martes, 24 de febrero de 2009


La escuela Epo de Kung-fu


Puntualmente, a las ocho menos cuarto, llegó la pequeña furgoneta, que en apenas cinco minutos nos acercó a la escuela Epo de Kung-fu. Atravesamos casi toda la ciudad, que a esas horas tempranas ya presentaba una considerable animación callejera. El conductor de la furgoneta, de cuyo nombre no me acuerdo, era un tipo pequeño, simpático y muy nervioso. Siempre estaba sonriendo. Enseguida congeniamos con él. Puso una cinta en el cassette de la radio del vehículo, y una divertida y pegadiza melodía cantada en chino comenzó a sonar. Era como escuchar al Fary, interpretando su “.... torito, ay torito braaavooo....” pero en versión china. Al final se convirtió casi en nuestro himno cuando íbamos en la furgoneta.
Ya desde lejos se perfilaban los grandes edificios blancos de la que sería, durante cuatro semanas, nuestra escuela. Desde su entrada a pie de carretera, se divisaban grandes superficies de tierra, todas llenas de cientos, de miles de alumnos entrenando. Nada más llegar, nos dirigimos a las oficinas del centro, donde nos estaba esperando el director de la escuela, el Maestro Liang Shaozong. Tras una breve presentación, exenta de protocolos y formulismos triviales, nos fue presentado uno de los Instructores y nos condujeron a la sala donde se desarrollarían los entrenamientos. Si alguien se había hecho la idea de encontrarse a los ‘monjes’ rezando, en un ambiente semi-monástico, todos calvos, y al gran Maestro de la escuela vestido con túnica,... Lo que nos encontramos le echaría todos esos estereotipos por el suelo; El gran Maestro de la escuela parecía un banquero, y casi nadie iba vestido de naranja. Eso si, calvos estaban casi todos.

La escuela constaba de siete edificios principales, más el centro de entrenamiento de Kung-fu. En los diferentes patios interiores, pudimos observar más grupos de niños de todas las edades practicando ejercicios a mano vacía o con armas. Nos sorprendió mucho la gran disciplina que mostraban todos, incluido los niños más pequeños. Todos trabajaban al unísono, en movimientos perfectamente sincronizados. Era algo digno de admirar, de difícil comprensión, a menos que lo veas con tus propios ojos.

Entramos en la sala de entrenamiento, que, además, disponía de un gran espacio reservado para sillas. Gratamente sorprendidos vimos el magnífico escenario que habían construido en el interior, y que imitaba a la perfección la entrada al templo Shaolin. Justo delante de las pequeñas escaleras que llevaban a la ficticia puerta del Templo, había una extensa alfombra roja, sobre la que se desarrollaban los entrenamientos. En ese momento, ya había un nutrido grupo de jóvenes chinos entrenando. Todos nos miraban con curiosidad y cierta expectación. Jesús, Dan y Mika se cambiaron de ropa y se dispusieron a iniciar el entrenamiento. Yo también sentía verdadera curiosidad por ver como se desarrollaría éste. No sabía si nuestra gente sería integrada en algún grupo, o las clases se efectuarían aparte. Nuevamente, de alguna manera se colaba en nuestra mente la pequeña frustración de no verles vestidos todos de naranja, y calvos. El verles vestidos de formas dispares, con chándal, camisetas o trajes grises, llegó a hacernos pensar que no era algo muy serio, y que se apartaba bastante de la idea que teníamos de Shaolin y sus monjes. Tan solo un par de minutos bastaron para hacer desvanecer cualquier atisbo de duda que pudiésemos aún albergar acerca del nivel y calidad de lo que estábamos viendo. ¡Hasta el más tonto parecía volar! Sus destrezas y habilidades eran poco menos que asombrosas e impresionantes.

Estuve largamente pensando acerca de los clásicos tópicos, que siempre se cuelan en nuestras mentes, y que en muchas ocasiones, cuando nos quedamos en la superficie de las cosas, no nos las dejan ver con objetividad la realidad de las mismas. Y esto ocurre un poco con el tema Shaolin y sus monjes. En occidente, y sobretodo en nuestro país, que está sembrado de “sabelotodos”, se supone que ser monje significa afeitarse la cabeza y vestir de naranja, y que todos ellos, los monjes, son de Shaolin. La realidad es mucho más compleja y simple a la vez. Solo es cuestión de saber abrir los ojos y mirar las cosas por lo que son, y no por lo que parecen ser.

Nuestro Instructor, llamado Zhang ShiDong, apenas tenía 22 años, y ya era un verdadero experto en varias formas de Kung-fu Shaolin, entre ellas, una muy curiosa, la del sapo; algo que yo nunca había visto antes. La primera impresión que tuve de él, es que no le hacía mucha gracia tener que dedicarse a enseñar a unos extranjeros, en vez de seguir entrenando con su grupo. Era muy serio, de rostro inescrutable, y casi no decía palabra, ni siquiera en chino. Pero tampoco hacía falta, pues ninguno de mis alumnos le iba a entender. Estuve largamente hablando con Yan y el Maestro Liang, negociando y planificando el trabajo a desarrollar durante nuestra estancia allí. En un principio nos ofrecían enseñarnos las formas
de base de Shaolin, es decir, formas como el Wubuquan o el Tongbeiquan, que nosotros conocíamos ya de sobras, pues figuraban en el programa de nuestra asociación. Eran las formas que normalmente enseñaban a todos los extranjeros que llegaban aquí, pero yo consideraba que eran formas muy básicas y que mis alumnos ya tenían una base bastante sólida y ya las conocían. Viajar tantos kilómetros para aprender lo que ya conocíamos, no era precisamente alentador. Finalmente y tras varias demostraciones del nivel que tenían mis alumnos, logré acordar el programa a enseñar. Esto incluía tres formas a mano vacía y dos con armas.

El Maestro Liang, comentó que nuestro equipo tenía un nivel sorprendente, para lo que, según sus palabras, estaba acostumbrado a ver en los extranjeros. Sobretodo Jesús y Mika tenían un nivel técnico bastante considerable. Pero lo que más le llamó la atención, fue quizás el hecho de que conociéramos tantas formas originales del Kung-fu de Shaolin. Me hizo muchas preguntas acerca de quién me las había enseñado. En su rostro, de facciones siempre duras, se esbozó una leve sonrisa de conformidad. Comentó que le alegraba ver que había gente en otras partes del mundo con verdaderos conocimientos acerca de Shaolin.

Su padre, el venerable Maestro Liang Yiquan, cuyo nombre budista es Shi SuYi, es uno de los diez maestros más destacados de Shaolin, con reconocimiento en toda China. Posee una mención especial del Gobierno chino y de las autoridades del Templo Shaolin, por sus conocimientos y su trayectoria marcial, tanto como monje, o como laico, por su dedicación a la difusión del Kung-fu de Shaolin. Es el fundador de la escuela Epo, donde nos encontrábamos cursando nuestros estudios y entrenamientos de Kung-fu. Este Maestro, ya retirado de la práctica activa, se dedica a mantener las relaciones públicas de la escuela, además de supervisar los diferentes libros que se han publicado sobre él y su arte. También se ocupa de supeditar el trabajo de los Instructores y monitores de la escuela. Asimismo ocupa un importante cargo en el comité político de la provincia de Henan. Algo relacionado con las Artes marciales, el Wushu y el deporte. Esto, al principio, me chocaba un poco, y no llegaba a comprenderlo, pero con el tiempo he visto las razones, y ahora me parece hasta normal.

Se trataba de una persona afable, con cierta serenidad, aunque no exenta de carácter. Cuando le vi por primera vez, y mucho antes de que me lo presentaran formalmente, intuí que era alguien muy especial, a pesar de que podía pasar perfectamente por un simple hombre de negocios de la ciudad. Su rostro me resultaba vagamente familiar, como de haberlo visto antes en algún sitio. Siempre sonreía, y cada vez que venía a observar nuestros entrenamientos, asentía con la cabeza, en signo de evidente aprobación por el trabajo mostrado.

Capitulo 6



Una breve introducción a la historia del Templo Shaolin


Mucha gente habla, discute y escribe mucho sobre Shaolin, este mítico lugar, en el que se supone nacieron muchas de las Artes Marciales de China y parte de oriente. Pero, ¿Qué se sabe realmente acerca de su milenaria historia?...

Bajo el reinado del emperador, de origen mongol, Xiao WenDi (471 - 499 d.C.), fue erigido en el año 495 de nuestra era, este pequeño monasterio, en una ladera del monte Song (Songshan). Ya entonces, y hay datos sobre ello, existía una pequeña ermita o templo edificado en el año 100 d.C., en ese mismo lugar, lo que significa que mucho antes ya había algún tipo de asentamiento en la zona. De hecho, muy cerca de allí, a escasos dos kilómetros, se encuentra la pagoda SongYue, una de las primeras pagodas budistas de toda China, lo que da a entender el profundo significado y relevancia que ha tenido este lugar en la historia del país.

