos,
Nos da el poder de transformar el resentimiento en perdón,
El odio en amistad, y el miedo en respeto por todos los seres.



Y la sociedad china, mal que me pese, está abocada también a caer tarde o temprano en esa misma vorágine, aunque este proceso, por todo lo expuesto anteriormente, será afortunadamente, algo distinto al que vivimos en occidente.

Lo objetivo, es que estos dos monjes, los que nos acompañaban, tenían un espíritu y voluntad muy fuertes, y no se dejaban arrastrar por las distracciones que les pudiera ofrecer la televisión. Que la podían ver en alguna ocasión, bien; Que no la veían, pues no había problema. Ni siquiera la echaban de menos. Su capacidad de concentración era extraordinaria, y eso nos lo demostraron en muchas ocasiones. Pero hubo un momento, que me llamó poderosamente la atención, y fue cuando salimos a pasear después de la cena, y llegamos a unos pequeños puestos, de estos que colocan en las ferias, y donde la gente podía disparar a unas rudimentarias dianas y obtener premios.

Nos animamos a probar todo el grupo; Las escopetillas eran de pena, de verdad, pero aun así, parecía divertido. Bi Cong, delante de todo el gentío que se arremolinó allí, (pues nosotros como extranjeros éramos la ‘atracción’) logró hacer diana en todos los juegos posible, sin fallar ni una sola vez; Treinta aciertos de treinta disparos!.... Parecía imposible, pues nosotros apenas acertábamos dos o tres.

El dueño del puesto, que en un principio se mostró encantado de tener tanto público congregado allí, comenzó a ponerse algo nervioso, hasta que acabó algo irritado. Si se descuida, le dejan sin regalos en su pequeño negocio. Cuando fue a entregarle los premios que podía elegir (todo cosas pequeñas), solo le aceptó 4 de los diez que le correspondían.... Los justos para regalarnos uno a cada uno del grupo. Recuerdo que eran unos graciosos llaveros de piel de conejo....

Y luego, como si nada; a otra cosa...

Esta gente, en algunos aspectos, son muy superiores a nosotros, lo queramos admitir o no.

Capitulo 14 b


Pinturas y caligrafías



En el amplio vestíbulo del hotel donde nos alojábamos, un conocido artista de la región exponía sus pinturas y caligrafías, un aspecto de la cultura china que me ha fascinado desde que tengo uso de razón.

En ocasiones, el hombre, de aspecto tranquilo y bonachón, estaba pintando una de sus obras allí mismo, ante los ojos de los muchos visitantes. Otras veces, simplemente estaba allí, para vender sus pinturas, que eran realmente excelentes y de una belleza singular. Sobretodo las que representaban las conocidas peonías.... En más de una ocasión pude deleitarme observando cómo las plasmaba sobre el papel de arroz, con una técnica impecable y una maestría que denotaban muchos años de práctica. Las flores parecían emerger como por arte de magia sobre el papel, tras ligeras pinceladas por aquí y por allá. Y el blanco papel se convertía en una hermosa explosión de vivos colores y armónica belleza. Parecía que las flores hasta desprendían un olor tenue, de sutil fragancia....

También pintaba paisajes de estilo taoísta, en los que el hombre representado solo tenía un pequeñísimo protagonismo frente a la naturaleza. Estas pinturas presentaban los clásicos paisajes de escarpadas montañas, riscos, vetustos árboles, pequeños ríos y valles, basados en la orografía de las montañas de Huangshan, Taishan o Wudangshan.

En alguna ocasión oí a unos renombrados críticos de arte (?) hablar sobre este tipo de pinturas, tachándoles de minimalistas, poco reales y técnicamente básicas, y me pareció que estas personas, de verdad no tenían mucha idea de la cultura china, con sus múltiples facetas. Tampoco debían entender mucho de arte, pues eran incapaces de entender nada sobre lo que estaban hablando con somera alegría. Luego expresan su admiración y profundo conocimiento acerca de cuatro manchas sobre un lienzo, que supuestamente representa algo determinado...

Cuando en cierta ocasión, vi a mi Maestro Wang Bo pintar, comprendí que este acto, aparentemente superficial, encerraba algo muy especial; Era una manifestación del espíritu, era la energía plasmada en el papel. Sus flores, paisajes, animales, tenían vida; todo era un conjunto armonioso y de singular belleza, difícilmente descriptible con palabras. Su caligrafía era mucho más que caracteres surgidos de un estado espiritual. Diríase que el maestro, el pincel, los colores, el papel, sus gestos precisos y armoniosos, a veces enérgicos y vigorosos, otras suaves como una caricia, conformaban un todo, una sinfonía perfecta, cuya obra surgía sobre el papel. Viendo esto, ¿Quién puede criticar si el trazo es fuerte o débil, el dibujo es más o menos real, etc?.... Creo que los llamados críticos de arte, de cine, etc., son los menos indicados para hablar de todo ello. El arte solo pertenece al artista y los demás seremos meros espectadores silenciosos de esa obra.

Ver a este hombre pintar, era un verdadero placer, por lo que en muchas ocasiones me quedaba observándolo en su tarea. Eso condujo a una cierta confianza con él, lo propició que bajara sensiblemente los precios de algunas de sus obras por las que yo mostraba interés. Los precios, la verdad, no me parecían excesivos, aunque algunos estaban fuera de mis posibilidades económicas. Finalmente acabé comprándole 4 de sus obras, por menos de la mitad de lo que en un principio pedía por ellas. Creo que fue un buen negocio para ambos.....

Algunos días después, con la llegada de los americanos, el pintor hizo su “Agosto”, pues logró vender una gran cantidad de sus obras, y a unos precios, incluso por encima de los que tenía fijados. Vendió una de sus pinturas, por la que yo estaba interesado, por 2800 Yuan a un americano, cuando a mi me había pedido 1500, que tras las negociaciones iban por 400 Yuan....

El resultado es que unos pocos días después pregunté por él en recepción, extrañado de no verle, y me dijeron que estaba de vacaciones....

Capitulo 14

Capítulo 14


La casa de los farolillos rojos....





Uno de los guía turísticos de la ciudad, Chen, con quien ya había coincidido en varias ocasiones, en varias oportunidades me preguntó si me interesaba hacerme unos masajes. Me comentaba conocer un sitio, no muy alejado del hotel, en el que las masajistas eran, según su opinión, excepcionales. Me desconcertaba un tanto el tono en el que me lo comentaba, pues la verdad, un masaje no venía nada mal, pero había algo que me hacía desconfiar... Tenía la impresión de que no se trataba se simples masajes, y que había algo más. Su insistencia, sin caer en ser pesado o molesto, me hizo sospechar que él se llevaría obviamente comisión por llevarles clientes.

Algunos días después, en uno de mis paseos nocturnos, me encontré con el sitio que me había recomendado Chen. En la puerta había como tres o cuatro chicas, todas ellas muy guapas y bien vestidas. Correctamente desde el punto de vista occidental, porque aquí los criterios en esta materia pueden ser muy distintos. Desde luego llamaban la atención en una ciudad tan pequeña como Dengfeng, aunque posiblemente hubiesen pasado desapercibidas en alguna de las ciudades grandes del norte o sur de China. Cualquier chica de hoy, de nuestra juventud actual en occidente, por su manera de vestir y la moda imperante, aquí hubiese llamado poderosamente la atención. Entraría seguramente en la consideración aparente de ser una “chica fácil” como mínimo, cuando no otra cosa mucho más fuerte. En China se nota mucho esta diferencia, y en las zonas rurales mucho más...

El establecimiento donde se encontraban las chicas, de verdad que podía pasar fácilmente por un prostíbulo o “puticlub”, como suelen llamarse ahora, pues lucía sus farolillos rojos y todo... ¡pero que estupidez más grande!... Cualquier restaurante también los tenía. Aún así, al pasar por la puerta me dio la impresión de que allí había algo más que masajes...Me estaba dejando llevar por mis prejuicios e ideas conceptuales acerca de algo que suponía que era, pero que por otro lado intuía que no lo era. ¡que complicado!.... A menos que entrase y lo viera por mis propios ojos, no sabría nunca que era aquello exactamente. Me propuse aceptar un día la oferta de Chen y venir aquí. Pasé tantas veces por la puerta del establecimiento, que se encontraba en el recorrido habitual de mis paseos, que las chicas ya me saludaban. Pero en ninguna ocasión me invitaron a entrar, ni insinuaron nada en concreto. Eso si, eran muy simpáticas, comunicativas y guapas.

Cuando estuvieron los americanos aquí, los vi entrar una vez en una casa de estas, y me imagino lo que iban a buscar. Este tema me tenía un tanto desconcertado, así que un día le pregunté a Yan por este establecimiento, y me comentó que lo conocía bien. Le pregunté si sabía de qué iba la cosa realmente allí. Se echó a reir y me explicó que, en ese lugar concreto “no había chicas malas”, que solo hacían masajes, y muy buenos por cierto. Esto me tranquilizó un poco la sed de conocimiento que sentía por el tema, aunque seguía viva una cierto desconcierto, pues a simple vista parecía lo que no era, y además no había diferencias con los que si lo eran. Porque era obvio que estas casas o sitios existían; yo creía haber visto algunos en otras calles (que luego averigüé que si eran lo que parecían). Los chinos las llamaban poéticamente “casas de los farolillos rojos”....

Actualmente, y sobretodo en las grandes ciudades, hay que tener mucho cuidado con los denominados “Karaoke”, puesto que suelen enmascarar a los clubs nocturnos, donde si que hay chicas “distraídas”, y además con cierto riesgo. Al respecto, relataré brevemente una anécdota que me ocurrió años atrás, durante mi primer viaje a China.

Estábamos en la ciudad de Suzhou, al sureste del país, con un grupo de turistas españoles. Al finalizar el día y las correspondientes visitas programadas, teníamos la tarde-noche libre, así que entre dos compañeros de viaje, decidimos conocer la vida nocturna de la ciudad. Nuestra idea era visitar uno de esos karaokes, que estaban tan de moda en China en aquella época.

Mientras tomábamos unos tes en el bar del Hotel, hablamos con nuestro guía, el Sr. Li, un tío bastante competente, sobre la posibilidad de salir por ahí. El decía no conocer ningún sitio de esos en la ciudad, pero se ofreció a acompañarnos a buscar uno. Bueno, en realidad la idea surgió de entre todos los que estábamos allí, que éramos tres.

Así que salimos a la calle y nos dirigimos caminando en la dirección que nos indicó el portero de la entrada, con el que estuvo hablando Li. Apenas doscientos metros más adelante, nos abordó un chino, dirigiéndose a Li, y este nos comentó que habíamos tenido suerte, que apenas un par de calles más allá había un karaoke. El señor, muy amable nos condujo hacia ese sitio, que estaba enclavado en un oscuro callejón, lo que ya de entrada me daba mala espina. Pero justo a la puerta de entrada del establecimiento, iluminado por los llamativos colores de los neones, había un coche patrulla de la policía. Eso me tranquilizó un poco. Una vez dentro, Li habló con una encargada y nos condujeron a unos reservados. Eso era lo normal en China. En una pequeña salita, muy bien acondicionada, había un enorme televisor con varios cómodos sofás. La cosa parecía algo serio, aunque nada a lo que yo había visto en España (tampoco había visto mucho, la verdad). Yo hubiese preferido quedarme en la sala de baile que había fuera. Una vez acomodados, nos dieron el catálogo de las canciones y pedimos las bebidas.

