martes, 28 de abril de 2009

Capitulo 8


¡Que llegan los americanos!


Mi amigo Chen, al que siempre me lo encontraba por todos lados, me comentó que el próximo día llegaría un gran grupo de americanos. Pensé que estaría bien, ya que, por el momento, éramos los únicos extranjeros en toda la ciudad. Le pregunté de la razón de su visita y me dijo que venían a entrenar al Templo y para hacer unos exámenes.

Esto parecía muy interesante, y sentía verdadera curiosidad por conocerles. Sería también bueno para establecer nuevas amistades con gentes del otro continente.

Al día siguiente, cuando regresamos de nuestros entrenamientos, nos encontramos en el parking del hotel, cinco grandes y modernos autocares. Recalco lo de modernos, porque era bastante inusual ver este tipo de vehículos de lujo en China. Y el hotel estaba literalmente tomado por los americanos. Era un grupo de 180 personas, todos o casi todos practicantes de Artes Marciales y pertenecientes a una cadena de escuelas o academias de los EEUU, llamadas “United States Self Defense Studios”. Una gran pancarta a la entrada del hotel les daba la bienvenida. Los americanos iban en todo momento vestidos con ropa de entrenamiento, esto es, pantalón negro y unas camisetas con el emblema de su escuela o asociación, (que por cierto me recordó a “Karate Kid”). Me llamaba la atención que portaban casi todos cinturones negros, de los que se usan en el Karate u otras Artes de origen japonés o coreano, y que muchos de ellos luciesen una brillante calva, es decir, que estaban rapados. Sentía verdadera curiosidad por ver qué estilo de Kung-fu practicaban y el nivel que tenían. Si se acercaba minimamente a su nivel económico, tenían que ser unos “monstruos”, pues pasta se veía que tenían.

Después de cenar, Yan, que había hecho de espía para nosotros, me dijo que los americanos iban a entrenar en el parking del hotel. Eso no me lo podía perder de ninguna manera. Subí rápido a por mi cámara de vídeo a la habitación, y bajé más rápido aún a la calle para grabar lo que pudiese. Ya eran más de las nueve y media, por lo que el sol ya se había retirado detrás de las montañas, y el parking estaba iluminado por las escasas farolas. La temperatura era muy agradable. Me quedé en la gran escalinata de la entrada, donde se habían congregado un buen número de personas curiosas, en su mayoría chinos. En el parking había un gran número de americanos dispuestos en filas y en posición de firmes. Podían ser fácilmente más de cien. Pensé que porqué no se habían ido a la parte de atrás del hotel, donde había un gran espacio para poder entrenar. En el parking, delante del hotel, estaban expuestos a las miradas de quienes pasaran por la acera. Pero saltaba a la vista que eran americanos, y tenían que demostrarlo a cada paso que daban.

Comenzó el entrenamiento.... Varios personajes, imagino que Maestros, vestidos con pantalón negro y chaqueta roja, con su correspondiente cinturón, se paseaban entre los demás. Al fijarme mejor en sus vestimentas, descubro con cierto asombro, que se trataba de Karateguis, las chaquetas que se usan en Karate. Y destacaba otro personaje, también este con chaqueta amarilla de Karáte, y ocho o nueve danes en su cinturón, que debía de ser el Jefe supremo. ¿Porqué llevaban todos trajes de corte y estilo japonés?.... Algo no encajaba allí....