La traducción del nombre “Shaolin Shi”, cuyos tres caracteres podemos ver sobre la puerta de entrada al monasterio, no es “pequeño bosque”, como se ha venido escribiendo durante mucho tiempo, sino que la traducción correcta sería “joven bosque” (Shao = joven, escaso, y Lin = bosque) y el término Si, que significa Monasterio. Esto, seguramente hacía referencia al frondoso bosque que había en el lugar. Con frecuencia se usaba incorrectamente el término ‘pequeño’, que en chino se escribe xiao. La similitud entre ambos caracteres seguramente ha inducido a los neófitos a esta confusión. El cartel de la entrada, se lee de derecha a izquierda, y fue regalado al monasterio por el propio emperador, que lo escribió de su puño y letra.

Uno de los primeros personajes más destacados que lo ocuparon fue el monje Ba Tuo, procedente de la India, cuyo principal objetivo, era la divulgación del budismo por toda China. Ya de aquella época, existen
datos contrastados, de que había dos monjes discípulos - Hui Huang y Sheng Zhou - que además, ya eran consumados expertos en el manejo del palo largo, el arma por excelencia de los monjes. Podemos entonces afirmar que el monasterio nació en esa época, aunque aún estaba lejos de hacerse notorio. (De hecho en el año 1.995 se celebró oficialmente el 1.500 aniversario de su fundación)

Sobre el año 525, llegó a Shaolin la figura de Bodhidharma, considerado como el 28º patriarca del budismo hindú y el primer patriarca del budismo Ch’an en China. Existe cierta confusión entre este personaje y el de Batuo, mencionado anteriormente, pues ciertas referencias los sitúan históricamente en el mismo lugar y tiempo, por lo que se sospecha sean en realidad el mismo personaje. Esto es algo que estoy tratando de investigar. En cualquier caso a Bodhidharma se le atribuye la creación de una serie de ejercicios, denominados Yijinjing y Baduanjing, que pasaron a formar parte importante en la formación y enseñanza de los monjes. También en esto hay algunas controversias, que sitúan su origen en otros personajes y lugares. Lo cierto es que los monjes ya los practicaban de manera exhaustiva y de ello dan fe los numerosos manuscritos y dibujos que existen al respecto.

En el año 621 d.C., tiene lugar una de las hazañas más destacadas de los monjes, lo que les otorgó un valor y significado muy especial para todo el pueblo chino. Trece de sus monjes ayudaron al emperador de la dinastía Tang (618 - 907) a liberar el príncipe Li ShiMing (598 - 649), que había sido hecho prisionero por tropas rebeldes. Lucharon contra un contingente de 400 soldados y salieron completamente ilesos y victoriosos. De este hecho hay numerosas reseñas en la historia documentada de China, e incluso en el mismo Monasterio, existe una representación con figuras de madera que hace referencia al mismo. Y también en el pabellón de los mil budas, podemos observar una pintura alegórica a este hecho histórico.*
Los chinos se sienten muy orgulloso de ello, porque representan el espíritu inquebrantable del pueblo. Algunos guías turísticos, en un exceso de orgullo patriótico, se atreverían a decir que, incluso hay fotos de aquel momento histórico. (¡Es broma!) El caso es que tras esa proeza, el emperador otorga al monasterio ciertos privilegios, entre los que está el permiso para entrenar a más de 500 monjes guerreros, aparte de entregarles muchas hectáreas de terreno. La fama de Shaolin y sus Monjes guerreros acaba de nacer ......


* Para conocer más detalles de estos datos y hechos históricos referente a la historia del Monasterio, leer la publicación “Shaolin Shi - Historia del Templo Shaolin y su arte”.




La realidad del monasterio Shaolin hoy



Desde muchos lugares del planeta, acuden todos los años, cientos de miles de practicantes de Artes Marciales para conocer este singular lugar. Cada cuál atraído por un aspecto que quizás le ha llamado más la atención, y que puede ser de muy diversa índole. Pero incluso artistas marciales que nada tienen que ver con el Kung-fu, y menos aún con el Kung-fu de Shaolin, se sienten atraídos por esa poderosa magia que el nombre Shaolin despierta. Todos sin excepción, buscan esa experiencia de poder decir que han estado en la cuna de la historia de las Artes Marciales chinas.

Pero, ¿qué secreto esconde el monasterio Shaolin? Desde que hace ya más de veinte años, el “pequeño monasterio” se hiciese mundialmente famoso gracias a la serie “Kung-fu”, las cosas han cambiado sustancialmente. (Por cierto; Ninguna escena de esta serie fue grabada en el templo ni sus actores eran monjes, ni conocían las artes marciales.) Pero en su día, cumplió con un propósito muy importante: realzar las leyendas, mitos y proezas acerca de los monjes de Shaolin, y, lo que creo es más importante aún, la exposición pública de la filosofía inherente a las artes marciales del templo, basada, obviamente, en los conceptos del budismo Ch’an. Esto causó un gran impacto en la sociedad occidental de aquella época, enmarcada en plena crisis de valores, y sumida en el letargo confuso de una post-guerra mundial, donde ser hippy estaba de moda, y se protestaba por la guerra de Vietnam. Esta filosofía, interpretada en la serie por el actor y bailarín David Carradine, atrajo a mucha gente hacia las artes marciales existentes en aquella época, como el Karate y Judo, y que en su inmensa mayoría provenían de Japón. En este grupo casi me podría contar a mi mismo.

Pero, comencemos por el principio. ¿Qué es un templo en China? Hay que distinguir entre un templo y un monasterio, pues ambas cosas, aunque desde el punto de vista del neófito en la materia, puedan parecer la misma cosa, no lo son. Hablamos coloquialmente del “templo Shaolin”,
cuando en realidad, este es un monasterio, pues en el mismo vivieron y viven los monjes budistas. Ocurre que cada monasterio budista, tiene en su interior necesariamente la estructura característica de un templo. Templos budistas hay cientos de miles diseminados por todo el país, y Shaolin es uno más de ellos, auque eso si, de notable fama y relevancia. Quizás me atrevería a afirmar que es el más famoso del país. (En Beijing hay aproximadamente unos 2.400 templos erigidos)...

Cuenta la leyenda, que no es otra cosa, que trozos de historia profusamente ilustrados por el saber del pueblo, y que en ocasiones es muy exagerado, que en el pequeño templo se asentó el personaje conocido como Bodhidharma o Tamo en chino, que fue el supuesto introductor del budismo en China. Esto no es del todo cierto, aunque no voy a entrar en detalles en este texto, pues no es el caso. Hay datos de que ya en el año 50 d.C., ya había asentamientos budistas en China, por lo tanto mucho antes de que llegase Bodhidharma. Incluso el cercano Templo del Caballo Blanco (Baimashi) de Luoyang, situado a unos 65 km de Shaolin, es considerado como el primer monasterio budista del país. La gran diferencia entre el Templo o monasterio Shaolin con todos los demás lugares budistas, está en que sus monjes, por circunstancias diversas, hicieron de la práctica de las Artes Marciales, un camino de la práctica del budismo, alcanzando un nivel realmente impresionante. Estos participaron en numerosos episodios de la historia de China, adquiriendo gran notoriedad por sus hazañas. La destreza y el poder de los monjes guerreros comenzó a ser muy famosa por todo el país. La importancia de Shaolin, tiene que ver también en parte, con su privilegiada situación geográfica, en el centro de una región donde se establecieron las capitales de las diferentes dinastías, como lo fueron Luoyang, Xi’an (antigua Chang’an) o Kaifeng.

La notoriedad y la fama del templo, junto con grasos errores de traducción e interpretación de textos de diversos autores, ha dado lugar a la idea de que existieron diversos templos Shaolin diseminados por varias regiones de China, como los de Wudang, Fukien, Guangdong o Eimeishan, por mencionar algunos. Esta idea aún persiste en mucha gente, que creen que existieron, como menos, cinco templos Shaolin. De hecho, en algunas entrevistas que me han realizado, me preguntaban por el templo Shaolin de Henan, como dando por hecho de que hay o había otros. Siempre surge también la clásica pregunta por parte de los “entendidos” : “¿haces Shaolin norte o Shaolin Sur? Uno de estos errores viene motivado por la incorrecta pronunciación del idioma chino, como es el hecho de confundir Henan con Honan, pensando quizás, que son dos provincias diferentes, cuando en
realidad, la segunda siquiera existe. También se produce otra equivocación, confundiendo la provincia de Hunan con la de Henan. Incluso la diferenciación clásica y muy difundida, que en el fondo ya no tiene fundamento, de “Shaolin Norte y Shaolin Sur”, es fruto de la confusión y el desconocimiento profundo de la historia del monasterio. Esta diferenciación geográfica, es en realidad un concepto, una manera de determinar el origen geográfico de un estilo o escuela, pero no al estilo en sí. Es cierto y obvio que muchos estilos tuvieron su origen o influencias directas o indirectas de Shaolin, pero esto no significa que sean originales. Sería como afirmar que soy torero porque vengo de España....