Al poco, aparecieron cuatro bellezas con los refrescos y cervezas. Una encargada le preguntó a Li si las chicas podían quedarse, y este nos miró. Inmediatamente contestamos que si. Encantados!... Pero la cosa tenía truco....

Comenzaron a emitir imágenes de las canciones y algunos cantaban entusiasmados. Yo poco, porque lo de la canción lo dejé ya en la cuna, cuando era muy pequeño. No era lo mío. Incluso apareció una canción de “pretty woman”.... grabada en Puerto Banús!.... Nos reíamos mucho, casi lloramos, intentando hacerles ver a las chicas que nosotros vivíamos allí. Estás, al principio, se mostraban muy modositas, pero poco a poco se fueron animando, y aquello comenzó a tener un color y calor que me empezó a preocupar un poco, aunque la verdad, tampoco le hice ascos. Las chicas, una con cada uno de nosotros, ya te metían mano descaradamente.... La que estaba conmigo, una chica realmente hermosa, me incitaba a que la tocara.... Y no es que no me gustara, no... Es que ya me iba imaginando de que iba todo aquello. Y eso me inquietaba bastante. Le pregunté a Li si podía averiguar el tema.... Este preguntó a las chicas y, efectivamente, no estaban allí porque les habíamos caído especialmente bien, ni para establecer lazos culturales o de amistad. Costaba dinero que estuvieran con nosotros.

De inmediato se acabó nuestra diversión. Vaya palo!... Y si queríamos “algo” más, que no hacía falta ser un lince ni saber chino, para saber de que se trataba, también era posible. Sin problemas. Pasar el rato costaría a cada uno 300 Yuan, y si querías algo privado, eran 400 más. Por irse contigo al hotel, toda la noche, 600 Yuan. Yo me corté un poco, pues nunca había pisado un sitio así, y no quería que fuese tampoco aquí, en China.

Finalmente, le dijimos a Li que les comunicara a las chicas que no estábamos interesados (que en el fondo era cochina mentira). Estas se mostraron bastante disgustadas, incluso visiblemente molestas. Decidimos pedir la cuenta, pues algo no iba muy bien. Habíamos consumido un par de cervezas cada uno y yo unos refrescos, más unos platitos de cacahuetes. Llegó la encargada y nos pasó la cuenta, no sin antes discutir brevemente con Li, que ya estaba visiblemente nervioso. Cuando vimos la factura, alucinamos: 6.800 Yuan!!!

Li comenzó a protestar airadamente, y por lo que pude entender, se negaba a que pagásemos esa suma. Nos estaban robando descaradamente. Esto era un auténtico atraco. Pensamos en dejar unos mil Yuan en la bandeja y largarnos, pero inmediatamente desistimos de la idea al ver aparecer en la puerta de la habitación a dos tipos con muy mala pinta. ¡Quién dijo que los chinos eran pequeños y delgados!..... Uno iba armado, seguro, pues vi la culata de la pistola bajo la chaqueta, y el otro no era precisamente un niño de San Ildefonso....

Visto el panorama, yo ya me veía liado a ostias con esos matones, y seguramente que no saldríamos de allí bien parados. La cosa se puso muy fea. Dijimos de pagar entre todos la factura, pero Li se negó e insistió en pagar él solo, pues decía que había sido culpa suya por habernos traído allí. Bueno al final, le sacaron 11.000 Yuan, que le vi entregárselos. Salimos de allí a toda pastilla, dando gracias por haber salvado el pellejo. La aventura salió carísima, sobretodo a Li, que tuvo que soltar la pasta, y encima no nos comimos un pimiento!....

Luego nos reímos mucho, pero aun nos temblaban las piernas..... Y mejor que no comentáramos nada a los demás del grupo.




No digo que en todos los sitios sea igual, además es el único problema que me he encontrado en mis viajes a China, pero hay que andar con cuidado al andar con el mundo nocturno, y me refiero a meterte en bares y karaokes, que aquí funcionan de una manera distinta, a la que no estamos acostumbrados.

Respecto a Dengfeng y las casas de masajes, me quedé finalmente con ganas de probar, y si no lo hice, fue porque tenía mi mente puesta en otras muchas cosas, y solo me acordaba de este tema cuando pasaba por la puerta y me saludaban las chicas. Recordé el soberbio masaje que me hizo una preciosa chica en Luoyang, años atrás, y que no olvidaré jamás.

Todo esto viene a cuento de que aquí, en China, apenas existen cosas que hagan referencia explícita al sexo. No encuentras nada ni en televisión, ni en prensa ni en la calle. Los anuncios no tienen nada que ver con los que tenemos allí, en España, donde para anunciar un coche, la chicha ha de estar desnuda.

Este hecho, a los ojos de un occidental, puede inducir a pensar en una represión o recorte de la libertad de expresión o de la libertad sexual de los individuos. Cierto es que están prohibidas las revistas pornográficas, incluso su importación, que es considerado delito, aunque esto no quita que, seguramente, en determinados circuitos, como en el resto del mundo, se pueda encontrar algo. Pero no veremos nada explícito en los quioscos, como sucede en España, donde las revistas pornográficas están al alcance de la mano y de la vista de cualquier persona, casi en plena calle. Y eso, obviamente incluye a los niños, que aunque no puedan comprarlas, acaban pensando que es algo normal y natural. ¿si esto es considerado como lo normal, en qué parámetros encajamos entonces la normalidad?.... La línea de lo normal y lo que no lo es, la línea de lo correcto e incorrecto, habrá tomado un color indefinido, se habrá tornado borrosa, hasta que ha desaparecido por completo. Se habrán perdido las guías de referencia de las conductas sociales. Y eso es una cuestión de moralidad; la sociedad está perdiendo a pasos agigantados esos valores, por “detalles” como el que he expuesto brevemente. Y una sociedad sin valores éticos, o que, como mucho habla de ellos, pero que no los dignifica en absoluto, carece de un futuro socialmente sostenible.



Para que la pequeña semilla de la compasión,
Natural y esencial, pueda germinar y crecer en él,
Este ser no pide más que un entorno adecuado.





Aquí, en China, creo que tratan de mantener los valores morales tradicionales, aunque sea a costa de recortar en parte los “derechos” de libertad de expresión, que en occidente nos han conducido a un “todo vale”, que está corrompiendo la sociedad hasta sus cimientos. Muchos pensarán que esto es peor, .... Pero yo me cuestiono si de verdad tenemos esa libertad total de expresión, y si, en cualquier caso, eso es realmente tan necesario y beneficioso para todos....

En una sociedad, donde todo el mundo puede decir lo que le dé la gana de cualquiera, y en el tono más insultante e irrespetuoso posible, hablar de libertad de expresión me parece casi una ironía o un sarcasmo.
Una sociedad que ha otorgado un protagonismo exacerbado a los periodistas (!), incluso por encima del personaje o “personajillo”, para que se conviertan en jueces y verdugos de esos miserables de alma que exponen y venden sus entrañas sentimentales, es, a todas luces, una sociedad enferma.

Porque, paradójicamente, vivimos y disfrutamos en una sociedad democrática, donde hasta al más débil le asiste el derecho a quejarse todo lo que quiera y ante quién quiera..... pero que va a conseguir bien poco de los que ostentan los poderes fácticos.... La desigualdad se manifiesta aquí, en parámetros similares a los demás países, sean democráticos o no, aunque con marcados matices que se utilizan como excusa para tachar a tal o cual gobierno de represivo.

Cuando en aras de tener una libertad de expresión, perdemos nuestro autocontrol, nuestro sentido de la ética y la moralidad más básica, creo que no vale la pena....



La educación debería impartirse en armonía con la naturaleza
esencialmente buena del niño.
El factor esencial es educar en un ambiente de amor y de ternura.
Aunque en una perspectiva ideal, es preciso que las cualidades humanas
Se desarrollen en paralelo con la bondad,
Y si fuera preciso elegir entre unas cualidades generales y la bondad,
Habría que elegir ésta última.

XIV Dalai Lama


Capiulo 13

Capitulo 13


La alimentación...





Desde hacía ya varias semanas, éramos asiduos clientes del restaurante del hotel, así que prácticamente todo el personal ya nos conocía. Las dos recepcionistas de la entrada, las señoritas Xiao Lin y Hua Jia, siempre se mostraban muy simpáticas. Cada vez que llegábamos las saludábamos en chino, lo que les hacía mucha gracia. A cambio, ellas aprendieron a decir algunas palabras en español. Todo el personal del servicio era femenino, excepto un chico. Y había una camarera, que era especialmente guapa y que destacaba sobre las demás. Mika estaba encantado con ella. En todo momento estaban al tanto de nosotros, y nos servían con la característica amabilidad de los chinos. A mi personalmente, no es algo que me resulte imprescindible, es más, hasta me desagrada tener “alguien a mi servicio”. Pero os puedo asegurar que si se te caía una servilleta, esta casi no llegaba a tocar el suelo; ya había alguien recogiéndola... Yo comía habitualmente del buffet, por lo que me servía la comida por mi cuenta. Corría el riesgo de no encontrar muchas cosas que me agradaran, pero pensaba que al fin y al cabo, era comida y había que alimentarse. Pero a los demás del grupo, no les gustaba nada de lo que había y a los pocos días ya estaban quejándose, así que Yan habló con la dirección y a partir de ahí, comenzaron a traerles platos especiales.

La comida bajo mi punto de vista, era bastante buena, algo picante y especiada quizás. En esta región de China se usan mucho los condimentos picantes (las guindillas y los pimientos picantes verdes estaban en todos los platos) y el ajo. En el buffet, disponían todos los días de más de 20 platos diferentes, con lo cual siempre podía encontrar algo que fuese comestible y soportable para mi paladar. Eso si, el arroz no faltaba nunca, como base de cualquier plato. Aquí comen arroz como nosotros comemos pan en nuestro país. Podía encontrar muchos platos de diferentes verduras, que nunca había visto antes. Y había platos que ni sabía lo que era; lo que parecía ser carne, resulta que era una seta, muy rica por cierto. Algo que parecían tiras de berenjenas fritas, eran en realidad pescados rebozados. La variedad de sabores, colores y texturas era casi infinita, desde los platos más elaborados hasta las verduras simplemente salteadas. Había mucha variedad de una especie de panecillo o empanadilla rellena, que te podía deparar alguna que otra sorpresa. Y la siempre presente fruta, que consistía invariablemente en sandía y melón.

En el mismo restaurante, varios cocineros preparaban la pasta fresca que usaban en sus platos. Tenían una habilidad increíble en el manejo de la masa, que volteaban sobre sus cabezas, sin que ni una sola vez se les cayera al suelo. Era un verdadero espectáculo verlos trabajar. Cierto día nos sirvieron unos cuencos llenos de tallarines y una salsa marrón para acompañar, que estaban deliciosos. Ese plato, a petición nuestra, se convirtió en habitual en nuestro menú.

Aparte de la comida en el restaurante, solíamos salir a comprar algunas cosas a un pequeño supermercado que había casi al otro extremo de la ciudad. A los pocos días, las curiosas dependientas, ya nos conocían y nos trataban con especial atención. No es frecuente ver extranjeros entrando en esos sitios, pues la mayoría no salía de sus hoteles para comprar. Para mi, suponía una manera más de acercarme a la forma de ser del pueblo chino, ver sus costumbres, su manera de relacionarse, etc. Era como tomarle un poco el pulso a la ciudad.