Comenzó el entrenamiento, o eso creía yo que era, pues luego resultó de que se estaban examinando de grado. Cuando comenzaron a hacer sus primeros movimientos, me quedé perplejo; ¡Estaban realizando técnicas de Karate! Incluso comenzaron a repasar una a una las Katas básicas de la escuela Shotokan, y por cierto, muy mal ejecutadas. ¿qué era eso? No acertaba a entenderlo. ¿qué hacía toda esta gente aquí, en la cuna del Kung-fu Shaolin, haciendo Katas de Karate? A cada momento dejaban oír su “Kiai”, el característico grito que se suele emplear en las Artes de origen japonés. Cada vez que el Maestro daba una orden, los asistentes contestaban con un sonoro “¡Sir, Yes, Sir!! (Señor, Sí, Señor!). Si cerraba los ojos, tendría dudas sobre lo que se trataba. Parecían los malos de Karate-Kid, pero interpretados durante la instrucción de los paranoicos marines americanos. Faltaba solo la banderita de barras y estrellas. Era la típica parafernalia americana, que, con todo mis respetos, rayaba el ridículo más espantoso.
El “Grand Master”, haciendo alarde de una gran soberbia, como pocas veces he visto en Maestros, no hablaba directamente con los alumnos, sino que daba las indicaciones a los de la chaqueta roja, y estos a su vez las transmitían a los de negro. Al final de la sesión, el “Grand Master” iba de alumno en alumno, acompañado de cinco o seis instructores, y se colocaba enfrente de estos alumnos, a escasos centímetros de sus caras, y les gritaba cosas. El sujeto de turno, sin mirar la cara al Maestro, contestaba de vez en cuando con un sonoro “Yes, Sir”, mientras los demás instructores rodeaban literalmente al aspirante a pasar de grado. Mientras, todos los demás, permanecían de pié en posición de firmes y formando filas. Aquello era realmente chocante, y parecía sacado de alguna película americana sobre marines. Un verdadero espectáculo, un tanto bochornoso y ridículo bajo mi punto de vista. Muchos chinos allí presentes, incluido personal del hotel se reía en voz baja. En la espalda de las camisetas americanas, que portaban todos, rezaba en grandes letras sobre un fondo naranja y amarillo, con bonsai incluido: “Shaolin Kempo”....

¿Shaolin Kempo? El nombre en si no era especialmente relevante, pues conozco estilos que se llaman así, aunque no se muy bien porqué. En este caso, el nombre de verdad que no tenía nada que ver con lo que estaban realizando, con el estilo que hacían. Más que estilo parecía una extraña mezcla de diferentes artes: Kempo, por las técnicas de defensa personal que mostraban, Karate Shotokan por las Katas (Formas) y Taekwondo por la manera de usar las piernas. Y a este “Chop Suey” de técnicas lo llamaban “Shaolin Kempo”....

Entre nosotros hacíamos comentarios sobre la calidad técnica de lo que estábamos presenciando, que de verdad, y salvo algunas excepciones, era de pena.. Sinceramente estaba algo molesto, por no decir ‘cabreado’ por lo que estaba viendo. Apenas grabé veinte segundos con mi cámara, pues no merecía la pena gastar cinta en ello. A pesar de todo, no hablábamos de manera despectiva hacia ellos. Algunos chinos que ya nos conocían y nos habían visto entrenar, se me acercaron para preguntarme que ‘qué era eso’, refiriéndose al show, mientras comentaban “Ta bù shi Shaolin Gong-fu” (eso no era Kung-fu Shaolin). Parecían más una secta que una escuela de artes marciales. El que estuviéramos allí hablando y observando, pareció molestarle mucho al “Grand Master”, que llamó a uno de sus seguidores para indicarle algo con gestos dirigidos hacia nosotros. Uno de ellos, que hablaba bastante bien español, se nos acercó y entabló conversación conmigo. Me dejó entrever amablemente que estábamos molestando al Maestro con nuestros ‘cuchicheos’, y que era mejor que nos retirásemos a descansar.
No me lo podía creer! ¿qué se creía esta gente? Me entró un poco la risa y controlé a duras penas mi rabia interior. Le dije respetuosamente, aunque he de reconocer que con cierta carga de cinismo, que estaba en un espacio público, y que en cualquier caso, eran ellos los que me molestaban a mi, con sus gritos. Que tenía que entender mi natural curiosidad por ver ese ‘circo Shaolin americano’, aunque los payasos no me gustaron. Y que les pedía disculpas por respirar el aire que ellos necesitaban. Que podía ir a donde su Maestro y postrarse ante él y decírselo de mi parte.
Se marchó un tanto sorprendido por mi dura respuesta, que reconozco fue, como mínimo irrespetuosa y fuera del tono y vocabulario que normalmente suelo emplear....

Esta prepotencia de que hacían gala estos americanos me alteraba bastante. Era un poco como invadir otro país, ya sea militarmente o con su cultura-basura, el “american way of life”. Llegaban aquí y se creían en el derecho de decidir quién les miraba y quién no. Y les debería dar vergüenza de usar el nombre de Shaolin en sus camisetas. Se ve que la vergüenza no era uno de sus fuertes y que el sentido del ridículo, seguro que ni figuraba en sus diccionarios. Eso sí, mucho saludo militar, mucho respeto de etiqueta hacia el Maestro, pero hacia los demás mortales, solo una esporádica sonrisa, fingida además.