A través de mis datos, recopilados tras muchos años de estudios e investigaciones, puedo concluir con cierta certeza, de que no existieron nunca estos supuestos otros templos Shaolin. No existen evidencias de su existencia, ni en el presente ni en el pasado de la historia de China. Otra cosa es que existan o existiesen diferentes templos donde se practicara el estilo (como ciertamente en Fukien), pero eso no los convierte automáticamente en “Templos Shaolin”..... Y cuando esto lo exponía ante otros “expertos” en la materia de nuestro país, me tachaban de ignorante o farsante. Pero eso es otra historia...

Físicamente, el monasterio Shaolin, a pesar de sus múltiples destrucciones parciales (la última ocurrida en 1928, cuando en un afán destructivo y de supuesta liberación cristiana, fue bombardeado por el general cristiano Feng Yuxiang), siempre ha sido reconstruido siguiendo fielmente la estructura de todos los templos budistas, es decir, un recinto más o menos amplio en dimensiones, pero con una característica en común, los pabellones centrales y las dos torres que flanquean la entrada, la del tambor y la de la campana. Esto es igual en todos los templos budistas de China. (*)

Y eso es lo que podemos observar en la actualidad, un templo que está siendo reformado en algunas partes, por el deterioro de los años y la falta de ayuda de las autoridades políticas, que como todos conocemos, está regida por el comunismo. Pero en el año 1978, la apertura hacia el mundo occidental, convirtió al pequeño monasterio, en un lugar de enorme interés turístico, con dos vertientes, el turismo nacional y el internacional. De hecho, ya en el año 1987 recibió casi dos millones de visitantes, en su mayoría chinos. En 1998, la cifra casi se ha triplicado. Y esto no escapa a la vista de los avispados que buscan hacer negocio con este filón, lo que por otro lado me parece absolutamente lógico y lícito. (A nadie se le ocurre criticar que se fomente la explotación turística de la Alhambra).

Y aquí entra entonces el gobierno, tanto local, provincial o estatal, que promueve una política de divulgación de Shaolin. Y muchos Maestros de diferentes estilos basados en el de Shaolin, conocedores de esto, se han enganchado al carro de la oportunidad, instalando sus escuelas en los alrededores. Mucha gente conocía el arte del templo, pero pocas eran realmente auténticos expertos o monjes. A pesar de esto, el nivel exigido en la zona, es con diferencia, mucho más elevado que en muchos otros sitios. Y eso sin mencionar a occidente. Así, y auspiciado por las autoridades, han surgido numerosas escuelas que enseñan el “arte del puño de Shaolin”, tanto en su versión tradicional, como en la forma de Wushu moderno.

En la actualidad, se cifran en más de 70 escuelas las existentes en la zona, con cerca de treinta mil estudiantes en total. En la mayoría de los casos, lo que encontramos es Wushu, que es lo que le enseñarán a cualquiera que vaya allí a buscar conocimientos. Muchos monjes, verdaderos expertos en el arte, también se han adherido a esta nueva etapa en la historia del lugar, convirtiéndose en los Maestros de algunas escuelas. Sus motivaciones para dejar el templo, aunque no su estrecha vinculación con él, pueden ser, entre otras: por razones mayoritariamente económicas, puesto que en una escuela ganan dinero y pueden hacer mucho más por su arte que desde el mismo templo, donde están supeditados al dinero que recogen por las donaciones, que en cualquier caso, tampoco les pertenece. Y otra, también muy difundida, por el hecho que desde fuera tienen mayor capacidad y libertad para la correcta difusión. Existen otros, que permanecen en la estructura interna del templo, y desde ahí, de alguna manera controlan el desarrollo de la enseñanza de las escuelas externas. Es decir, hay un grupo muy reducido de Monjes guerreros y Maestros, que están a cargo de velar por la autenticidad de lo que se enseña. Esto significa que nadie te puede engañar allí, vendiéndote la “patata” de que te está enseñando Shaolin, cuando en realidad no lo es.

Desde fuera, desde nuestra occidental mitificación del concepto e idea de Shaolin, nos puede resultar incomprensible de que un monje se dedique casi en exclusiva a los negocios, eso si, todos relacionados con Shaolin. Producciones de libros y VCD’s, fabricación y venta de ropa y armas, organización de cursos, salidas al extranjero para hacer giras, supervisión de escuelas o dirigir centros de exhibiciones para turistas. Nos preguntamos, ¿cómo un monje puede hacer todo esto?.... ¿No eran unos Maestros espirituales, calvos y con túnica naranja?.... ¿Dónde queda el incienso, las oraciones, las meditaciones y demás cosas relacionadas con el budismo?.... Otra vez más, la realidad imperante te obliga a estudiar en profundidad todo lo que ves aquí, para tratar de comprenderlo correctamente. Es un poco como el que busca oro en el cauce de un río, y solo se fija en las piedras grandes....

Lamentablemente, algunos han caído también en la vorágine del materialismo, olvidando gran parte de sus orígenes budistas. Se han convertido en personas con verdadero poder político y económico. Creo que lo uno lleva a lo otro. Existe el rumor, y personalmente he podido constatar datos de que algunas grandes escuelas están tratando de absorber a otras más pequeñas. Es el caso de la escuela Tagou, la más grande de China, con cerca de ocho mil alumnos, que ha conseguido arrebatar terrenos a otras escuelas más pequeñas. Existe una solapada rivalidad, tanto en el plano deportivo, como en muchos otros aspectos, entre las diferentes escuelas, aunque este hecho no se deja apreciar en la calle, entre los mismos alumnos. Indudablemente, existe también la corrupción política que, en China, llega a todos los estratos sociales. Pero, ¿En qué país del mundo no existe la corrupción?... No nos rasguemos las vestiduras por estas cosas! Entre otros motivos porque pienso que es mucho peor vivir en un país, en el que la corrupción supuestamente no existe, y si se descubre algún caso, tampoco suele pasar gran cosa, ya que nuestro sistema judicial permite que nos perdamos en la telaraña jurídica del tiempo, en la que anida la bestia capitalista de siempre, “Don Dinero”, que suele comerse sin apenas pestañear, a los pobres infelices que no lo tienen.


De este ambiente de gente de poder, me percaté en el hotel donde nos alojábamos, en el que era frecuente ver a los militares y políticos de turno pasearse como si fuesen el mismísimo presidente de China. Y los monjes y demás gente del Kung-fu, les guste o no, en algunos aspectos tienen que bailar al son que les toca esta gente. Y es posiblemente gracias a este tipo de cosas, que el Kung-fu Shaolin ha tenido y tiene esa repercusión a nivel mundial. Es un claro ejemplo del concepto del Yin y del Yang; Todo tiene siempre su lado positivo, por muy negativo que pueda parecer. Y hay que aceptarlo así, si queremos que el templo y su arte perduren en el tiempo. Eso si, habrá mucha “suciedad” y basura alrededor. Basura que en muchas ocasiones hemos originado nosotros desde occidente, fomentando una imagen distorsionada de la realidad de Shaolin, e importando la comercialización de las Artes Marciales. Entre tanta suciedad y “paja”, a pesar de todo, aún permanece su esencia.

Y también a pesar de esto, el monasterio se mantiene de alguna manera, algo al margen de lo que sucede fuera de sus muros. No cabe duda de que también hay ciertas influencias externas, porque, en definitiva, lo que mueve el mundo es el dinero. Pero sé de buena fe, que el Kung-fu tradicional, que poco tiene que ver con el Wushu moderno, aun late en algunos rincones del monasterio, e incluso fuera de él. Pero resulta casi inaccesible para los occidentales. Es algo que guardan celosamente, como un gran y valioso tesoro. Aún quedan unos pocos viejos Maestros dentro del templo, que llevan una vida de monje, con el grado de austeridad que ello conlleva. Quedan unos cincuenta monjes, que se dedican en cuerpo y alma al budismo y al Kung-fu. Encontrarlos es más difícil, y pretender que te enseñen, casi es imposible. Ellos no venden el Kung-fu de Shaolin, y si por algún motivo acceden a enseñarte, será pidiéndote a cambio algo muy distinto, que nada tiene que ver con lo material. ¿qué estás dispuesto a entregar de ti mismo, de lo que no puedes desprenderte físicamente?.... ¡Eso es lo que te pedirán!...


miércoles, 18 de febrero de 2009


Capitulo 3



Distrito de Dengfeng



En un control de peaje, divisamos la primera escuela de Kung-fu a pie de carretera. Sus muros exteriores estaban decorados de figuras representativas de los famosos dibujos antiguos de los monjes de Shaolin. A la entrada del patio, bajo una vieja sombrilla se apostaban, sentados en sendas viejas banquetas, dos chavalillos vestidos de naranja, más calvos que una bola de billar, y con la piel curtida al sol. Sus rostros, de grandes ojos, reflejaban una gran sonrisa. Mika empezó a alucinar y les hizo un par de fotos. Los dos “shaolines” se reían a carcajadas, mientras gritaban a viva voz la ya célebre palabra turística de “¡Hellou, hellou!”. En el centro del gran patio se veía un grupo de niños realizando una forma con espada, mientras que a ambos lados, y suspendidos de una larga viga de madera, había algunos sacos. Todo tenía un aspecto bastante pobre y sucio. Yo pensaba que eso era lo que nos esperaría a nosotros, y en el fondo no me disgustaba que así fuese. Lo importante era el Kung-fu. Un baño de humildad y de pasar algunas calamidades, con falta total de comodidades no vendría nada mal. Pero me imagino que la agencia no tenía previsto algo así de duro, ni mis alumnos serían capaces de asumirlo.