Además, los precios eran muy interesantes, y bastante más asequibles que los de los hoteles. Una lata de Coca-cola, costaba de dos a tres Yuan, mientras que un helado costaba 1 Yuan, o un paquete de galletas 3. Teniendo en cuenta el cambio de divisa, la verdad es que era bastante barato comprar allí. Lo convertimos casi en una costumbre diaria, que además a mi me servía para darme unas buenas caminatas, pues pocas veces tomé un carricoche. Otras cosas las comprábamos en alguna de las pequeñas tiendas cercanas al hotel, que parecían no cerrar nunca, y cuyos vendedores eran siempre muy amables con nosotros, y en ningún caso intentaron engañarnos. Para Dan y Mika, que no hablaban nada de chino, era un poco más complicado, pero también se las apañaban. En una ocasión entré en la oficina de correos para comprar sellos y enviar unas postales, y una funcionaria me atendió de inmediato, haciendo caso omiso a la gente que había en la cola, a pesar de mi insistencia en esperar mi turno. Aún no entiendo muy bien porqué....

En alguna ocasión me senté al fresco, en unos taburetes de un pequeño restaurante (por llamarlo de alguna manera), donde me sirvieron un buen plato de deliciosos tallarines con verduras. No había carta donde elegir platos. Ni siquiera había “platos”.... Ni servilletas ni cubiertos. Pero la comida era muy buena. Y el precio, realmente asequible a cualquier bolsillo; 2 Yuan por plato (0,20 €). Suponía una experiencia realmente enriquecedora, estar sentado allí, en la acera, rodeado de chiquillos, algunos ancianos, y viendo el transcurrir de la vida de la ciudad. La gente paseaba con sus bicicletas, sus motos y algún que otro coche. Nadie parecía tener prisa... Los niños jugaban en las aceras, con sus caras redondas, llenas de “churretes” y unas sonrisas que delataban su felicidad y despreocupación.

Un vendedor ambulante empujaba su carro cargado hasta los topes de fruta, siempre fresca y dulcemente olorosa. ¡Que diferencia con la que usualmente solía ver en los grandes supermercados de España, que parecían absolutamente artificiales, carentes de todo olor y sabor! Los pequeños carricoches paraban junto a la acera, preguntándome si quería que me llevara a algún sitio. Un policía con una gran barriga, digno de una estampa típica de película americana sobre policías mejicanos, estaba sentado plácidamente en su butaca a la entrada de un edificio. Un anciano tiraba de un enorme y pesado carro cargado con bloques de carbón mineral. Parecía una labor muy dura, pero aún así, esbozaba una amplia sonrisa y me saludo al pasar. Una familia al completo, es decir, los abuelos, el padre y la madre y dos niños pequeños, cenaba, sentados en unas diminutas banquetas, a la puerta de su pequeño comercio.

Todo conformaba un cuadro de tranquilidad, de paz, pero al mismo tiempo de bullicio, de vida, difícilmente descriptible para alguien que no lo haya vivido en persona. Lo único que delataba un constante ajetreo en las calles, era el casi continuo sonido de las bocinas, claxon y timbres de las bicicletas, algo a lo que los chinos son muy aficionados. Creo que con el carnet de conducir, regalan la bocina...

Paseando por las calles de Dengfeng, encontré un lugar en el que fabricaban toda clase de rótulos, carteles y banderas por encargo, así que aproveché para informarme de los precios. Cuando vi lo que costaba lo que yo quería, no salía de mi asombro, así que de inmediato encargué tres o cuatro banderas o estandartes, no sé cual es el nombre correcto, para nuestras escuelas de España. Allí me habían pedido unos 80 euros por cada una, y aquí, el precio me salía a 50 Yuan la unidad, es decir:.....Unos 5 €uros! Al día siguiente las tenía terminadas. Yan, como siempre, me ayudó en la traducción y confección del texto en chino.

Capitulo 12

Capítulo 12


The “Men in Black”.....





Llevábamos casi tres semanas en la escuela, entrenando de cuatro a cinco horas diarias, y eso comenzó a dejar huella en Dan, dejándolo sin fuerzas y socavando su ánimo. Tuvo que quedarse en el hotel, porque se encontraba bastante mal. Tenía todos los síntomas del agotamiento físico. Simplemente no podía con su cuerpo, por lo que le sugerí que se quedase a descansar durante un día o dos. Esto me llevó a la posibilidad de pedir un día libre de descanso en la escuela, y así se lo hice saber a Yan. Esta habló con la dirección y nos comunicaron que no había problema.

Tanto Jesús como Mika, comenzaron a acusar el gran esfuerzo físico realizado, pero aun así, no hicieron caso de mis indicaciones acerca del uso correcto de la fuerza. Estaba observando día a día, como desgastaban sus energías, y eran incapaces de comprender lo que les decía, y sobretodo, porqué se lo decía. Era obvio que este ritmo no era ni mucho menos el que siempre habíamos tenido en España, pero si que había una forma de aprovechar todo esto de otra manera, sin ‘quemarte’ tanto.

Me estaba dando cuenta de algunos aspectos, que aun estando ahí latentes desde hacía mucho tiempo atrás, no había logrado verlo, sentirlo o aceptarlo. No recuerdo quién dijo una vez : “saber las cosas, las sabemos; Pero lo difícil es aceptarlo”.... Algo estaba cambiando en mi forma de verlos como alumnos. Algo que hacía que, poco a poco, y empujado por sus actitudes hacia mí, me distanciara algo de ellos.

Ese día llegó a las clases el Maestro Liang Shaozong, hijo del fundador de la escuela Epo, que de ahí en adelante fuera bautizado con el sobrenombre de “Men in Black” por parte de nuestros alumnos. Y eso sobrevino por su indumentaria, siempre de negro, y de corte occidental. Tenía su gracia, aunque a mi me parecía más bien una ligera falta de respeto. A partir de ese día, con solo pronunciar su nombre, todos se echaban a temblar. Sin cambiarse de ropa, aprovechó cada visita de inspección que nos hacía, para corregir las técnicas y dar instrucciones precisas a los instructores. Nos quedábamos pasmados viéndole realizar posiciones extremadamente bajas, sin esfuerzo alguno. Creo que serviría como perfecto protagonista para el anuncio de los trajes, esos de Emilio Tucci, que anunciaba una cadena de grandes almacenes en España. Era muy severo y duro en sus explicaciones. Sus facciones eran siempre bastante duras. Obligaba siempre a bajar las posiciones a nuestra gente, cosa que obviamente no les hacía la más mínima gracia.

Un día, llegó justo diez minutos antes de acabar el entrenamiento, y nos comentó que si queríamos quedarnos un rato más para perfeccionar algunos detalles de las formas que estábamos aprendiendo. Más bien no preguntó exactamente así, pero lo dio a entender. Esto suponía un privilegio..... Para mi sorpresa y posterior vergüenza, todos declinaron el ofrecimiento, aduciendo que ya era tarde y que estaban cansados. Me sentí profundamente decepcionado con esta actitud de mis alumnos. Rechazar así a un prestigioso Maestro, era poco menos que un desprecio hacia él. Yo entendía que estaban muy cansados, y que le temían por su severidad y su exigencia, pero ¿acaso no habían venido aquí a entrenar duro?.... ¿a conocer en sus carnes y espíritu lo que era Shaolin?.... De alguna manera, lo dejaron allí, plantado. De poco sirvió mi visible enfado con ellos. Esto denotaba una total falta de voluntad interior; una grave carencia de algunas de las virtudes que caracteriza a la gente que dedica su vida a esto. Veía que espiritualmente estaban vacíos, y eran incapaces de aprender nada más que no fuesen técnicas y más técnicas. Por otro lado, podía entender su actitud, aunque no la compartiese. Se trataba de hacer un esfuerzo, un gran esfuerzo, por supuesto que si..... Para que este Maestro viese que en ellos había ese “algo “ más, que no era habitual encontrar en muchos extranjeros que habían pasado por aquí. Pero no se puede sacar nada de donde no lo hay.

Cuando nos dispusimos a marcharnos esa tarde, el maestro Liang, visiblemente enfadado, nos condujo a una de las salas, donde había un grupito de unos quince niños, que no superaban los cinco o seis años de edad, y que en ese momento estaban realizando la forma “Xiaohongquan”. Señalando a los pequeñajos, nos dijo: “¡Eso son posiciones bajas!... Zhe shí Shaolin Wu Shen! (Esto es espíritu marcial de Shaolin!)... Esto es Shaolin!”.... Nos quedamos algo perplejos al ver el trabajo que estaban realizando los pequeños, con una concentración admirable para su corta edad. Desde sus pequeñas y redondas caras y sus miradas curiosas, nos estaban dando una soberbia lección de Kung-fu.

De verdad que me dolió mucho este episodio, y no pude más que sentir vergüenza de mi mismo y de mis alumnos. Teníamos aun mucho que aprender .....





Algunos recuerdos...


Todo esto me hizo reflexionar mucho, y abrió las ventanas de mi memoria, de donde comenzaron a fluir recuerdos de mi aprendizaje y mis “primeros pasos” en el Kung-fu. Eran tiempos muy distintos, en una época y país distinto. Nada es equiparable, pero ciertas analogías se vuelven a repetir cíclicamente, aun en circunstancias diversas. Yo sentía verdadera pasión y fascinación por lo que hacía, y mi respeto y lealtad hacia mi Maestro eran inquebrantables. Fui, en muchas ocasiones, hasta obstinado como una mula vieja, lo que me valió, en cierta medida para persistir en el entrenamiento. Era capaz de realizar cosas, que casi ponían en grave riesgo mi integridad física. Sobretodo recordaba alguna de las duras pruebas a las que mi Maestro me sometió, sin que en realidad yo comprendiese su fin verdadero, que no era otro que el de entrenar mi resistencia emocional y psíquica, aparte de fortalecer mi voluntad y espíritu. Me estaba forjando de alguna manera, convirtiéndome en lo que hoy día soy. Si en su momento las superé todas, fue por mi carácter e insistencia, por mi fuerza de voluntad. Y lo que me empujaba a hacerlo era, como he mencionado anteriormente, mi amor y pasión por el Kung-fu. A pesar de no comprenderlo, siempre intuí que había algo más que patadas y formas bonitas ....

Y una de estas pruebas, es la que narro a continuación, a modo de ejemplo significativo....

Cierto día, cuando apenas contaba con catorce o quince años, y ya llevaba cuatro entrenando bajo la dirección de mi Maestro Zhang, este me indicó que ese día entrenaríamos en el bosque cercano, al que solíamos acudir con cierta frecuencia. Este hecho de por sí no era nada extraordinario ni fuera de lo común, por la salvedad de que era pleno invierno, y estamos hablando de Suiza. Entrenar en plena naturaleza era algo que me gustaba mucho, pero ese día, la verdad, no parecía ser muy buena idea. Era ya media tarde y el día estaba horrible; una fuerte ventisca helada te cortaba la cara, y además, la nieve que caía lo empeoraba todo. Apenas se vislumbraba el camino que habitualmente seguíamos para adentrarnos en el bosque. Pero no había manera de negarse; eso sería impensable en mí, así que me resigné y enfilamos el sendero del bosque, con un frío que pelaba, con la vaga esperanza de que ese día sería algo especial y seguro que aprendería algo nuevo. Mi Maestro tenía la extraña capacidad de sacar provecho de todos los fenómenos de la naturaleza, y siempre aprendía cosas muy interesantes de él. A pesar de que no me agradaba la idea, confiaba plenamente en él....