Al trabajo de las Katas, le siguieron técnicas de defensa personal y algo de combate. Parecía que el coreógrafo de las técnicas había sido el inmortal superhéroe Chuck Norris. Y nada hacía entrever algo que tuviese que ver con el Kung-fu chino. Pero es que incluso para ser Karate, era de un nivel absolutamente paupérrimo. Lo único de nivel que había, eran los grados “dan” que portaban en los cinturones. Según pude averiguar posteriormente, habían llegado allí expresamente, para realizar un examen de 1º, 2º, 3º, y hasta 5º Dan de no se qué extraño estilo llamado Shaolin Kempo, que según ellos era Kung-fu. Y de paso pretendían realizar una demostración para el Abad del templo Shaolin al día siguiente. Me costaba creerlo.

En la segunda tanda de entrenamiento, el grupo de practicantes era de mayor grado, todos cinturones negros e Instructores de escuelas, aunque no mostraban tampoco una gran diferencia de nivel con el primer grupo. Estos realizaron algunas formas que parecían de Kempo o algo muy similar, pero en cualquier caso bastante alejado de lo que puede ser cualquier estilo chino de Kung-fu, y mucho menos del Shaolin Quan. Había algunos que por lo menos eran rápidos y con cierto nivel con las piernas. El “Grand Master” no hizo absolutamente nada, salvo pasearse como un General con aires de intocable entre sus estudiantes, que inclinaban la cabeza ante su paso.
Jesús, Dan y Mika se subieron a la habitación, cansados de lo que estaban viendo, mientras que yo me quedé un rato más, observando el desarrollo de aquél “reality-show americano”. Sentía también curiosidad por ver si el jefe se acercaría a mi para invitarme a marcharme, o mandaría a sus secuaces. De vez en cuando me dirigía una feroz mirada, llena de desprecio, a la que yo contestaba con una sonrisa....

Reflexionando, me di cuenta de que en el fondo estaba molesto conmigo mismo, por mis críticas hacia lo que estaban haciendo los americanos, sin pararme a reconocer el lado positivo de todo aquello. Analizando a fondo la cuestión, lo positivo es que ellos estaban aquí, y en un grupo enorme. Mostraban verdadero entusiasmo por lo que estaban practicando, yo diría que rayando el fanatismo, y veneraban al Maestro. Y poco les importaba que no se pareciese en nada al Kung-fu auténtico. Disfrutaban mucho vociferando su “¡Sir, yes Sir!”, mientras se les hinchaban las venas del cuello al gritarlo.

Eran más de ciento ochenta personas que creían ciegamente en su estilo, en su Maestro. Y había gente de todo tipo, desde algunos niños, hasta casi ancianos, pasando por el típico americano grueso que solemos ver en algunas películas, ataviado con su llamativa camisa hawaiana, al que era más fácil saltarle por encima que rodearle. En muchas ocasiones he visto películas americanas, algunas sobre Artes Marciales, y pensaba que se exageraba bastante el estereotipo americano; Pero me quedé corto.... Realmente son así!

Y mis pensamientos me llevaron hacia nosotros, que solo éramos cuatro, y eso con un enorme esfuerzo, pues no hubo manera de que se inscribieran más alumnos para venir aquí. Aunque el nivel no era ni mucho menos equiparable, ya que ellos no hacían Kung-fu, su compromiso con su escuela, su estilo y hacia su Maestro, si parecía mucho mayor que el mostrado por nuestros alumnos, que no mostraban ni un ápice de coherencia en este aspecto.
Todo esto me hizo reflexionar sobre muchas cosas y aspectos de nuestra escuela, y sobretodo, acerca de mí mismo.