Diez minutos más tarde ya estábamos enfilando la gran avenida principal de la ciudad de Dengfeng, que sería nuestro hogar durante más de un mes. Desde el control de peaje, había divisado más de seis escuelas a ambos lados de la carretera. Y justo a la entrada de la ciudad, frente al gran monolito de una rotonda, un enorme cartel anunciaba también una de las escuelas de Shaolin. Ver todos los días centenares de niños, incluso miles, uniformados y practicando Kung-fu o Wushu en algunas de las más de 70 escuelas existentes, se convertiría en algo normal en los días venideros.
Entramos por la gran avenida, hacia el centro de la ciudad, para dirigirnos al hotel Internacional de Shaolin. Al llegar pude comprobar el porqué de este nombre; estaba construido expresamente para el turismo dedicado a Shaolin. En sus instalaciones disponían de una sala de entrenamiento y otra de meditación, en la que, según la publicidad, se solían realizar exhibiciones y cursos. Curiosamente estaba completamente vacío, es decir, no había ningún cliente registrado en esos momentos en recepción, con lo que disponíamos de todo el hotel para nosotros solos. Esa era una situación que no me esperaba. Hubiese preferido un lugar con más gente. El caso es que nos acomodamos en nuestras habitaciones; el tiempo justo para deshacer un poco las maletas y cambiarnos. Abajo nos esperaba Yan para ir a visitar en primer lugar el Templo Shaolin. Para mi era ya la tercera visita, pero aun así, cierta emoción me embriagaba los sentidos.

Abandonamos la ciudad camino de la pequeña aldea donde se encontraba ubicado el templo, a unos once kilómetros de distancia. Era mediodía, y me sorprendió la poca gente que había por las calles. Trasladé esta curiosidad mía a Yan, y esta me aclaró que posiblemente estarían todos comiendo. Además hacía mucho calor y eso retraía a la gente de andar por las calles. Por la tarde, dijo, el ambiente era netamente distinto. Dengfeng, aunque a primera vista no lo pareciera, tenía una población de alrededor de los seiscientos mil habitantes. A mi me parecieron muchos. Las amplias avenidas del centro eran recorridas por muchos vehículos de todo tipo, aunque el tráfico era, en comparación con otras ciudades, escaso. Eso si, no se veían apenas dos cosas típicas de las ciudades grandes, los taxis y los autobuses. Aquí los taxis eran, en su inmensa mayoría, unas ruidosas motos con caja, en las que a duras penas entraban dos personas. Y los autobuses eran muy pequeños. La verdad es que se podía ir andando de una parte a la otra de la ciudad, en apenas media hora. Y la orografía de la ciudad, era muy simple y rectilínea. Varias amplias avenidas cruzaban en paralelo la ciudad de una punta a otra. Y estas eran cruzadas por calles en ángulo recto. Es decir, que era prácticamente imposible perderse aquí. No había el gentío de otros lugares; Todo parecía estar en calma. Casi todas las avenidas estaban flanqueadas por hileras de árboles, con el propósito de proporcionar algo se sombra. Observé muchas motos, y no tantas bicicletas, como sería lo habitual o esperado en un ámbito rural como este. Y esto se debía a varios factores a tener en cuenta; Primero, el nivel económico de los habitantes era algo superior a la media rural, y segundo, con el calor sofocante que solía hacer en esta llanura que era la ciudad, a ver quién era el guapo que se aventuraba a tirar de bicicleta! Aún así, la proporción del uso de la bicicleta, en comparación con nosotros los occidentales, es abismal.
Cruzamos una gran plaza y un río, que estaba configurado como embalses continuos y escalonados, con el objetivo de retener el agua. En alguno de ellos, un grupo de niños se estaba bañando. El río cruzaba la ciudad de norte a sur y llevaba considerable agua. A la salida de la ciudad, y a nuestra derecha, pasamos junto a la escuela “Epo”, donde realizaríamos nuestro curso y los entrenamientos, el objetivo real de este viaje. Delante de la misma, en varias extensas explanadas, pudimos ver a cientos de niños de todas las edades posibles, haciendo ejercicios de Wushu, todos perfectamente uniformados y alineados. La intensa emoción se reflejaba seguramente en nuestras caras, pensando en el día siguiente en que comenzaríamos el entrenamiento.






La aldea de Shaolin


La carretera a Shaolin había sido remozada, doblando la anchura de su calzada en casi todo el tramo desde Dengfeng. A nuestra derecha, las escarpadas laderas del Monte Songshi, a cuyos pies, en un pequeño valle, se entreveía una gran pagoda, y a nuestra izquierda un gran embalse que proporcionaba agua a toda la comarca. Lo demás, todo campo y algún que otro pequeño taller de esculpido de granito. En apenas 10 minutos todo cambia.
Atravesamos el pequeño y angosto túnel que parece transportarnos a otra época y lugar. La carretera se estrecha de repente. Varios viejos camiones traquetean lentamente la pequeña pendiente arriba, dejando tras de si una densa y negra nube procedente de la combustión del gasoil. Algunos motocarros pasaban ruidosos a nuestro lado, tratando de aprovechar cualquier pequeño hueco para adelantarnos. Un numeroso grupo de niños, uniformados con una camiseta verde y amarilla, caminaba en formación junto a la carretera. Todos portaban un sable, y su uniforme, estaba en la mayoría, bastante sucio. Seguramente serían de alguna de las escuelas de los alrededores. Nuestra vista vuela de un lado a otro, tratando de abarcar todo lo que de repente se nos presenta ante nuestros ojos. Resulta difícil asimilar tanta información visual en nuestras mentes, sobretodo cuando todo lo que vemos nos llama poderosamente la atención. Al otro lado de la carretera, sobre una gran explanada, cientos de niños gritan al unísono mientras realizan movimientos de una forma. Un poco más adelante, también al otro lado de la carretera, que ya se ha adentrado en el pequeño poblado, convirtiéndose en calle, otro nutrido grupo de chavales realiza sus saltos con una espada en mano. A ambos lados de la calle, decenas de tiendas exponen su material en las aceras y puertas. Junto a un pequeño puesto de frutas y refrescos, un numeroso grupo de chicos arma jaleo, gesticulando y hablando en voz alta. Poco más adelante, otro gran grupo camina en formación. Estos van vestidos de azul. Y casi todos rapados, o con muy poco pelo. Y más tiendas, con cientos de armas de Kung-fu apiladas en la entrada. Vemos trajes de todos los colores, camisetas, chalecos, zapatillas y demás complementos en cantidades industriales. Pensamos en tomar buena nota de dónde están las tiendas, para volver más tarde, pero vemos que hay decenas de ellas, y todas ellas exponen y venden prácticamente lo mismo. Es casi una visión del paraíso para quién le guste
el tema y quiera adquirir alguna cosa, que por otro lado en Europa no existe. Mika estaba realmente impresionado, y le costaba contener sus emociones y euforia.

Antes de detenernos en el control de acceso al poblado, he contado seis escuelas diferentes, entre ellas, la más grande de China, la escuela Tagou, que cuenta con cerca de nueve mil alumnos. A pesar de ser mi tercera visita a Shaolin, este ambiente, único en su género, no deja de sorprenderme. En el control de acceso sube un guía local, que resulta ser mi amigo Chen Zhang, que conozco ya de otras ocasiones. Su sorpresa es enorme y nos saluda efusivamente. Yan me comenta, también un tanto sorprendida, que ya soy muy conocido en Shaolin. Chen no habla nada español, por lo que nuestra conversación se desarrolla en inglés, idioma que conoce bastante bien. Una vez adquiridas las entradas, nos dirigimos en primer lugar a visitar la escuela “Shixiaolong Wushu Xue Xiao”, donde veríamos una demostración de Kung-fu Shaolin. Se trata del mismo lugar en el que ya había visto otras exhibiciones.