Resultaba muy complicado y penoso caminar por la nieve, ya que los pies se te hundían casi hasta la rodilla. Como era habitual, mi Maestro caminaba delante de mi, con paso ligero y firme a la vez, vestido con su traje tradicional. Me costaba seguir su ritmo, pero mi ánimo era bastante elevado, lo que me daba fuerzas para continuar adelante.

Ya en el sendero que se adentraba en el bosque, paró de repente y, señalando una gran piedra con su mano, me indicó que la cogiera en mis brazos. La misma podría pesar diez kilos a lo sumo, aunque a mi me parecieron bastantes más,.... cercanos a la tonelada! Argumentó que nos sería muy útil en el entrenamiento de hoy. Yo no entendía para qué, ni porqué tenía que ser precisamente esa. ¿Acaso no habría piedras a donde íbamos?.... Pero no había opción; cogí la pesada piedra y seguimos adelante por la nieve. Las manos se me helaron enseguida, al contacto con la fría roca y el aire helado (no habría más de 5ºC), y que no decir de la nariz y las orejas, a pesar del gorro que llevaba. Mi paso se hizo más lento y mi respiración, casi jadeante. La ventisca se convirtió poco a poco en una verdadera tormenta, y eso me hizo pensar que, después de todo, no había sido tan buena idea la de venir a entrenar hoy al bosque. Ese pensamiento anidó de repente en mi mente, y se fue haciendo cada vez más fuerte e insistente en su afirmación. Comenzó a desmenuzar la consistencia inicial de mi ánimo, hasta que este casi se desvaneció por completo.

Así, durante aproximadamente veinte minutos caminando, sin decir ni una sola palabra. Empezaba a fijarme en mi entrecortada respiración y eso añadió algo más, a lo que se convirtió de pronto en desánimo. Pronto estaba cansado, así que me “atreví” a decirle a mi Maestro que ya no podía más, que tenía los pies congelados y casi ni sentía las manos. Él, sin girarse ni pararse, me contestó que “el cansancio solo estaba en mi cabeza”. Esa corta frase me acercó un poco al concepto del Kung-fu y su disciplina, a la que estaba acostumbrado, aunque me duró apenas unos quince pasos más. Volví a pararme y a decirle que de verdad no podía más. El se giró y, con su habitual seriedad me dijo: -” Bien. Si de verdad no puedes más, ¿qué vas a hacer?.... ¿Te quedarás ahí parado?.... Te morirás de frío, congelado. ¡Tu verás lo que haces!”.... Y dicho esto, prosiguió como si nada su camino. Mi perplejidad inicial, dejó paso a una rabia contenida hacia su persona, algo que nunca antes había sentido con tal intensidad. Pero era curioso; en mi interior comenzó a librarse una verdadera batalla entre mi inquebrantable admiración y respeto hacia él, y por otro lado, esa rabia y crispación que sentía. Y una tercera parte, era la que debía tomar decisiones al respecto...

No entendía que objetivo tenía subir la falda de la montaña, cargando además con esta maldita y pesada piedra, que con cada paso juraría que aumentaba su peso. Y esa misma rabia me dio fuerzas para seguir caminando detrás de mi Maestro. Apenas doscientos metros más arriba, ya no podía seguir. La piedra no se me había caído aún, porque, posiblemente se me había pegado a las manos congeladas.

Me paré, exhausto, y grité a mi Maestro: - “Shifú!.... De verdad que no puedo más!”, mientras que algunas lágrimas resbalaban por mis mejillas. Caí de rodillas, primero, y ante la imposibilidad de soltar la piedra, me di luego de bruces contra la nieve. Comencé a llorar, por la rabia e impotencia, o quizás por el dolor y el miedo. O por ambas cosas, no lo sé. Pero el Maestro Zhang ni se inmutó. Simplemente me dijo que casi habíamos llegado, que hiciera un pequeño esfuerzo más.

No sé como logré levantarme y dar algunos pasos más. En mi mente bullía la rabia, que llegó a extremos insospechados para mi. Llegué a pensar en dejar este absurdo entrenamiento que no comprendía, en ese mismo momento. Pensé en dejar el Kung-fu, puesto que esto, ¿Qué tenía esto que ver con el Kung-fu? ¿qué clase de entrenamiento era este?.... ¿para que servía todo este sufrimiento y dolor?....¿Para qué sufrir todo esto, pudiendo estar tranquilamente en mi casa, al abrigo de una buena estufa, jugando con mis amigos?.... ¡Estaba haciendo el tonto, siguiendo en plena tormenta a un viejo chino loco!.....

Mis sentimientos se tornaron oscuros, algo que nunca antes me había sucedido. Eran sentimientos nuevos para mi, que de alguna manera no lograba encajar en mi forma de ser habitual. Estaba algo confuso. Llegué en esos momentos a odiar a mi Maestro con tal intensidad, que yo mismo me asustaba de mis propios pensamientos. Llegué a pensar que si seguía pensando eso, acabaría ‘oyendo mis pensamientos’, y eso me daba verdadero pavor.

Pero a todas esas dudas, miedos y sentimientos de rabia y cólera contenida, se oponía algo: la visión de la imagen de mi Maestro delante de mí, mirándome y sonriendo, como si ni el frío ni mi sufrimiento le afectase para nada. Su serenidad era imperturbable. No podía ser .....

Finalmente llegamos a un pequeño claro del bosque, en el que solíamos entrenar en algunas ocasiones. Allí, él se detuvo y me dijo que me acercara.—”Ya hemos llegado..... ¡y se acabó el entrenamiento por hoy! Has comprendido la lección Xiao Wang?” - Yo no sabía que contestar. Estaba allí, de pie, como un tonto, tratando de comprender todo aquello. Lo miraba incrédulo. Él solo me sonreía.´- “Bien, nos vamos, que hace mucho frío!” ..... Debía tratarse de una broma. Pero el maestro Zhang jamás bromeaba con el entrenamiento. No entendía nada. ¿qué lección debía haber aprendido?.... ¿Dónde estaba el entrenamiento que supuestamente habíamos realizado?.....¿y para qué demonios me había hecho cargar con la dichosa piedra hasta aquí?.....

Todo eran preguntas, a las que no encontraba una explicación racional inmediata. Simplemente no lo entendía. Mi mente era pura confusión.

El Maestro Zhang se dio media vuelta, y comenzó a caminar con paso rápido por el camino que habíamos llegado. Con un enorme alivio, solté la piedra como pude y eché a caminar detrás de él.
- “¡Ah!... Y no olvides la piedra. Hay que dejarla donde la naturaleza la puso”......




Este tipo de entrenamiento, sin que yo lo comprendiese siempre en su momento, me fue forjando el espíritu y la capacidad de sacrificio. Ayudó a que mi Kung-fu, tuviese fuertes raíces. Me enseñó que, a menudo, hay que hacer las cosas simplemente por hacerlas, sin buscarles demasiadas explicaciones, que distraen nuestra mente. Hay muchas cosas que simplemente “son” y no hay que buscarles complicadas explicaciones del porqué, cuando y como. En su momento, te será revelado el significado profundo de sus razones. Pero si anteponemos la búsqueda de la respuesta inmediata, a la formulación de la pregunta, entraremos en un camino equivocado, que nos limitará sustancialmente en nuestro progreso, como Artista Marcial y como ser humano. Todo ello nos lleva a una distracción o dispersión de nuestra mente.


- “Maestro, ¿Para que sirve esta Forma?”....

- “¿qué Forma, Xiao Wang?”....


- “Pues esta nueva que he aprendido hace unos días”....

- “No sirve para nada, puesto que aún la desconoces por completo. Hasta que no la hagas ‘tuya’, la sientas y sepas expresarla, no sabrás para qué sirve”


- “ Y entonces, ¿Sabré para qué sirve?”....

- “No, tampoco..... Entonces solo conocerás la forma, pero te olvidarás de la estúpida pregunta”.


- “No lo comprendo...”

- “No importa. En realidad si que lo comprendes, solo que ... No sabes que lo comprendes. Todo llegará en su debido tiempo”....



Siempre solemos tener prisas por aprender, por coleccionar Formas, técnicas o estilos, sin pararnos a pensar en si el conocimiento que tenemos, realmente es profundo y sin fisuras. Es cada vez más raro encontrarse con alguien que haya llegado a un nivel tan alto o profundo, los dos términos nos sirven, como para haber abarcado la esencia del conocimiento del arte que está practicando. ¿por qué no ser más humildes y atreverse a profundizar en lo que ya tenemos sin exaltar el ego en la búsqueda constante de algo que nos diferencie de los demás?




“Puede que la sopa no siempre tenga el sabor que nos gusta. Sin embargo, posiblemente contenga unos beneficios que no esperábamos al juzgar su sabor”.




Lamentablemente, hoy en día, la mayoría de gente que acude a una escuela a aprender Artes Marciales, lo hace sin tener muy claro qué buscan, y que quieren conseguir a través de ello. Ni siquiera se plantean si el Arte Marcial elegido, realmente les sirve para los propósitos que creen tener. Es relativamente fácil mantener la ilusión durante algún tiempo, en algo que en apariencia nos atrae por sus expresiones o manifestaciones externas. O que nos hace creer en algo que no es verdad, y que, con tal de no reconocer nuestro error o fracaso, cerramos los ojos para no verlo. Nos identificamos con ello, con el objeto de no ver la cruda y a veces, desagradable realidad. Ni siquiera nos paramos a reflexionar, si el estilo que practicamos, aparte de sernos útil para la vida cotidiana, lo practicamos de verdad correctamente y en todas las facetas que le son inherentes. Porque es lamentable encontrarse con alumnos, que tras años de prácticas, aún se ponen nerviosos, o se quedan bloqueados, con la mente en blanco, o discuten tus decisiones, o bien desprecian tus consejos. Es una pena ver alumnos así, que piensan que lo saben ya todo, y que la filosofía y el entrenamiento duro, extremo e interior, está desfasado y es inútil. Lo penoso, no es ya que existan este tipo de alumnos, porque podría muy bien ser una opción de vida, pero lo malo es que se convierten en Instructores que pretenden enseñarle el mismo estilo que ellos no conocen en profundidad, a terceros.

¿Qué sucedería a una persona así, que tras años de prácticas, pierde el control de si mismo ante una simple demostración pública de su arte, si la cosa fuese en serio y estuviese en juego su vida? .... ¿qué capacidad de supervivencia tendría un alumno que es incapaz de forjar su espíritu, de expresar su Kung-fu en un simple examen?....

¿Y qué puedo esperar de un alumno, que cuando se le requiere para que haga algo, una demostración, o que muestre lo que sabe hacer, pone toda clase de pegas y excusas, o te dice llanamente que no? Ese alumno no se da cuenta que está representando a su Maestro y a su estilo. ¿No se da cuenta que avergüenza a su escuela y su Maestro?...

Y luego, por las circunstancias que sean, que en muchas ocasiones suelen ser banales, dejan la práctica, suelen buscar toda clase de excusas para justificar su fracaso. Todo vale, excepto reconocer nuestro error, o nuestra incapacidad para el Kung-fu.

Y todo esto es aplicable a la vida real; a los estudios, al trabajo, a las relaciones sociales, a la vida de pareja, etc. Analiza con seriedad esto que digo, y verás como llegas a la conclusión de que, en el fondo, todo es lo mismo: todo funciona bajo las mismas pautas de conducta y su comprensión.