Al día siguiente no se veía ningún americano por el hotel; Estaban en la visita al Templo. Si se notaba que aún estaban por aquí, era porque dejaron las habitaciones y los pasillos bastante sucios, llenos de botellas, latas y bolsas con desperdicios. ¡Vamos, una verdadera alegría para las chicas de la limpieza....! El pintor de cuadros que solía estar trabajando en el Hall de recepción, había hecho su particular “Agosto” con los americanos, vendiendo casi la mitad de sus obras. Y los había vendido bastante bien. Por una pintura de unos dragones sobre montañas, que a mi particularmente me encantaba, me había pedido inicialmente 800 Yuan, aunque tras negociarlo mucho, día tras día, había conseguido bajar el precio hasta los 300. Pues vi pedirle a un americano 2.800 Yuan, y este, sin pensarlo mucho, le soltó la pasta. Me quedé sin cuadro.... Así que no me extrañó que, dos días después, cuando pregunté por el pintor, me dijeran que se había ido unos días de vacaciones. Calculo que podría haber vendido fácilmente unos 30 cuadros, a un promedio de 800 Yuan, ..... Ya podéis hacer la cuenta....En China, esa cantidad equivale a unos tres o cuatro meses de sueldo.
Los americanos no negociaban los precios, sino que preguntaban y acto seguido, si les convencía, pagaban en dólares. Me pregunto si los americanos conocían el refrán ese que dice: “te han engañado como a un chino...”. Pues yo cambiaría lo de ‘chino’ por otra nacionalidad. ¡Son más listos que el hambre!

A la hora de la cena, acudimos como siempre al comedor, donde nos encontramos un gran bullicio, pues los yankis estaban celebrando una cena de gala. A nosotros nos reservaron el personal del hotel una mesa en un rincón, separada por un biombo. No se si era para que no nos molestasen a nosotros o para que nosotros no viéramos o participásemos de su fiesta, lo que tampoco era nuestra intención.(Luego me enteré que los americanos habían exigido todo el comedor para ellos solos....) Bueno, este detalle tampoco tenía demasiada relevancia, pero a la hora de servirnos la comida, la espera se hizo desesperante e incómoda. Me enfadé bastante, ya que mientras que en las demás mesas disponían de toda la comida, a nosotros nos llegaban los platos de uno en uno, con un intervalo de unos veinte minutos entre plato. Eso fue el colmo, así que llamé a Yan y le dije que hablara con la dirección y planteara nuestra queja. Si no se nos atendía de inmediato, queríamos marcharnos del hotel. Le dije que en nuestros billetes, con los que pagábamos, ponía exactamente las mismas cifras que en los de los americanos. Eran los mismos dólares. Yan estuvo a la altura de las circunstancias y se marchó a hablar con el director. Apenas un par de minutos más tarde, teníamos toda la comida en la mesa, con la disculpa personal del director. También el personal del comedor, que ya nos conocía de sobras, nos pidió disculpas, aunque sabíamos que no era culpa de ellos.

La fiesta-cena de los americanos parecía un circo; Muchos vestían el pantalón naranja del traje Shaolin, con unas ‘preciosas’ y llamativas camisas de estilo hawaiano. Algunos incluso portaban su cinturón negro. Una rubia con un vestido de noche muy escotado, creo que demasiado para la ocasión, no paraba de reírse a carcajadas. En la mesa de los maestros estaban, pues eso, los Maestros, pero acompañados por el Abad del Templo. Este hecho me sorprendió bastante, pues de alguna manera, este hombre como que no encajaba en todo esto. En mi mente se encendió una bombilla; .... Ya lo comprendía. Lo que importaba en estos casos era el dinero, el dólar americano. El Abad se mostraba bastante tenso e incómodo, eso saltaba a la vista. Pero a los demás, no parecía importarle lo más mínimo. Llegaban y se hacían una foto cerca de él, como si fuese un mono de circo, ya que ni le pedían permiso para ello. Antes de que comenzase la ceremonia de entrega de grados y certificados, el Abad se levantó, y a través del traductor, agradeció a los presentes su estancia en Shaolin y les deseó feliz viaje de regreso. Dicho esto, y sin esperar a que acabaran de aplaudir, se dirigió a la salida, visiblemente contrariado y acompañado de sus dos ayudantes. Hubo un ligero murmullo, seguido tras una breve pausa por otra oleada de aplausos. La mayoría había cumplido su objetivo; lograr examinarse de lo que fuese en Shaolin (¿?), hacerse una foto con el venerable Abad y tener un bonito certificado que lo acreditase. Estos certificados tenían un diseño y presentación muy llamativos, pero nada tenían que ver con el Templo, pues los mismos americanos los habían traído de su país. Pero en ellos rezaba que el titular se había examinado en el Templo Shaolin de Henan, China. Absolutamente increíble. ¡Que falta de respeto hacia el templo, hacia el abad y hacia las Artes Marciales chinas! Nada más importaba; ni las tradiciones, ni la historia, ni siquiera los monjes. Todo era puro negocio, pura fachada. Sentí verdadera vergüenza ajena. Éramos los mismos occidentales los que, con situaciones como esta, estábamos desvirtuando y ensuciando la imagen de Shaolin, que luego, paradójicamente, criticábamos en nuestros países.
Con este episodio, mi natural aversión hacia todo lo americano, se acentuó considerablemente.