Nada más entrar, el Maestro de la escuela, un hombre de mediana edad, pero de aspecto muy fuerte y curtido, me reconoce al instante y se acerca para saludarnos. Le sorprende vernos de nuevo por aquí. Nos sentamos en la primera fila de asientos de la sala. También han llegado otros visitantes, casi todos turistas chinos de Taiwán que se acomodan en sus asientos. Comienza la exhibición. Todo el público asistente aplaude fervorosamente cada actuación de los jóvenes monjes, incluido un pequeño grupo de japoneses que entraron a última hora. Las demostraciones que veo, parece que han mejorado algo desde la última vez, aunque se les nota un tanto “quemados” de tanta exhibición. Un grupo de ellos, desde detrás del telón del pequeño escenario, nos observa y se ríen. Les llama la atención nuestro uniforme, ya que llevamos para la ocasión el chándal de la escuela de España. Al finalizar su actuación, nos quedamos para saludarles, y les muestro unas fotos que nos hicimos aquí durante nuestra última visita. Como es norma de cortesía y respeto, intercambié mi tarjeta con la del Maestro. Puedo adivinar que estos chavales, aunque se vistan de naranja, no son monjes Shaolin, a pesar de su nivel aceptable de Kung-fu. Tienen montada esta sala exclusivamente para realzar exhibiciones para los turistas, y se nota que la dedicación del grupo era completa. A la entrada, un pequeño puesto donde vendían trajes, camisetas, rosarios y postales. Todo está enfocado al negocio, y me parece lícito que así sea. Creo que esta gente también suele comer.....

Y precisamente de esta escuela ha salido el famoso Shi Xiaolong, una especie de niño prodigio del Kung-fu, que en la actualidad y con solo once años, ya ha protagonizado media docena de películas de gran éxito en China. Es la versión china de nuestro “Joselito”, que aunque no canta, pero sale dando unas patadas y ostias que no veas!. Este niño es realmente sorprendente, tanto por su impresionante nivel de Kung-fu, como por su naturalidad y espontaneidad para la interpretación. Nació en el seno de una familia de Maestros de Kung-fu, y ya con solo dos añitos, realizaba formas con armas. Creo que en el futuro, podría ser un nuevo Jet Li.

Seguramente que muchos habrán visto en alguna ocasión las pequeñas figurillas que representan siempre a un pequeño monje Shaolin con unas gafas negras redondas; Pues están basadas en uno de los personajes que interpreta en varias películas.


El bosque de estupas (Ta Lin)


Aunque nuestro próximo lugar de visita estaba a apenas 600 metros, subimos a nuestro vehículo y nos trasladamos a la gran explanada que hay delante del bosque de estupas de Shaolin. El viejo avión que antaño existía en ese lugar, vestigio de la revolución cultural de Mao, y que a mi juicio lo afeaba, había desaparecido. Habían ampliado el parking. También habían sido reformados los decenas de puestos de venta de recuerdos, con lo podíamos ver el otro lado del pequeño río, donde se alzaba otro pequeño monasterio o templo, de cuya existencia no me había percatado en anteriores ocasiones. Justo en la entrada del bosque de estupas, me encontré con un pequeño puesto, donde un anciano de piel muy curtida, vendía, supongo, una especie de grillo de gran tamaño. Nunca había visto algo así. Superaban los diez centímetros, y debían de pesar por lo menos medio kilo cada uno...(¡¡Bueno, quizás exagero un poco!!). Se coló en mi mente el personaje “Flip”, el saltamontes de la serie de dibujos animados “La abeja Maya”. Le comenté a Yan que estos grillos, en vez de hierba, debían de comer por lo menos ‘rollitos de primavera’, y de dos en dos. Los tenían en jaulas como las que aquí usan para tener a los canarios. Pregunté porqué los tenían en jaulas, aunque la respuesta me pareció obvia y me la imaginaba. Pero el motivo no era culinario, sino que a muchos chinos les gustaba tenerlos porque cantaban. En vez de tener un pájaro, pues tenían grillos! Que cosa más curiosa! El anciano también tenía dos pequeñas ardillas y muchos pajarillos de vivos colores en pequeñas jaulas de bambú. La imagen de estos animalillos encerrados en sus jaulas, me entristeció un poco, pero traté de apartar este sentimiento de mi corazón y mente, para adentrarme en este lugar, que para mi es especialmente interesante.

A medio camino de la entrada, decidí volverme hacia donde se encontraba el anciano con sus pajarillos. No puedo describir la sensación de tristeza que me produjo. Yan me había dicho que los usaban para soltarlos y pedir un deseo, una costumbre popular entre el pueblo. Tras negociar el tema del precio, ‘compré’ la libertad de todos los pájaros de las jaulas, que podían ser unos quince. Mi deseo fue que no los volvieran a coger nunca más y que vivieran en libertad..... Y al soltarlos, sentí un gran alivio y la alegría volvió a mi corazón....


La vida de todos los seres,
Sean humanos, animales o de otra clase,
Es preciosa y todos tienen el mismo derecho a la felicidad.
Los pájaros, los animales salvajes....
Todos los que pueblan nuestro planeta nos acompañan.
Forman parte de nuestro mundo,
Lo compartimos con ellos.
Dalai Lama


Como los demás integrantes del grupo no mostraban un gran interés por conocer la historia y peculiaridades del recinto, opté por adentrarme yo solo por los senderos, apartándome algo de los demás. No había apenas gente, lo que confería al lugar una paz y tranquilidad muy marcada. La visita de este lugar, para mucha gente, no reviste demasiada importancia, así que en apenas quince minutos ya están saliendo otra vez. Para mi era importante, porque cada detalle me hablaba de la historia del Templo y sus moradores. Cada estupa, tenía su peculiar historia. Algunas estaban bastante deterioradas, y de entre sus oscuros y vetustos ladrillos de barro cocido, crecían pequeños manojos de hierbas y plantas. Un pequeño nido asomaba entre una grieta y unas ramas secas. Algunos parecía que estaban a punto de derrumbarse, pues el tiempo había dejado su inexorable huella en ellas. Pero tratándose de monumentos funerarios, algunos de ellos de significativa antigüedad, cercanos a los cinco siglos, la restauración estaba fuera de lugar. Las 224 estupas budistas que aún quedaban en pie, eran mudos testigos de la rica historia pasada y reciente del templo. Cada una de ellas albergaba en su seno los restos de destacados Maestros y venerables monjes budistas del Templo. Sus formas y tamaños variaban en función de la importancia del venerable ‘inquilino’. Pero también tenía mucha relevancia la época o dinastía en que fueron edificadas, lo que les confería unas características peculiares a cada una de ellas. Su estilo de construcción tenía mucho que ver con esto.

Me senté en un apartado rincón del recinto, bajo el cobijo de un gran ciprés, cuya alargada sombra tocaba muchas estupas, como acariciándolas y cuidando de ellas, sumándolas en un extraño juego de claro-oscuro de sombras y luz. No se si es que estaba cansado, o es que de alguna manera instintiva me vi impulsado a hacerlo. Cerré los ojos y me dejé llevar por las profundas sensaciones que podía percibir. Todo estaba en silencio. En mi mente se hizo cada vez más nítida la imagen de un anciano monje paseando serenamente entre los árboles, envuelto en su túnica amarilla, su mirada tranquila y profunda, llena de amor y sabiduría, rezumando paz y perfección. El aire, a pesar del calor sofocante, me regalaba con su brisa, un ligero toque de frescor muy reconfortante. Ya no estaba seguro de estar despierto o haberme quedado dormido. Un pájaro vino a posarse en una rama, muy cerca de mí, lo que distrajo ligeramente mi atención. Comenzó a cantar y silbar una preciosa melodía, para nada discordante del entorno de silencio, con el que formaba una hermosa armonía. Su canto era parte de ese silencio. Se levantó una leve brisa, que hizo mecerse ligera y suavemente, las hojas de los árboles. Me extrañaba no oír a la gente que, aunque en poca cantidad, caminaba de aquí para allá en casi todo el recinto. Quizás es que no quería oírles. Ese pequeño rato que estuve allí sentado bajo el árbol, con la cabeza apoyada en el anciano tronco, y que quizás solo fueron algunos minutos, nada más, fueron un auténtico regalo para mis sentidos. En mi corazón di las gracias a Buda y a todos los Maestros allí enterrados por permitirme disfrutar de tan agradable obsequio. Algo extraño en mí, me estaba diciendo que este viaje iba a ser algo bastante distinto a los demás. No hubo diferencias en mi estado de conciencia, por lo que no se si lo había soñado o no.



Sintiendo gratitud hacia la existencia,
Me acerco a la luz, a la totalidad,
A la energía universal, al amor.
Dejo atrás mi vida y descubro
Que soy una expresión o una forma
de la Vida universal, de la expansión de la conciencia.