Porque estaremos hablando de equilibrio (interior), de reacciones (sentimentales), de fuerza (de voluntad), de instinto (de supervivencia), de paciencia, de tolerancia, de flexibilidad (de pensamiento), de reflejos, de control (de emociones), etc.

Todo esto me abordó los pensamientos en los días siguientes a la visita del Maestro Liang Shaozong, y al desplante que le hicieron mis alumnos....









Laoshi Tian Song Feng


Una mañana, durante nuestro entrenamiento, llegó a la escuela un anciano, cuyo aspecto me recordaba a los Maestros característicos de las películas de Kung-fu, es decir, calvo como una bola de billar, y fina y larga barbilla blanca. También me recordaba vagamente al personaje del Maestro Tortuga Duende, de la serie de dibujos animados de “Bola de dragón”. Nada más verle, sin saber nada de él, supe de inmediato que se trataba de un verdadero Maestro, auque desconocía de qué. Su indumentaria no revelaba nada de su condición. Había algo en su manera de andar, en sus gestos pausados y serenos que me llevaban a esa conclusión.

Algunos días más tarde, ya había entablado una gran amistad con este hombre entrañable, que como yo sospechaba, era un auténtico Maestro a nivel nacional en la especialidad del Tongzhigong. Tenía setenta y cuatro años, y desde los cinco, llevaba practicando Artes Marciales. Tian Song Feng, era una persona profundamente sencilla y humilde, hasta el extremo que no le gustaba que le llamase “Shifú Tian” (Maestro Tian). El decía que no era Maestro, que era camionero de toda la vida, pues esa era su profesión. Yo le contestaba que bueno, que entonces era “Maestro Camionero”, con lo que se reía a carcajadas.

Un día nos realizó una soberbia demostración de los ejercicios de Tongzhigong, que nos dejó a todos, incluidos los monjes presentes, con la boca abierta. Poseía la flexibilidad de un niño y la serenidad de un anciano de su edad. Había conseguido primeros premios en certámenes nacionales de Maestros, pero eso no era importante, según él. Siempre, en todo momento tenía una amplia y serena sonrisa en el rostro, algo que reflejaba una tranquilidad de espíritu, como solo una persona equilibrada puede tener. A través de Yan, me contó parte de su vida, que estaba llena de experiencias bastante duras y crueles. Había vivido y sufrido en sus carnes la revolución cultural de Mao, por lo que su vida estaba plagada de episodios amargos. Ahora mismo no le quedaba familia, y había venido a la escuela con el objetivo de ser admitido en la misma, para enseñar sus conocimientos a los más pequeños. Superó el examen de aceptación sin dificultad. Siempre se le veía caminando solo por los patios de la escuela, o bien realizando sus ejercicios en solitario. Pero cuando alguien, algún chiquillo o alguno de nosotros se acercaba y le preguntaba algo, siempre tenía una amable sonrisa para todos.

Aparte del Tongzhigong, poseía una increíble destreza en el manejo de los látigos metálicos, realizando movimientos y técnicas, que ni los más expertos monjes de la escuela eran capaces de imitar. Su especialidad era el manejo de cuatro látigos unidos por los mangos, con los que realizaba unos movimientos casi inverosímiles. Teniendo en cuenta el peso de estas cadenas, las manejaba con notable fluidez y precisión. Su técnica era impecable y refinada, fruto de muchos años de prácticas diarias.

Hablar con este hombre me producía una gran satisfacción interior. Nuestra conversación llegó un día al tema del Taijiquan, en el que resulta que también tenía bastante experiencia, aunque insistía en que sabía muy poco, y os aseguro que no era falsa modestia. A partir de ahí, cada vez que podía, me ponía con él para que me corrigiera aspectos de mis técnicas. De alguna manera, me recordaba algo a mi Maestro Wang Bo, por su amabilidad y su insistencia en el perfeccionamiento de las técnicas. Se sorprendió al ver mi Taiji, y me comentó que era muy bueno. Le dije que no, que mi Taiji era pésimo, que me faltaba práctica y que tenía aun mucho por aprender. Entonces trató de explicarme que consideraba mi Taiji bueno porque era auténtico, profundo, de fuertes raíces. No era el Taiji superfluo, para ancianos, que estaba acostumbrado a ver en los parques de China, y que practicaban también muchos occidentales, denominados “Maestros”. Vio que yo conocía muchos aspectos del Taijiquan tradicional, y eso le sorprendió nuevamente. El Taiji del Maestro Tian era muy técnico en comparación con la fluidez y fuerza del mío, más agresivo y profundo quizás. Me corrigió muchos errores, que yo agradecí muchísimo. Luego me insistió en enseñarle parte de la forma “Shiba Pao Quan” del estilo Chen antiguo, que él no conocía. Mostrar mis movimientos para que él los aprendiera, no me suponía un ejercicio de soberbia, sino que me hacía sentirme muy honrado y feliz. Sabía que no podía enseñarle nada o casi nada a este Maestro, y pretender pensar siquiera lo contrario, hubiese sido una gran estupidez y una demostración desmesurada de orgullo. En realidad lo que estaba haciendo, y de todo corazón, era compartir con este hombre lo poco que yo sabía. Se mostró muy agradecido, una actitud, que muchos llamados “Maestros” de Taiji de España serían incapaces de expresar. Parece que ya lo saben todo, y no aceptan que nadie les pueda enseñar nada, salvo que sea un Maestro oriental, con más fama que sabiduría. Su ego es más grande que ellos mismos. Siempre serán pobres de espíritu....

En definitiva fue una extraordinaria experiencia poder conocer a este maestro, y compartir conocimientos con él. Me dejó volver algo atrás en el tiempo, y deleitarme con las sensaciones que me producía sentirme guiado por un Maestro, como cuando era yo el estudiante. Mi respeto hacia él era sincero y profundo, y a pesar de la amistad y el correspondiente trato cordial que me dispensaba, le dejaba comprender mi verdadera condición de persona que sabe quién es quién.

Aparte de los conocimientos técnicos que me aportó, aprendí mucho de su gran humildad y humanidad, su manera de ser, su filosofía de la vida y su manera tan peculiar de relacionarse con los demás, fuese quién fuese. Jamás le vi un gesto de prepotencia, de soberbia ni nada que se le pareciese.

Me permitió filmarle en video realizando sus ejercicios y formas, algo que guardaré como un tesoro en mi videoteca particular. Espero poder volver a verle algún día. Gracias por todo, Maestro Tian.....
Capitulo 11


El refugio del alma...


Muchas horas de reflexión profunda, unidas a un cúmulo de experiencias a todos los niveles, me llevaron a la imperiosa necesidad de encontrar un momento de verdadero aislamiento y soledad, en la que poder meditar sobre todo ello. Sentía esa imperiosa llamada desde mi interior, desde el mismo día en que visitamos por primera vez la pagoda del pequeño templo de la montaña. De alguna manera, este pequeño lugar había despertado algo profundo en mí y me había atrapado en él.

Y ahora, creía que había llegado la hora o el momento, de dar un paso significativo hacia mi interior. Era el momento de despertar algo que llevaba muy en mi alma. Algo que, posiblemente, podría producir un profundo cambio en mi como persona, pero que no me asustaba afrontar, porque intuía que era para bien. Era un punto de inflexión en mi vida, quizás un retorno a mis verdaderas raíces espirituales, y un punto, donde encontraría respuestas.....

Decidí ir caminando, ya que la distancia desde la ciudad no me parecía excesiva, como para no poder hacerlo. Sería al mismo tiempo, una excelente forma de calmar mi mente, mientras paseaba. Dejé a los demás del grupo, en el hotel, justo después del almuerzo, y sin decirles nada, me encaminé hacia la montaña. Para ello tenía que atravesar media ciudad, pero eso me suponía un agradable paseo. No pensaba en la distancia que tenía por delante, que a lo sumo podían ser unos siete u ocho kilómetros, sino que ponía mi mente en todo lo que me rodeaba a cada instante. Además, no tenía prisa alguna por llegar, ni horarios ni tiempos que cumplir.

Recordaba sin dificultad el camino a seguir; siempre se me ha dado muy bien la orientación, hasta tal punto que siempre recuerdo los lugares donde he estado, aunque solo sea una vez. Los puedo volver a encontrar sin dificultad alguna. Jamás me he perdido en ninguna ciudad grande, y no me iba a perder ahora aquí. En cualquier caso, no era una idea que vagara por mi mente. Atravesaba las amplias avenidas y calles de Dengfeng con paso tranquilo, saboreando cada momento. Alguna gente del lugar me miraba con notoria curiosidad. No era muy habitual ver a un extranjero por las calles de esta ciudad. Yo me sentía, de alguna manera extraño, entre tanta gente tan distinta, en apariencia, a mí. Otro idioma, que desconocía bastante, otra cultura, que aunque no me era del todo ajena, si era distinta a la mía. Todo era distinto, diferente en su manera de vivirlo, no en su esencia. Y esa sensación no hacía más que incrementar mi interés por todo lo que me rodeaba. Mis instintos estaban a flor de piel. Entré en un par de pequeñas tiendas y grandes establecimientos para comprar agua, y algún helado, aunque la razón verdadera era la simple curiosidad y mi deseo de entablar conversación con los lugareños.

En apenas cuarenta minutos ya estaba en las afueras de la ciudad, caminando por la ribera del río que atravesaba de norte a sur la pequeña urbe. Hacía mucho calor, aunque era soportable. Me crucé con uno de esos pequeños cacharros motorizados que hacían de taxis, y el conductor me preguntó si me llevaba. Estuve tentado de aceptar, pero algo en mi interior me empujaba a seguir caminando. Tenía que ir a pie. Simplemente debía ser así. Le contesté que no gracias, con mi limitado chino, y el hombre se entusiasmó tanto que me siguió un buen trecho, hablándome como si yo le entendiera perfectamente. Yo me reía un montón y el hacía lo propio. Al final logré decirle, o hacerle entender que ahora no le necesitaba, que quizás a la vuelta. No sé lo que debió entender exactamente, pero se paró en una de las casas que había a pie de carretera y me saludó efusivamente. Casi una hora más tarde había alcanzado la entrada al templo. Los vigilantes del puesto de control de la carretera de acceso me recordaban perfectamente y me saludaron amistosamente.. La entrada al recinto, creo recordar que costaba unos 10 Yuan. Siempre guardo las entradas de los lugares que visito (y no sé muy bien porqué), y luego pude comprobar la numeración correlativa con las entradas de hacía una semana atrás. Eso significaba que nadie después de nosotros había visitado el lugar. El encargado de las visitas al templo me estaba esperando. Supongo que los otros le pusieron sobre aviso de que iba a llegar alguien. Fue muy amable, ya que no me molestó en ningún momento durante mi permanencia en el sitio.

Como la vez anterior, el interior del recinto del templo estaba totalmente tranquilo y silencioso. Yo era el único visitante en esos momentos. En un primer instante, no sabía exactamente a donde dirigirme, ni lo que quería hacer. Me acerqué a observar detenidamente la gran estructura de la pagoda. Parecía bastante nueva y bien conservada, a pesar de su antigüedad. Detrás de la misma se hallaba la sala con el Buda. Me dirigí hacia allí. Tampoco había nadie. Cogí tres varillas de incienso que había sobre un montón, y las encendí en una de las velas del pequeño altar. Seguidamente, las ofrecí, de corazón a Buda, colocándolas en un recipiente especial para tal efecto. Hice las tres reverencias preceptivas y di las gracias por permitirme estar allí.