Me podía imaginar la imagen que esta gente podía vender en su país, los USA. Una foto en la puerta del templo, vestido de naranja, y un bonito papelote que le acreditaba haberse examinado en Shaolin... ¡y hala, a abrir academias como churros! Porque los americanos son expertos en comercializar cualquier cosa. Porque todo esto, en un país como los USA, vende, y mucho además. Y da igual que sea o no Shaolin lo que enseñen,
ellos te venden la imagen... Y si no te convence del todo, te enseñan la camiseta que pone “The abbot of Shaolin Temple is my friend” y te venden la peli “ Kung-Fu”, en VCD, por supuesto, del David Carradine, vestido de monje chirigotero.

Pero esto, por desgracia, no solo ocurre en los USA, que son verdaderos expertos, sino que lo tenemos también en nuestro país. Y se hace negocio con ello. Se venden videos, libros, cursos y una imagen, que yo considero de barro, hueca, sin nada de valor en su interior. Toda una gran farsa. Pero hay muchos incautos y frikis que están sedientos de pertenecer a esa ilusión de Shaolin. Y siguen al primero que les venda la moto china - pero iluminada- del monasterio. Pero todo esto caerá, y si no,... tiempo al tiempo.


Al día siguiente, todos los americanos se marcharon a Shaolin, para hacer una demostración para el Abad. Por la noche, el Sr. Wang, que trabajaba como guía para los yankis, me comentó el desarrollo de esa demostración. Según su versión, todo el grupo se colocó en filas delante de la entrada al templo, en la gran explanada. Todos estaban en posición de firmes ... Y así se quedaron casi durante una hora y pico, ya que el Abad no quiso salir para presenciar la demostración. Les cayó incluso una tormenta tremenda, que a nosotros nos pilló entrenando, pero los tíos ni moverse. Permanecieron allí, bajo el intenso aguacero, sin inmutarse. Esa imagen me recordaba la película “American Shaolin”, donde el protagonista se pasaba varios días a las puertas del supuesto templo, esperando ser aceptado. Se ve que se habían visto muchas veces esa payasada de película, pues estos eran idénticos. A pesar de la prepotencia de los americanos, que llegaron a tener algunos pequeños altercados con las autoridades, pues no querían que nadie se parase en las escaleras de acceso al templo, no les sirvió, en este caso de mucho. Shaolin permaneció cerrado para ellos. La dignidad, a pesar de todo lo visto, no estaba en venta, lo que de alguna manera supuso un alivio para mi alma.
Esa misma tarde, partieron rumbo a Luoyang y Xi’an, cargados hasta las orejas de armas, trajes, camisetas y demás recuerdos que vendían en Shaolin. Después de todo, esta gente suponía un estupendo negocio para los chinos. Incluso se compraron una enorme espada decorativa, que debían llevarla entre dos personas y cuyo precio era de 22.000 Yuan.

El Maestro supremo de los americanos, se quedó en el hotel, ya que por lo visto, días más tarde llegaba otro nutrido grupo de la misma cadena de escuelas. En esta ocasión eran unos sesenta, pero poca diferencia con los anteriores; Volvieron a repetir toda la parafernalia americana: el entrenamiento tipo marine, las extravagantes vestimentas de algunos, las compras multitudinarias, el poco respeto hacia todo el mundo, etc. No quería creer que la prepotencia y soberbia fuese una característica de esta gente, pues no me gusta generalizar, pero muy pocos daban otra imagen. En el hotel estaban un tanto hartos, por lo guarros y maleducados que eran. Eso lo pudimos comprobar por nosotros mismos, pues apenas ninguno nos saludaba en los pasillos o en el ascensor, cuando nos cruzábamos con ellos. Llegué a percibir que hasta cierto punto, les incomodábamos; les molestaba que nosotros, también extranjeros allí, estuviésemos por esos lugares.