Apareció Yan con Jesús y Dan por un recodo de un sendero. Me uní a ellos y continuamos con la visita del lugar. Yan se esforzaba en hacerme preguntas acerca de la historia del Templo Shaolin y del bosque de estupas, denominado Talin en chino. Estaba muy sorprendida al comprobar que yo conocía muchos detalles al respecto. Incluso pude darle algunos datos que ella, como guía no conocía. Y he de remarcar que, sinceramente, no recuerdo de dónde había sacado toda esa información. Mi amigo Chen, el otro guía de la agencia CITS local que nos acompañaba, me comentaba lo curioso y sorprendente que les resultaba, el que un extranjero tuviese tantos conocimientos, incluso más que ellos mismos, sobre Shaolin.
Entre bromas, comentamos la posibilidad de hacerme guía de Shaolin, a lo que Yan contestó que era una buena idea, aunque mi habilidad con el idioma chino, dejaba bastante que desear. ¡Qué poco se imaginaban de lo cerca que estaban en sus afirmaciones acerca de mis deseos!



El templo Shaolin


Dejamos atrás el bosque de estupas y, andando, nos dirigimos a la entrada del Templo Shaolin, que se encontraba a escasos doscientos metros a nuestra izquierda. Como siempre, la explanada delante de las escaleras de acceso a la entrada, estaba bastante concurrida de turistas de cualquier nacionalidad, aunque obviamente predominaban los chinos. Me llamó la atención un nutrido grupo de jóvenes occidentales, tanto chicas como chicos, que portaban camisetas alusivas al Kung-fu, por lo que supuse que debían de practicar algo, y venían de alguna escuela. Pero me equivoqué; venían de los Estados Unidos, pero eran alumnos de una escuela de ingeniería técnica de ‘no se qué’, y solo dos, concretamente dos chicas, practicaban algo de Kung-fu. Estaba claro que estaban de paso, en un tour turístico. Lástima!

Como en anteriores ocasiones, nos hicimos las consabidas y casi obligatorias fotos a la entrada del templo. Para mi, que era ya la tercera o cuarta vez que visitaba este lugar, la sensación de entusiasmo no había perdido ni un ápice de su embriagadora intensidad. Quizás lo observaba todo con más serenidad que en anteriores ocasiones, pero no con menos interés. Ya no era la guía la que nos explicaba los pormenores de la historia del lugar, sino que hablábamos sobre ello, intercambiando información acerca de los detalles, históricos o no, acerca del Templo. Algunas afirmaciones que se suelen dar a los turistas, sobretodo extranjeros, suelen ser bastante exageradas. Esto depende un poco del entusiasmo y la fantasía del guía de turno que, según el interés mostrado por su grupo, puede caer en la exaltación desmesurada de algunos hechos históricos. He visto gentes boquiabiertas escuchando las, en ocasiones fantásticas explicaciones. Pero bueno, esto es normal, y tampoco pasa nada grave, pues muy pocos van a profundizar realmente en la historia de este lugar. Ciertamente, la historia de Shaolin y sus moradores es apasionante en todos los sentidos, dando pie a que la leyenda se haga fuerte entre muchos pretendidos historiadores, perdiendo con ello parte del rigor histórico. Los monjes, a través del tiempo, tuvieron un papel o protagonismo muy destacado en la historia de China, y eso está perfectamente documentado. En algunas ocasiones he podido leer artículos en revistas especializadas occidentales, que relataban verdaderas barbaridades y sandeces acerca del Templo. Incluso en alguna de ellas, afirmaban que los monjes no existían en la actualidad, y que eran un invento del Gobierno chino de cara al turismo. Y esto, lamentablemente, aun hoy hay mucha gente que se lo cree. Es una pena que esta gente, que en muchas ocasiones escribe “porque lo ha escuchado”, sin haber pisado nunca el Templo, pueda tener luego esa repercusión. Otros, hace ya algún tiempo, y aprovechando su visita como turistas, se hacían de pronto expertos en el Arte de los Monjes Guerreros. O como menos, te vendían una imagen de ser los “únicos poseedores de la verdad” sobre Shaolin. Porque habían estado allí, y así lo atestiguaba la fotografía tomada en la puerta de entrada.... Y mucha gente les creía, porque, entre otras cosas, China quedaba muy lejos, hablaban un idioma incomprensible, y además, era bastante difícil comprobar la veracidad de sus afirmaciones. Pero hoy en día, esto ya no es posible. Ya pueden engañar solo al que se deja engañar. La información, veraz o no, está al alcance de todos. Más adelante explicaré la realidad de Shaolin y sus monjes en la actualidad.


También en esta ocasión, ofrecí un pequeño donativo al Templo, creo que fueron quinientos Yuan. El monje encargado del tema se mostró muy agradecido, y me obsequió con un bonito certificado, tras poner mi nombre en el libro de registro. Para mi, el hacer un donativo, no era cuestión de certificados o no. Era una forma de agradecer la existencia del Templo, sus Maestros y su arte. Era una manera de contribuir, lo creáis o no, a la continuidad del mismo. La cantidad en este caso no era relevante, y en cualquier caso, siempre depende un poco del “bolsillo” y de la voluntad de cada cual. Yo no disponía de mucho dinero, pero voluntad me sobraba. Y no se trata de comprar, como he visto hacer a algunos, el certificado....
- “¡Ostras!¡Qué guay!....¿cómo lo has conseguido?”, era la pregunta que me hacían, y a la que no me apetecía contestar, porque me parecía ridículo y hasta cierto grado hasta vergonzante. Bueno, pero que cada cual se lo tome como quiera.....

Jesús, Dan y Mika se dedicaron a recorrer por su cuenta el recinto del templo, y yo hice lo propio, tratando de encontrar nuevos rincones para fotografiar. Había relativamente poca gente, para la que suele haber un día normal, así que ese fue un factor a mi favor. No tenía prisa ni presión de tiempo. En el gran patio de los Arhats, no había nadie, salvo un jóven monje con una curiosa barba negra. Se parecía muchísimo a su Maestro, el venerable Shi DeChao, y cuya cara me resultaba familiar. Seguramente le habría visto antes en algún otro lugar. Luego me enteré de que era el famoso Shi Yan Lu , un prestigioso monje. Había quedado en reunirme con los demás en la entrada del templo, a una hora determinada. Entré en una de las pequeñas tiendas del recinto, que ya no me llamaba tanto la atención como antaño. El material que allí vendían, era bastante caro; nada que no pudiese conseguir a mejor precio en cualquiera de las cientos de tiendas de la calle. Tomé buena nota de los detalles de las distintas construcciones de los pabellones. Tenía intención de recopilar material para mi libro sobre Shaolin. El curioso entramado de vigas de los techos requería especialmente la atención. Parece increíble que toda la estructura de los techos no contenga ni un solo clavo ni tornillo, es decir, ni un solo elemento metálico. Todo es un perfecto e ingenioso ensamblaje de las piezas de madera, con un estilo arquitectónico único y peculiar en toda China. En el museo de historia de Zhengzhou, podemos encontrar una detallada exposición acerca de este peculiar estilo de construcción de los tejados de los Templos. Una verdadera obra de arte, digna de los chinos.


Capitulo 5



Una experiencia mística....


“Comencemos por desarrollar la comprensión
De las fuentes de felicidad más auténticas,
Para que a continuación sean el fundamento
De las prioridades de la existencia.”



Finalmente, antes de abandonar el templo, y en cumplimiento de una promesa que me había hecho el año anterior, me dirigí al pabellón de Sakyamuni, el Buda de la misericordia. Se trata del pabellón más grande de los cinco que componen normalmente la estructura de edificios relevantes de cualquier templo budista. Delante de los escalones que llevaban a su entrada, había un gran incensario de metal, del que emanaba un abundante y perfumado humo, producto de la combustión de cientos de varillas de incienso, que los fieles colocaban en su interior.
A medida que me acercaba a la puerta, una gran tranquilidad me iba inundando. Mi mente se apartó de toda observación superficial, y entró, de alguna manera, antes que yo mismo en aquel templo de la paz y la serenidad. Quizás, incluso sentí que ya estaba allí, cuando entré... Apagué mi cámara de video y guardé la de fotos en el bolso, y entré en la gran sala. El ambiente era muy propicio para la reflexión y la tranquilidad, a pesar de que un flujo casi incesante de personas entraba en silencio para ofrecer sus respetos y elevar sus oraciones a Buda. Otros, turistas en su mayoría, observaban en silencio y con cierto grado de curiosidad, todo el escenario de estos ritos, de tintes claramente religiosos, algo de lo que personalmente siempre había huido. Tras una de las mesas frente al altar, había un viejo monje encargado de tocar una gran campana, cada vez que alguien depositaba un donativo en una gran urna de cristal. Dejé a un lado mi bolso, y deposité 10 Yuan en la ranura, cogiendo acto seguido tres varillas de incienso de las que había dispuestas sobre la mesa, y me dirigí frente a lo que podríamos definir como altar, donde hice las preceptivas reverencias, antes de arrodillarme delante del gran Buda de apacible rostro, que parecía abarcar todo el lugar con su amplia y bondadosa sonrisa. Una sonrisa fina, tranquila, quizás algo burlona, pero delatora de una profunda
sabiduría. Al menos, esas eran las percepciones que mi mente creaba ante su imagen. No era la primera vez que ofrecía incienso a Buda.