Finalmente me senté a un lado de la puerta de entrada, justo junto al tronco de un gran y vetusto árbol, que me proporcionaba una fresca y agradable sombra. Las vistas eran espléndidas. Delante de mis ojos tenía los jardines rodeando la base de la gran pagoda. A lo lejos, podía vislumbrar parte de la ciudad. A mi derecha, una escarpada ladera poblada densamente por viejos pinos y otra vegetación, mientras que a mi izquierda, y entre las ramas, podía ver otra parte de la majestuosa montaña. Me sentía extrañamente eufórico y tranquilo a la vez. El aire era limpio, sin el más leve atisbo de contaminación. Tenía la impresión de que revoloteaba a mi alrededor, envolviéndome con su suave y cálida brisa.

Me percaté entonces de las enormes hormigas que caminaban por el suelo a mi alrededor. ¡Vaya!... Si alguna de ellas se me subía encima, me llevaría un buen susto. Tenían un aspecto impresionante de verdad, calculo que medían unos tres centímetros. Seguro que no picaban, sino que mordían directamente, y a lo mejor hasta sabían “Kung-fu hormiguero!...”. Me sonreí con mis propios pensamientos en broma, pero lo cierto, es que nunca había visto algo así. Afortunadamente, ninguna se aventuró a subirse por mis zapatillas, cosa que agradecí bastante. Parecía que pasaban de mi, e iban a lo suyo. Claro, es que eran hormigas chinas!...



Cerré los ojos, tratando de ver mi entorno con los ojos de mi mente. Nada cambiaba; La misma sensación de paz y tranquilidad me envolvía. Este lugar era un auténtico refugio para mi alma y mis sentidos. Era como si sintiese que yo ya estaba allí, antes siquiera de que realmente hubiese llegado. De alguna manera extraña, me parecía que siempre había estado allí, formando parte de todo cuanto me rodeaba. Y esa unión de mi cuerpo físico, mi mente y mi espíritu con ese entorno, logró ese estado de armonía tan especial, que no puede ser transmitido con palabras. Un estado que realmente trasciende lo puramente físico y mental, que eleva la conciencia a planos más elevados, donde tienen lugar todas las sensaciones a la vez. Y al mismo tiempo, te permite disfrutar de cada situación, de cada instante, de cada molécula temporal de manera individual.....

Y mi mente se evaporó, se perdió en el insondable abismo de mi interior, en busca de respuestas....




Respuestas ....




Y de repente, la sensación de unirme en un solo ser, en un solo Yo absoluto e inabarcable, me inundó cada poro de mi piel, con la impresión de haberme encontrado con una parte de mi que me faltaba. Al mismo tiempo, era la sensación de romper con algunas cadenas que me mantenían atado a otra realidad subjetiva. Había roto el cristal, a través del que siempre había estado mirando el mundo y la vida, y que en ocasiones no me dejaba ver la realidad impermanente de las cosas, porque, en verdad lo que estaba mirando era el cristal, y no lo que había detrás. Fue como abrir una nueva ventana a mi alma, a mi conciencia, y por ella veía las cosas de otra manera.

Con meridiana claridad comprendía conceptos que antes solo intuía. Comprendí que un secreto estaba en el control conciente de las pasiones. En el control de mi mente. Cuando consigues no enfadarte, ni sentir apego, ni envidia, ni celos, ni vanidad, cuando destruyes tu orgullo, tu avaricia, y te deshaces de las emociones negativas, entonces solo queda paz y alegría. El camino hacia la felicidad. Y no importa en el estado en que te encuentres. Tendrás una sonrisa que sale del alma. Es un estado de iluminación, que alguna gente puede percibir en ti, aunque no sabe explicarlo. Y ese estado de armonía se apoderó, durante fugaces instantes de todo mi ser, encendiendo en mi interior una poderosa llama....





Cuando nos invade una impresión de estancamiento y de confusión,
Lo mejor es distanciarse otra vez,
Concederse el tiempo de reflexionar y de recordar el objetivo de conjunto:
¿Qué es lo que nos hará verdaderamente felices?
A continuación, debemos reformular nuestras prioridades sobre esta base.





Tuve una visión, o un sueño, aunque estaba seguro de no estar dormido, en el que me veía entrando en la sala de un templo, lleno de estatuas y figuras de Buda, apenas iluminada por unos tenues rayos de sol, que se colaban por unas vetustas ventanas cubiertas de tela. En el centro de la estancia, había un anciano monje, sentado sobre un amplio sillón. Al entrar hice una reverencia, y me acerqué para entregarle un sobre lacrado, dirigido a él, que me había dado mi propio Maestro, a modo de recomendación. Luego, me senté ante él en el suelo, a cierta distancia, sin decir nada. El anciano Maestro abrió el sobre y sacó la carta sin mediar palabra alguna. La estuvo observando y levantó la mirada hacia mí. Una mirada profunda, serena y cristalina me traspasó por un momento, y luego volvió a posarse en la carta. Durante un largo rato, volvió a repetir el mismo gesto, una y otra vez: miraba el papel y, luego, alzaba la vista para observarme. Comencé a sentirme algo nervioso e incómodo. Sentía miedo de que no me aceptara o que me reprendiera por algo. Quizá se trataba de una prueba, y yo no era capaz de superarla. Aun así, permanecí tranquilo y callado, aunque algo expectante, mientras el anciano Monje leía la carta. Al cabo de un rato, entornó algo los ojos y me devolvió el pliego de papel con una ligera sonrisa. Lo tomé y, sin poderlo evitar, lo miré: era un papel en blanco en el que solo había un pequeño sello de tinta roja. No había nada escrito. Algo me sobrecogió por dentro; durante todo este tiempo, el anciano Maestro no había estado leyendo nada. Viendo mi estupor, me dijo: “Tu eres como yo. Somos en realidad la misma cosa. Trata de ser feliz. Si tu lo eres, yo también lo seré”....






A medida que penetramos por nuestra propia voluntad
En cada zona de miedo,
Cada zona de debilidad y de inseguridad en nosotros mismos,
Descubrimos que sus muros están hechos de mentiras,
De viejas imágenes de nosotros mismos,
De miedos muy antiguos y de falsas ideas de qué es puro
Y de qué no lo es.





Un ligero ruido a mi izquierda me hizo abrir los ojos. Una pequeña ardilla se había acercado hasta escasos veinte centímetros de mis pies y me miraba fijamente. No me atrevía casi a moverme, para no asustarla. Pero esta, lejos de mostrarme miedo, se me subió a la zapatilla. Me aventuré a extender ligeramente mis dedos en su dirección, seguro de que saldría corriendo. Para mi creciente asombro, comenzó a olisquear mis dedos y acto seguido se subió a mi mano. Me miraba fijamente con sus ojillos redondos, moviendo sus largos bigotes, mientras emitía unos chirridos, como si estuviera hablándome... ¡Me costaba creerlo! No puedo describir esa sensación con palabras. Apenas unos momentos después salió corriendo y se perdió entre unos matorrales, fuera del alcance de mi vista. El breve encuentro con ese pequeño y escurridizo animal, me hizo comprender y sentir muchas cosas, que de repente llenaron de luz, zonas en sombras sin respuestas, que habitaban en mi mente. Mi serenidad y tranquilidad de espíritu habían sido captadas por el animal, que seguro, como todos los animales, poseía un elevado sentido de la percepción energética.

Esta cuestión fue el hilo conductor de mis pensamientos, que me llevaron a la primera pregunta que me plantee analizar: ¿qué me había llevado a estar finalmente aquí sentado, a miles de kilómetros de mi lugar de origen?... ¿cuáles eran las profundas razones de mi enorme interés por este país y su cultura?... ¿Porqué había elegido Shaolin, si es que lo había elegido?.... ¿Quién era yo y cuál era mi propósito en la vida?... ¿qué estaba buscando?..... Pero sobretodo, la pregunta raíz: ¿Quién era Yo?....





Intentando negar que todo cambia constantemente,
Perdemos el sentido del carácter sagrado de la vida.
Tendemos a olvidar que formamos parte indivisible
Del orden natural de las cosas.




De alguna manera, era como si mi vida se detuviese en algún lugar del camino, un lugar atemporal, sin perturbaciones, y mi conciencia despertara a una nueva realidad. Podía pensar con una claridad sobrecogedora, sin que me asaltaran las constantes imágenes de acontecimientos y palabras, que normalmente vagan por nuestra mente, y que no hacían más que crear confusión interior. Todos los pensamientos fluían por mi mente de manera ordenada, creando conceptos, ideas y respuestas fácilmente comprensibles. Tenía respuestas que mi mente racional y analítica, podía comprender de manera clara y concisa.

Y todo esto me estaba conduciendo irremediablemente a un plano mucho más trascendental, donde lo puramente físico, lo racional, carecía de importancia. Estaba descubriendo y comprendiendo la naturaleza íntima de las cosas, sin la intervención de la mente racional. Entendía que la impermanencia de las cosas, de todas las cosas, era el camino que conducía a la verdad pura. ¿era eso la verdad?... Esta claridad de pensamiento, ¿era esto un estado de iluminación? Cada respuesta, por muy clarificadora que fuera, me llevaba siempre a otra pregunta. Ese proceso se hacía interminable. Y cada vez era más intenso y rápido, más complejo y enriquecedor, aunque mi mente limitada, no era capaz de asimilar todo eso.

De repente, todo ese proceso mental se detuvo, se diluyó en mi espacio interior y pasé a ser un mero observador de todo lo que sucedía interiormente. Ese algo superior a tu propia mente, tomó conciencia del todo...... Y eso supuso una liberación extraordinaria.....

Buscar la verdad absoluta era como pretender alcanzar el horizonte. Siempre estaría lejos. No era esa la verdad. Era solo una imagen mental, un concepto subjetivo. La verdad es tan simple, que la tenía delante de mi, detrás, a mi lado, estaba sentado sobre ella, y al mismo tiempo me envolvía con su invisible manto; constituía mi aliento, y al mismo tiempo, era siempre inalcanzable. Si quería atraparla en mi pensamiento, desaparecía, era otra cosa. Corría a mi alrededor en forma de hormiga, o caía al suelo como una hoja mecida por la brisa. La verdad, era mis dedos jugando con una simple brizna de hierba. La verdad es ese instante momentáneo de felicidad. Pero también lo es la búsqueda de esa felicidad. En definitiva, la verdad pura y última de las cosas, es su existencia en si misma, es tan simple y complejo a la vez. La verdad es la vida misma.

La verdad pura, la respuesta última, vendría cuando el proceso mental de la búsqueda se detuviera, en un espacio interior, como al que había llegado mi mente aquí, en este momento. Y esa verdad es como un relámpago, que solo existe en el momento preciso en que se manifiesta. Todo lo demás, serán conjeturas ‘acerca’ del fenómeno, acerca de la verdad. Y cada relámpago es único e irrepetible. No existen dos iguales. La vida es lo mismo, cada instante es único e irrepetible. Solo hay que despertar la capacidad de poder verlo, ... Y disfrutar de ello. Hay que despertar esa conciencia y aprender a mirar y vivir de otra manera. Pero si solo prestamos atención al trueno que sigue siempre al relámpago, nuestra experiencia será muy pobre y carente de todo progreso. En definitiva, la verdad podía consistir simplemente en comprender la naturaleza íntima de las cosas. Y ese proceso de comprensión, requería necesariamente un camino de interiorización espiritual, un estado, en el que quizás yo me encontraba ahora, y que no era, ni mucho menos, la meta, el final. Y aún así, en posteriores ocasiones, me preguntaba, si esa comprensión, ese conocimiento o ese despertar, era realmente tan valioso como yo lo sentía y entendía....