Desde la ventana de nuestra habitación, que daba al gran parque detrás del hotel, pude casualmente observar las evoluciones de un entrenamiento que estaba realizando el Maestro americano. Se encontraba solo, realizando algunas formas, que sí parecían de Kung-fu, del estilo Hung-Gar o Choylifut, o una mezcla de ellas. Realizó también alguna con sable. Su nivel no era malo y técnicamente era bastante bueno, pero lo que hacía, seguía sin tener nada que ver con el Kung-fu de Shaolin. Ni su estructura, ni técnicas ni expresión. Nada. Y para ser 8º o 9º Dan, como figuraba en su cinturón, pues tampoco era para lanzar cohetes. Cualquier cinturón negro de los nuestros lo superaba con creces, al menos en lo referente a la realización de formas. Cada vez que realizaba un grupo de movimientos, se paraba para secarse el sudor y beber agua (y de paso miraba por si alguien lo observaba). Se arreglaba el traje y el cinturón y continuaba con otro grupo de movimientos. Al rato llegaron varios alumnos suyos, portando uno de ellos un palo de tres secciones, que seguramente acababa de adquirir. Dado que el chaval no sabía ni como sujetar ese arma, el Maestro se le acercó y le pidió el palo. Cinco o seis movimientos y varios golpes, bastaron para que se la devolviese al chico. Seguramente, el arma estaba ‘defectuosa’ y por eso se había dado varios ‘coscorrones’ durante su intento de manejo..... Yo observaba sus evoluciones un tanto perplejo.

Una veintena de miembros de ese segundo grupo, aparecieron esa misma mañana en nuestra escuela, para entrenar. La verdad es que tenían una pinta bastante ridícula, o como menos, estrafalaria, con sus camisetas floreadas y sus llamativos trajes. Los chinos de nuestra escuela los miraban extrañados y con una sonrisa burlona en la cara. Uno de los Instructores habló con un miembro del equipo de monjes, para que subiese a la sala de arriba para enseñarles una forma. Se trataba del “Tongbeiquan”, una de las formas básicas del programa de Shaolin. Yan me preguntó si conocía esa forma, a lo que le contesté en broma, que sí, que lo mismo se la podía enseñar yo mismo a los americanos. Se lo comentó en broma al Instructor y este se lo tomó en serio, sonriendo encantado. Pareció encantarle la idea.—¡Joder!.... Que poco sentido del humor tenían aquí! - Me preguntó si tenía ropa.... Rápidamente decliné la propuesta, aunque insistió en que subiera, por lo menos para ayudar al Monitor que les habían asignado, y que no hablaba ni palabra de inglés. Prometí ayudarle, si era necesario, pero maticé que a los americanos no les agradaría la idea. Así que subí con el Monitor y lo presenté al grupo, que cuando me vieron, se miraban unos a otros con incredulidad y caras de asombro, pues el Instructor Jefe me presentó como Maestro. (casi me da la risa...). Les expliqué brevemente lo que iban a entrenar y les dije que ante cualquier duda, preguntaran por mí, que estaría abajo. Por supuesto que nadie bajó. Y yo solo me asomé en un par de ocasiones por la sala, más que nada para ver que nivel tenían. Y en las dos ocasiones, estaban descansando y haciéndose fotos.
El que si bajó, dos horas después, era el Monitor, visiblemente agobiado. Le preguntamos que tal le había ido, a lo que contestó que estaba harto de los americanos. En las dos horas solo habían logrado aprender apenas una veintena de movimientos de la forma. Siempre hablaban, y se paraban a descansar cada diez minutos. Y de bajar las posiciones, por supuesto ni hablar; todo eran quejidos y lamentos. (Bueno, eso ocurría en parte también con los nuestros). Y no paraban de hacerse fotos los unos a los otros, mientras le pedían al Monitor que hiciese alguna postura típica con ellos. De entrenar, poco. El pobre chaval, acabó más cansado que los americanos. Tanto que no quería volver a subir esa tarde para la segunda sesión. Al final, acabaron enviando a otro, que les enseñó casi la mitad de la forma. Bueno, es un decir, porque había que verlos trabajar. Eso sí, al final, dos de los asistentes del grupo, les dieron a los monitores 200 dólares! ....
Esta gente había ido a Shaolin, y a China a aprender Kung-fu, como el que viene aquí, a la Costa del Sol a jugar al golf.

Bienvenido...

Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..