Cerré momentáneamente los ojos, aunque no sé cuanto tiempo los mantuve así. Una extraña sensación de paz y una no menos intensa emoción recorrió todo mi ser. Repentinamente, el mundo entero desapareció a mi alrededor. La gente dejó de existir. El tiempo se hizo indefinible y perdió su relativa importancia, como en un reloj sin manecillas. La luz se tornó tenue y cálida. Sentí una gran satisfacción interior; algo que no se puede explicar con palabras, que a todas luces limitarían y distorsionarían esta experiencia, para mi tan mística e íntimamente personal. Las palabras son nocivas para el sentido místico y espiritual de las cosas. Todo tiende a cambiar, a estar sustancialmente limitado cuando las expresamos, y entonces nos parece todo deformado, inexplicable. Un poco menos auténtico.


“Reflexionemos sobre lo que tiene de verdad un valor,
Sobre lo que da un profundo sentido a nuestra vida,
Y ordenemos nuestras prioridades en consecuencia”.
Dalai Lama



Yo pude sentir que Buda había tocado mi corazón, que algo había despertado en lo más profundo de mi ser. Muchas cosas pasaron por mi mente. Y muchas personas queridas surgieron de mi corazón. Era como si estuvieran conmigo en ese preciso momento..... Mis pensamientos y sentimientos, se unieron en una especie de plegaria, que elevé hacia Buda. Por mi compañera Toñi, por nuestro querido hijo, que perdimos hacía apenas unos meses, y por todas aquellas personas que significaban algo para mí.

No se el tiempo que duró ese afloramiento de mi estado interior, posiblemente pocos minutos, pero alcancé a sentir una gran paz interior. Una intensa luz que me llenaba el alma. Fue como si de repente, mi corazón se abriese de par en par; Y sentí como si un fuego prendiese en mi corazón la llama de un sentimiento del amor más íntimo y la veneración más humilde. Quizás por primera vez en mi vida, había sentido que Buda era mucho más que una palabra, o una simple figura de madera, o un camino de vida filosófico, como yo lo percibía más cercano hasta ahora. Pero era algo que iba mucho más allá del sentido puramente religioso. Se había despertado en mí, no sé por que extraña razón, el sentido más profundo de lo que significaba ser budista. Fue como encontrar la razón por la que,
desde hacía años atrás, yo seguía el camino del Dharma, pero aun así, no sabía explicarlo. No podía explicarlo. Todo se había desarrollado dentro de mí... Y podía sentir que se había producido un profundo cambio en mí, en ese “yo” infinito que abarca toda la existencia y a la vez no es nada, no tiene existencia.

El anciano monje me miraba complacido y con una amplia sonrisa me dijo “amithabbha”, a lo que yo respondí con gratitud haciendo una leve pero sentida reverencia, mientras algunas lágrimas, surgidas del fondo de mi alma, se escapaban mejillas abajo, sin que yo quisiera o pudiera evitarlo. ¿Qué me había ocurrido?....



La naturaleza pura del espíritu,
- vacuidad, lucidez e inteligencia ilimitada -
Ya están en nosotros desde siempre.



En esos momentos, no deseaba compartir con ninguno del grupo esta experiencia, este estado de éxtasis, por lo que no les comenté nada al respecto. Me dediqué, en cambio, a pasear con gozo por los diferentes recintos del templo. Esto, quizás fue una pura expresión de egoísmo. En cualquier caso, las experiencias son intransferibles, y poco o nada iba a comprender quien no las ha vivido, o para quien este tipo de experiencia interior, sean creyentes o no, no tiene valor alguno. Esto, a pesar de todo, era una semilla de la controversia, pues en el fondo me hubiese gustado poder compartir esa alegría y felicidad que sentía, pero no estaba con la gente adecuada.
Me encontré a Yan bajando unas escaleras, y debió notarme algo, ya que con su peculiar y gracioso acento, me dijo: “Wang Xu, tu estás muy contento. ¿Qué ha pasado?...”. - “Es que he visto a Buda!”, fue mi escueta respuesta, pero que encerraba toda la verdad de la extraordinaria experiencia vivida.



El Wushu Guan


Media hora más tarde, después de deambular por los diferentes patios y pabellones, me encontré con los demás en la entrada, y juntos nos marchamos en dirección al Wushuguan, donde íbamos a almorzar. Este Hotel-escuela, se erigió precisamente para acoger a los cada vez más numerosos turistas extranjeros que llegaban desde todos los rincones del mundo para conocer el Kung-fu de Shaolin. Uno de los artífices de este proyecto fue el profesor Vic Nowas de Suiza, con quien tuve el honor de intercambiar conocimientos hace ya unos 8 o 9 años, durante un viaje a su país. Su federación aportó una gran suma de dinero para la construcción del centro. En el vestíbulo volví a encontrarme con otro guía local, que también conocía de anteriores viajes. Nos intercambiamos amistosos saludos con muestras de sorpresa mutua.

Y la mayor sorpresa nos la llevamos al encontrarnos con el Maestro Shi Deyu, uno de los primeros monjes, con el que realizamos un curso en Francia, hacía ya seis o siete años. ¡Después de todo, China no parecía ser tan grande! .... No esperaba que me reconociese, pero si lo hizo. Quedamos en hablar más tarde. Nos acomodaron en una de las mesas del amplio comedor del restaurante, que a su vez servía de tienda, y nos sirvieron la comida. Por cierto que la misma, había mejorado sustancialmente en su calidad. Mientras almorzábamos, llegaron a la mesa de al lado un grupo de extranjeros, que aunque hablaban inglés, intuí que no eran ingleses. Al poco, y tras las presentaciones, pude comprobar que, efectivamente, no eran ingleses, sino noruegos, pero hablaban inglés con su entrenador, un colombiano afincado en Noruega. Averigüe que era vendedor de guitarras clásicas en ese país, y que a través de su asociación, habían llevado a un monje a su país, y ahora estaban realizando un curso de dos semanas en el Wushuguan. Nuevamente me sorprendía del nivel económico que manejaban algunos, que se podían permitir estos viajes a Shaolin, y tener el lujo de llevar un monje a su país. Nuestro caso era, obviamente, bastante diferente y peculiar en este sentido. Éramos muy pocos en nuestra pequeña asociación, y el interés que mostraban la gente por este tema, era bastante paupérrimo. Ya era casi milagroso el que pudiésemos estar en esta ocasión aquí, y aún así, éramos solo cuatro. En este sentido, podía sentirme afortunado.


Después de comer, nos dirigimos a la tienda central del complejo, con la intención de comprar algún material. Los precios habían subido desde la última vez que estuve aquí, así que me dispuse a iniciar las negociaciones para regatear todo lo posible. De inmediato, una de las vendedoras llamó al encargado, que resultó ser el dueño de todo aquello, y que además yo ya conocía de anteriores visitas. El hombre se alegró mucho de vernos de nuevo, e inmediatamente comenzó a ofrecernos todo tipo de ropas y armas. Le dije lo que buscábamos y al rato lo habían traído todo del almacén. Con cierta dificultad, logramos negociar unos buenos precios por el material, saliendo de allí cargados hasta las orejas.

Antes de salir y dirigirnos hacia la tienda de la fábrica de espadas, pasamos por una de las salas de exhibiciones que tiene el centro, donde en ese momento se encontraban entrenando un grupo de belgas. Bueno, lo de grupo es un decir, pues eran solamente tres, y de ellos, uno se dedicaba solo a grabar las patéticas evoluciones de los otros dos, que estaban aprendiendo algunos movimientos con palo largo. Y digo patéticas, porque realmente eran malos, con un nivel de principiante, o eso parecía al verles manejar el palo. Pero para mi asombro, un ostentoso cinturón negro, con varios “Danes” ceñido a sus cinturas, indicaba que no lo eran. Yo no entendía nada! ¿qué hacían esta gente aquí, vestidos con karateguis negros (con el calor que hacía) y entrenando con cinturón? Un joven monje estaba tratando de enseñarles unos movimientos con el palo, y ellos, a duras penas lograban sujetarlo correctamente en sus manos. A cada tres o cuatro movimientos, se paraban y se hacían unas fotos. Jesús, Dan y Mika se echaron las manos a la cabeza. No podían creer lo que estaban viendo. ¡Dios, que malos eran!... Eso era lo que exclamaban, sin saber si llorar o reírse.

Yo entendí muchas cosas con esa imagen. En mi mente, paulatinamente se iban añadiendo muchas piezas al puzzle que era Shaolin y todo lo que lo rodeaba. Me molestó mi propia forma de mirar esta escena, que aunque no era con desprecio, si que llevaba una cierta carga de sorna. ¿Porqué actuaba así, cuando en realidad creía que respetaba a todos?... ¿qué me había impulsado a sentir lo que sentía al ver esos practicantes extranjeros allí? Tomé buena nota de todo ello, para tratar de escribir más tarde acerca de mis impresiones al respecto.