Me encontraba allí sentado, viendo, sintiendo el suave e incesante discurrir de la vida a mi alrededor. Las hormigas que caminaban junto a mi pie, tenían el mismo valor que yo mismo; mi racionalidad no me hacía ser superior en nada. No eran ni más importantes, ni menos. Formaban parte de la vida, de la existencia. Eran la vida misma, igual que yo. Me veía como una parte infinitesimal del universo, pero ahí estaba. Y al mismo tiempo, yo mismo era todo el universo. Mi existencia era importante para el mundo, igual que el mundo lo era para mí. Ambas cosas eran en realidad una sola cosa. La unidad, la armonía entre todas las cosas, esa era la respuesta a mi pregunta sobre mi Yo absoluto.


Si supiéramos que esta tarde nos quedaremos ciegos,
Echaríamos una mirada nostálgica,
Una verdadera última mirada a cada brizna de hierba,
A cada formación de nubes, a cada mota de polvo,
A cada arco iris, a cada flor, a cada gota de lluvia, ... A todo.

Pema Chödrön




La pregunta del porqué y para qué, dejó de ser relevante desde ese mismo momento. Me había liberado momentáneamente de ese deseo, por otro lado natural, de querer saber acerca de la razón de las cosas. Era como cuando pelas una cebolla; quitas una capa tras otra, y al final del todo, no hay nada. El centro de la cebolla es la “no-cebolla”. Y sin embargo, solo puede existir, si existe su envoltura, la cebolla. Nuestra naturaleza íntima es igual, hay que quitarle cosas, hasta que no quede nada al final. Hay que pelar el “Yo”, hasta que no quede nada, hasta que solo exista el “No-Yo”. Esa ‘nada’ será la verdad....

Poco a poco fue floreciendo, madurando la idea de que, lo que constituía finalmente el objetivo de mi búsqueda, no era otra cosa que la disponibilidad del alma, de la conciencia. Una capacidad, un arte secreto que me permitía comprender en cualquier momento, en medio de la vorágine de la vida, la idea de la unidad, de la armonía.

Y esa vida era como un río compuesto por mí, por todas las personas que pasaron por mi vida. Y todas esas experiencias, las emociones, el dolor y sufrimiento, la alegría y el amor, formaban parte del río. Y toda esa agua que llevaba, fluía, sufría, lloraba, se reía, y se precipitaba hacia unas metas; muchas metas en realidad; lagos, cataratas, remansos, rápidos, el mar.... Y todas esas metas eran alcanzadas y superadas. A cada una le sucedía otra nueva, y el agua se evaporaba y subía hacia el cielo, convirtiéndose en lluvia, que se precipitaba al suelo, dando origen a fuentes, nacimientos, arroyos, ríos, que volvían a reanudar su curso hacia el mar... Así era la vida misma, y nosotros solo éramos una pequeña parte de ella.

Estaba tan absorto en mis pensamientos, que apenas me percaté de la presencia de mi pequeña amiga, la ardilla, que había regresado junto a mí. Era sin duda alguna la misma, salvo que en esta ocasión portaba algo en su boca. Era una nuez. Se acercó aún más a mi, hasta quedar al alcance de mi mano. Traté de establecer una comunicación con el animal, porque estaba seguro que me entendía. Y para ello no necesitaba palabras. Para mi sorpresa, la pequeña ardilla dejó caer la nuez que llevaba, delante de mis pies, y se retiró algunos pasos. Pensé que se había asustado de mí al extender mi mano hacia ella, o que quería establecer algún tipo de juego conmigo. Permaneció durante unos instantes a la expectativa, observándome con sus vivos ojillos redondos, mientras se alzaba sobre sus patas traseras. Poco después, volvió a acercarse, emitiendo unos graciosos chirridos, y tomó de nuevo la nuez en su boca. Acto seguido se subió a mis pies y dejó caer el fruto en mi mano, aún extendida. ¡Me quedé helado!

Un intenso escalofrío recorrió toda mi espalda, y me llegó a lo más profundo de mi ser, estallando allí como un globo de millones de diminutas burbujas. La intensa felicidad y emoción que me inundó el alma, el corazón y toda mi existencia, me hizo llorar. Pero lloraba de alegría. Este pequeño roedor me ofrecía un fruto, que seguramente había ido a recoger expresamente a algún lado. Este gesto era sin duda de ofrecimiento hacia mí. Acepté ese valioso obsequio con enorme gratitud, mientras con la mano acariciaba suavemente la cabeza de mi pequeña amiga. Creo, sin lugar a dudas, que este es el mejor regalo que jamás nadie me ha ofrecido. No necesito ni quiero comprender la razón de esto. Simplemente fue así. La pequeña ardilla se quedó un buen rato jugueteando por allí, e incluso se atrevió a subirse a mi hombro y cabeza. Luego se marchó igual que apareció. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, por la que había valido la pena venir hasta aquí....

La naturaleza me había regalado este momento tan grande, tan lleno de significado y sabiduría. Tan inexplicable, a los ojos de los que no quieren ver, cegados por su propia esencia egoísta de supremacía. Fue un verdadero instante de felicidad, un reluciente y poderoso relámpago, con una intensidad inusitada, que iluminó por completo todos los rincones de mi ser. Había ‘despertado’ ....





La verdadera espiritualidad consiste también
en ser consciente del hecho de que,
Si una relación de interdependencia nos liga a cada cosa y a cada ser,
El menor de nuestros pensamientos, palabras o acciones
Tendrá repercusiones reales en el universo entero.

Sogyal Rinpotché




Me quedé allí, sentado, simplemente contemplando todo lo que me rodeaba, sin que mi mente racional interviniera de alguna forma. Los pensamientos comenzaron a acudir a mi de manera ordenada, tranquila y con una lucidez antes desconocida por mi. Empezaba a comprender la trayectoria que, muchos años atrás, me había llevado a emprender este viaje, y que finalmente me había conducido a Shaolin, y como consecuencia última, hacia mí mismo. De alguna manera, había sido un largo viaje, iniciado treinta años atrás, y que me había conducido hacia mi propio interior. Había llegado al final de una etapa de mi vida, y a partir de aquí, muchas cosas serían diferentes. Y no porque las cosas hubiesen cambiado, no. Fuera de mi, todo seguía igual. Era mi manera de verlo, lo que había cambiado. No era ni mucho menos mi meta lo que había alcanzado. Hacía tiempo que había prescindido el alcanzar horizonte alguno. Y el camino no había sido fácil; todo lo contrario. Han sido necesarios muchos momentos de frustración, sufrimiento y dolor, para llegar hasta aquí. Y Shaolin, el Kung-fu, el Taiji, las experiencias, mis Maestros, amigos, familiares y alumnos, y hasta yo mismo, habíamos sido meros vehículos de aprendizaje, sin los cuales, no existiría este preciso momento de liberación.

Llegué a la conclusión, de que no existen los Maestros, tal y como los entendemos en occidente, sino que somos nosotros mismos, los que con nuestra capacidad de comprensión y asimilación les damos forma existencial. El Maestro solo existe para sí mismo, y para los que son capaces de aprender de él, sin que este enseñe nada.

Sin duda habían transcurrido algunas horas desde que me senté en este plácido rincón del pequeño templo. Un punzante dolor en mi rodilla lesionada, me devolvió a un estado de conciencia más ‘terrenal’. Y fue en ese momento, cuando me di cuenta de que ya no estaba solo, aunque en esta ocasión no se trataba de mi pequeña amiga, la ardilla. Había un anciano monje arreglando algo en un pequeño huerto de uno de los patios. Su indumentaria no dejaba lugar a dudas, era un monje. No podría precisar el tiempo que llevaba ahí, trabajando en la tierra, pues parecía no emitir sonido alguno. En cualquier caso no me había molestado en absoluto. Decidí levantarme y presentar mis respetos. Cuando me vio ponerme de pie y dirigirme hacia él, me saludó con el gesto de su mano. Me acerqué a él y le saludé con el tradicional gesto budista, a lo que sin sorprenderse lo más mínimo, respondió de igual manera. Presentándome con mi nombre chino, traté de entablar una conversación con el monje, y para mi propia sorpresa, no me fue muy complicado; las palabras parecían salir por si mismas, como si yo fuese en parte un mero oyente de lo que decía. Averigüé su nombre y ocupación, que no era otra que la de cuidar del lugar en el que vivía desde hacía más de veinticinco años. A pesar de que parecíamos entendernos perfectamente, o al menos con cierta fluidez, eché de menos a Yan, para que me tradujera algunas cosas de las que me decía.

Intuía que este anciano poseía mucha información sobre Shaolin y este lugar, lo que me interesaba bastante. A pesar de la dificultad del idioma, parecía que, de alguna manera, existía una comunicación no verbal que nos permitía conectar y entendernos lo suficiente. Esta curiosa impresión ya la experimenté en una ocasión, mientras mantuve una profunda y distendida conversación con el gran Maestro Shaolin, Shi Xing Hong, durante un almuerzo, con motivo de su estancia en mi escuela para dirigir un curso.

El anciano monje con el que estaba hablando, se llamaba Shi Youn Shou, (no estoy del todo seguro) y vivía en este lugar desde hacía 25 años. Se encargaba de cuidar el pequeño templo, sus jardines y el pequeño huerto. Es lo que pude comprender de nuestra charla, siempre en un tono amable y distendido. Le hice comprender que yo practicaba Kung-fu Shaolin, y el me contestó que lo sabía. También él lo practicaba desde niño. Me hacía referencias a que ya nos había visto antes, cuando estuvimos aquí, hace una semana para hacer las fotos. Y yo también tenía la vaga impresión de haberle visto antes, pero no recordaba donde ni cuando....

Debía de tener unos setenta o setenta y cinco años, pero se le veía muy fuerte. Su rostro, curtido por el sol, dejaba ver las arrugas del tiempo, pero aun así, parecía emitir una extraña y reconfortante paz y tranquilidad. Sus ojos brillaban con la serenidad de una profunda sabiduría. En cierto momento, me comentó que si yo era monje Shaolin, una pregunta que no lograba entender del todo. Él insistía, hasta que me di cuenta que no me lo preguntaba; ¡Lo estaba afirmando!....creía que yo era un monje! Repetía varias veces la palabra “foo”, que significa Buda en chino, mientras me señalaba. Me reí, y le traté de hacer comprender que no. Pero él me indicaba, señalándome el pecho, que lo era ‘dentro’, en el corazón. No lograba entenderlo del todo, o más bien, no quería entenderlo del todo. Yo no era monje, ni mucho menos un Buda.... Aunque si he de ser sincero, esa afirmación tan insistente, me dio mucho que pensar.

Nuestra conversación llegó al tema Shaolin y el Kung-fu. Yo le comentaba que practicaba Kung-fu desde hacía casi 30 años, pero que ahora estaba lesionado. Aún así, le esbocé ligeramente movimientos de algunas de las formas más importantes de Shaolin, que reconoció al instante. No sabría decir quien mostraba más entusiasmo de los dos, pero el hombre, en un momento dado, me realizó dos formas, que me dejaron con la boca abierta. Aunque sus movimientos ya no tenían la agilidad de la juventud, eran poderosos y muy precisos. Se notaba que eran formas antiguas, que desarrollaban el trabajo interior de manera claramente visible. Ya quisiéramos muchos de nosotros trabajar a ese nivel, teniendo en cuenta la edad de este hombre. Aun así, se mostraba en todo momento humilde, queriendo compartir, que no mostrar sus conocimientos. En nuestro país sería un auténtico fenómeno, un Maestro de Maestros, pero seguro que no sería feliz. Aquí debía tener todo lo que necesitaba para vivir en paz. Me di cuenta la de cosas superfluas que tenemos en nuestra sociedad....

Yo estaba entusiasmado con la amabilidad y los conocimientos de este anciano monje, y de buena gana me hubiese quedado allí horas, días enteros escuchándole. Aprendí muchas cosas de este verdadero Maestro. Pero el día estaba tocando su ocaso, y muy a pesar mío, tenía que regresar a Dengfeng, así que nos despedimos, a pesar de todo, de muy buen agrado, sabiendo que el tiempo había sido aprovechado plenamente. No sentía tristeza, ni nada parecido, a pesar de que, como ya dije antes, me hubiese gustado quedarme aquí. Al contrario, en mi corazón llevaba un equipaje de alegría, de conocimiento y serenidad de espíritu. Dije adiós a mi pequeña amiga, la ardillita, que aunque no estaba a la vista, intuía que me estaba observando desde algún lugar. Mi profundo agradecimiento también iba para ella. Conmigo, en algún rincón de mi corazón, llevaba una pequeña parte de este lugar, que me había llenado tanto. Pero también sabía que algo de mi, se quedaba para siempre en este pequeño refugio de mi alma, donde me había desprendido de parte de mi mismo. Quizás esa parte desde siempre perteneció a este lugar, a esta tierra....





Cada etapa es un avance considerable hacia la plenitud
Y la satisfacción profunda.
Todo viaje espiritual es como ir de valle en valle:
La travesía de cada uno de sus pasos
Nos revela un paisaje aún más esplendoroso que el anterior.



De alguna manera, había comenzado otra nueva etapa de mi vida. Eso significaba que tendría que vivir un tiempo de readaptación, hasta que aprendiera a encajar mis pensamientos y sentimientos con mi habitual entorno social. No era fácil adaptar mi forma de pensar, a la sociedad occidental en la que habitualmente me desenvolvía. Estaba por ver como afectaría todo esto en mi posterior relación con los demás. Con Toñi, mi querida compañera no había problema alguno, pues ella compartía en gran parte mis pensamientos. Era, de alguna forma, mi alma gemela. Pero con todos los demás, ya era otra cosa ....

Comprender el mecanismo del devenir de las cosas de la vida, es una cosa, pero llevarlas a la práctica, es otra bien diferente, y bastante más complicada. El vivir día a día, con plena conciencia, se convertía en mi camino espiritual, en mi acercamiento a Buda, a mi mismo. Ese era el trabajo por realizar de aquí en adelante. Nada había cambiado, ... Pero todo era distinto.

Sabía que, nada de lo sucedido aquí, en este pequeño templo, me lo iba a poder llevar de alguna manera, que no fuese como una extraordinaria experiencia. Había sido como un chasquido de los dedos, ¡Zás!... Se produjo en un instante, y luego .... Nada, el silencio, otra cosa, otro chasquido, un recuerdo. Y así eran las cosas. Así es la vida. Así es el río....






La experiencia de la realidad, del despertar o de lo divino,
No es auténtica más que en la medida en que ilumina cada instante.




Emprendí el camino de vuelta, con la misma tranquilidad y serenidad de espíritu que cuando llegué aquí. Quizás me sentía algo abatido, triste quizás, por tener que abandonar este lugar. En mi interior nació el sentimiento de querer compartir esta experiencia con las personas queridas por mi. Pero eso era imposible; ni siquiera al contarlo podía trasmitir lo que había sentido. Pensé que debía escribir sobre ello cuando llegara de vuelta a casa. Sería como un regalo a los demás; como un regalo de mi corazón. Y no me importaba si lo iban a apreciar o no. Ni siquiera si lo comprenderían o no. Pero quizás, al leerlo, alguno podría abrir una ventana hacia su interior, y ver el camino de la verdad, de la felicidad, tal y como yo he visto el mío. Con eso me bastaba....

Apenas había caminado unos diez minutos, cuando me encontré con el señor del motocarro, que no se si es que me había estado esperando, o es que se encontraba allí por casualidad. Decidí que, ya que estaba allí, sería bueno que me acercara a la carretera que llevaba a la escuela. Luego me di cuenta que ya era bastante tarde, y que mis alumnos habrían terminado sus entrenamientos del día. Aún así, subí al cacharro este, y tras indicarle al conductor adonde quería ir, nos dirigimos cuesta abajo por la estrecha carretera, a una velocidad, creo que excesiva. Eso pensaba yo, algo ’acojonado’, metido en ese pequeño cajón metálico, que hacía de habitáculo de pasajeros, y que no tenía ni puertas. Aquello parecía una carrera en una batidora! Este hombre dejaría en ridículo al mismísimo Ángel Nieto en sus mejores tiempos! Pasado el miedo inicial, el resto del trayecto fue hasta divertido, porque el conductor, encima se reía a carcajadas, y yo le animaba aun más. Finalmente llegamos sanos y salvos al cruce de calles del centro, donde me bajé. El conductor me pidió 5 Yuanes, pero me pareció correcto darle 15, que viene a ser 1,50 €. El hombre se mostró muy contento y me dio las gracias un montón de veces.



Del centro de Dengfeng hasta el hotel, no había más de quince minutos andando. Podía haber ido en el motocarro, pero me apetecía caminar y seguir reflexionando. No tenía prisa alguna. Me encontré con la furgoneta de la escuela, cuyo conductor comenzó a tocar el claxon para saludarme. Finalmente paró, y me preguntó si me llevaba al hotel. Le contesté que no, gracias. Me preguntó que donde había estado, pues no me había visto con el grupo. Traté de explicarle que había ido caminando hasta el pequeño templo de la montaña, lo que le sorprendió mucho. No entendía su entusiasmo; Debió parecerle una hazaña o algo así. Me felicitó efusivamente, incluso. Estos chinos ! .... Finalmente se marchó con su furgoneta, con la música del “Fari” en chino a todo volumen, y riéndose a carcajadas.

Capitulo 10

Capitulo 10



La pagoda del Templo Songyue


Teníamos esa tarde libre, así que le dije a Yan que deseábamos visitar la gran pagoda que se divisaba a lo lejos, en medio de un gran bosque en una ladera del monte Songshan. Todos los días, en el trayecto hacia la escuela, la veíamos, y teníamos interés en visitarla. Pensé que era una excelente ocasión de hacer unas buenas fotos con los miembros del equipo. Por otro lado, me interesaba mucho la parte histórica del lugar, porque según mis datos, era una de las pagodas budistas más antiguas de China.

Un coche privado del hotel nos recogió y nos trasladó en apenas veinte minutos hasta esa pagoda. Estaba enclavada en pleno bosque, y la carretera que llevaba hasta ella, estaba en bastante mal estado. Formaba parte de los lugares de interés turísticos de Dengfeng, aunque, por lo que pude apreciar, muy poca gente de desplazaba hasta ese lugar, algo apartado en la montaña. Tuvimos que adquirir las entradas en un pequeño puesto de control que había junto a la carretera. Nuestros chicos iban vestidos con el traje naranja de Shaolin, lo que llamó la atención a los guardas, que nos miraban con descarada curiosidad. Seguimos el tortuoso camino hasta encontrarnos ante las puertas del recinto, que estaban cerradas con una valla. Un guardia nos facilitó la entrada, mientras que el chófer se quedó en el coche. Éramos los únicos visitantes del lugar, y a juzgar por ciertas lustrosas telarañas, también los únicos en mucho tiempo.

El lugar era realmente fascinante; reinaba un silencio casi absoluto, solo roto por el murmullo del arroyo cercano y la suave brisa de los árboles. Los pájaros se dejaban oír, posados entre sus abundantes ramas. El recinto era muy pequeño, rodeado por un muro rojizo, idéntico al de Shaolin, y estaba escalonado en tres partes, siguiendo la orografía del terreno, ligeramente en pendiente. Un anciano monje estaba cuidando los jardines. Aparte de la gran pagoda, también había tres pequeños edificios al fondo del recinto, cuyo perímetro podía abarcar de un solo vistazo. El edificio del centro era una sala d oraciones, con un pequeño Buda de madera tallada, sobre un modesto altar. El lugar era en realidad un pequeño templo, en cuyo centro se erigía la gran pagoda. Todo estaba rodeado de una densa vegetación, mientras que a espaldas del lugar podía observar las escarpadas y majestuosas laderas del monte Songshan. La palabra que mejor describe la sensación que percibía era, sin lugar a dudas, paz. Era un lugar que me invitaba a quedarme, que ejercía una extraña atracción sobre mi...

Iniciamos la sesión de fotos, en las que cada uno adoptaba diferentes posturas y técnicas características del estilo Shaolin. También aproveché para grabar en video las formas aprendidas días atrás. No salió muy bien por los errores y equivocaciones que cometían en su ejecución. Por otro lado, busqué diferentes ángulos para fotografiar el lugar, tratando de captar con mi cámara, lo que ese pequeño templo me transmitía. Tarea harto difícil puesto que,¿cómo captas el silencio?....¿Y de que manera fotografías las suaves fragancias y olores a naturaleza del lugar?....¿Cómo lograr plasmar en una foto, siquiera una sola de las sensaciones que yo percibía?.... Era el silencio, salpicado sabiamente y en perfecta armonía, de sonidos tenues de la naturaleza. Era la tranquilidad del lugar, la soledad y el relativo aislamiento. Era su mágico y poderoso entorno. La naturaleza viva. Era un todo, en perfecta armonía....

Mientras los demás se dedicaban a hacerse más fotos, yo tuve la ocasión de sentarme un rato tranquilamente a meditar. Tenía la sensación, casi la certeza de no querer volver a mi país.....

Mi mente y mi alma, se diluyeron en ese lugar, y me sentía parte de un todo, mientras una embriagadora sensación de felicidad me iba llenando por momentos....
Trataba en vano de buscar palabras para encauzar y describir tan maravillosas experiencias y sensaciones, pero en mi mente, desaparecían como tragadas por un espacio insondable, donde esas palabras se convertían en infinitesimales partes, casi imperceptibles, de mi intento de retenerlas.





La felicidad es el resultado de una maduración interior.
Solo depende de nosotros, al precio de un trabajo paciente,
Proseguido de día a día.
La felicidad se construye, lo cual exige trabajo y tiempo.
A largo plazo, la felicidad y la desdicha son, pues,
Una manera de ser o un arte de vivir.



Dos horas más tarde, regresamos al hotel, aunque me prometí volver a aquel sitio. Había algo muy especial, que, como he dicho antes, no se describir y que me atraía con fuerza. Puede que fuesen todo un cúmulo de circunstancias, que junto a mi experiencia vivida semanas atrás en el templo Shaolin, me empujasen a sentirme tan atraído por este pequeño templo. De no haber tenido responsabilidades, de buena gana me hubiese gustado quedarme a vivir aquí.

Bienvenido...

Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..