Tras comprar unas espadas y sables en la pequeña tienda de la fábrica de armas, situada a espaldas del Wushuguan, aún disponíamos de una hora libre para curiosear por los alrededores. Visitamos las diferentes tiendas, sin intención real de comprar nada, solo por curiosidad y por
tantear el tema de los precios. A mi me servía para entablar conversación con los vendedores de los puestos y tiendas. Siempre venía bien la ocasión para practicar el idioma. Me separé, como tantas otras veces, del grupo y me dediqué a observar diferentes grupos de chavales practicando formas de Kung-fu o Wushu, en cualquier pequeña llanura que hubiese a mano. Había un incesante ir y venir de gentes para todos los lados, en su inmensa mayoría relacionados directa o indirectamente con las Artes Marciales. Observé durante un buen rato las evoluciones de un extranjero, que se encontraba practicando sobre las gradas del estadio del Wushuguan, algo parecido al estilo borracho. Pero era muy extraño. Más bien parecía que se había fumado un “peta”, o algún otro “cigarrillo moderno”, por la expresión de su cara. Parecía que estaba completamente ido. Supongo que sería efecto del sofocante calor reinante, que le había calentado demasiado la azotea. ¡También aquí, y en esto del Kung-fu hay fanáticos, lunáticos, y más “áticos” de diferente índole!

Pude curiosear un buen rato por las diferentes instalaciones del Wushuguan, y aparte de ver las habitaciones de los extranjeros, pude ojear algunas de las habitaciones donde se albergaban los niños chinos de la escuela perteneciente al centro; una simple sala con hileras de literas, sin ninguna otra comodidad a la vista. En la puerta una marabunta de zapatillas viejas y pequeñas. Me imagino el frío invierno en ese sitio, y se me ponen los pelos de punta. También vi una de las aulas donde recibían clases de educación primaria obligatoria, que estaba atestada de niños de entre 5 y 8 años, cada uno perfectamente sentado en su minúsculo pupitre. Nada que ver con lo que tenemos aquí, en occidente, y que en muchas ocasiones, y lo creo sinceramente, tenemos mucho más de lo que realmente es necesario. Estoy plenamente convencido de que si no tuviésemos tantas cosas materiales, superfluas y prescindibles, tendríamos muchas más “cosas” morales y espirituales, mayor sentido de la ética y del valor real de las cosas. Aquí valoran enormemente lo poco que tienen, y lo cuidan mucho. Entraríamos en cuestiones de diferencias culturales abismales, pero que en el fondo, tienen más que ver con los valores intrínsecos de las personas, que con todo lo material que las rodea, y que no son sino meros instrumentos de desarrollo de la sociedad.

Las instalaciones estaban bastante deterioradas y sucias, pero los niños se les veía entrenando con verdadero entusiasmo, algo de lo que carecemos hoy por hoy en nuestras escuelas. Los niños de allí, de España, necesitan de una motivación constante, generalmente basada en estereotipos comerciales y de imagen, que suele desaparecer con relativa facilidad. Es una motivación falsa, superficial, de apariencias, que no te satisface realmente, por lo que pueden cambiar de actividad deportiva, como quien cambia de zapatillas. Y así es francamente imposible alcanzar meta alguna. Y los adultos están en una situación similar, si no es peor aún. Y además con el agravante de que sirven de ejemplo para los más pequeños. No aceptan la dureza del entrenamiento, aunque esa pretendida dureza, en comparación con lo que se hace aquí, en China, sería de risa. Y si hablamos de disciplina, ya entramos en unos terrenos totalmente imposibles; Los mismos padres nos exigen en ocasiones que seamos duros y severos con ellos, y les enseñemos valores morales, cosa que en nuestra sociedad no nos corresponde a nosotros, puesto que los niños están solo una ínfima parte de su tiempo libre en la escuela. Pero a la más mínima queja de su ‘hijito’, porque le hemos recriminado algo, los padres se nos echan encima como feroces lobos, y el niño deja de venir al entrenamiento. ¿No es esto una gran contradicción? Ocurre que lo que desean de verdad los padres es que, en apariencia, seamos duros e inculquemos disciplina a sus hijos, pero solo en apariencia. Porque luego nos dicen que las Artes Marciales poseen ese espíritu y todos los atributos ético-morales que se le suponen. Eso es pura demagogia, pura fachada; Pero es lo que la gente quiere...
¿Cuál es la solución, entonces?... ¡Sinceramente, la solución existe, pero es imposible aplicarla en nuestra sociedad!

Cargados con armas, recuerdos y experiencias, subimos a nuestra pequeña furgoneta y regresamos al hotel de Dengfeng. Al llegar, Yan nos comunicó que la cena sería servida sobre las ocho de la noche, en el restaurante del mismo hotel. Así que teníamos de un buen rato libre a nuestra libre disposición, que aprovechamos para darnos una buena y refrescante ducha y cambiarnos de ropa. Bajé a la pequeña tienda del hall del hotel, más que nada para curiosear, pero acabé comprando unas camisetas de buena calidad, y un dibujo de un dragón que me llamó la atención nada más verlo. Vendían muchas otras cosas, pero todo relacionado con Shaolin, y los precios no estaban mal. No debía haber muchos clientes, pues la chica que me atendió parecía aburrida, y francamente deseosa de venderme algo al precio que fuese, cuando entré en el local. Eso ayudó en el divertido juego del regateo, todo un arte en China.

También en el restaurante éramos los únicos clientes, así que el poco personal que había, estaba todo a nuestro servicio, algo que siempre me incomoda. Cenamos francamente bien, con platos muy variados y en abundancia. No me apeteció probar un plato de pescado, pues la cara del mismo me resultaba ‘sospechosamente’ familiar. Lo había visto momentos antes, al entrar en el restaurante, nadando tranquilamente en una gran pecera. Efectivamente, luego pude comprobar que era así; El del plato
estaba junto a otros pocos peces en su estanque momentos antes de llegar nosotros. No es que no me guste el pescado, pero mis creencias budistas personales no me permiten comer ningún animal que haya sido sacrificado expresamente para que yo lo coma, o en cuya muerte yo tenga una responsabilidad directa o indirecta.

Tras la copiosa cena, Yan nos comentó que probablemente mañana cambiaríamos de hotel, pues pensaba que al estar esté casi vacío, no estábamos demasiado cómodos ni bien atendidos. Le aseguré que no, que estábamos bien, que no había problema, pero ella insistió. A mi, personalmente me daba igual; El lujo no era precisamente una de mis premisas. Habíamos venido aquí a entrenar Kung-fu con los monjes, por lo tanto, el lugar donde nos alojáramos carecía de importancia. Para mi lo ideal, hubiese sido poder vivir en el mismo Templo, con las comodidades mínimas, pero entendía que eso era imposible. Por lo tanto, que el hotel tuviera tres o cuatro estrellas, seis platos y dos servilletas, o dos ascensores en vez de uno, me traía sin cuidado. Y si Yan insistía tanto en cambiar de hotel, tendría sus razones. No había problema.

Después de cenar, decidimos salir a dar un paseo por la ciudad, para ver que tipo de ambiente se respiraba por las noches. Era poco menos de las nueve, cuando abandonamos el hotel en dirección al centro. Las amplias calles no estaban muy alumbradas, por lo que había bastantes zonas a oscuras o en penumbras. Muy poca gente paseaba por las calles, algo que me llamó mucho la atención. ¿De verdad había tan poca gente en esta ciudad? .... ¿Dónde estaban todos? A pesar de que los chinos suelen madrugar muchísimo, no creo que estuvieran todos ya dormidos.

El corto paseo resultó ser de lo más agradable, ya que disfrutábamos de una temperatura estupenda. Comentábamos diversos aspectos de las vivencias sentidas durante esa etapa del viaje. La conversación se desarrollaba de manera muy amena ay agradable.

Cruzamos sobre el río, que divide la ciudad en dos partes, fijándonos en cualquier detalle que nos llamara la atención. Dengfeng distaba mucho de ser una gran ciudad, de hecho es una ciudad relativamente pequeña. Una absoluta tranquilidad en las calles, te hacía sentirte cómodo y seguro. Y la poca gente que nos tropezamos nos miraba con suma curiosidad. Era bastante probable que nosotros fuéramos los únicos extranjeros en toda la ciudad, lo que nos convertía en blanco de las miradas de todos los transeúntes. Caminamos casi durante veinte minutos, cuando nos encontramos con la razón por la que apenas había nadie por las calles.
Resulta que todos estaban reunidos en la plaza mayor de la ciudad, celebrando una gran fiesta. Ahí si que había animación! Cientos de personas, de todas las edades, estaban bailando en grupo al son de la estridente música occidental, que sonaba desde unos grandes altavoces, que un avispado comerciante había instalado delante de su comercio. Era una especie de baile en línea, como suelen hacer los americanos, y se lo estaban pasando a lo grande. No dejaba de sorprenderme la capacidad de los chinos de hacer las cosas, cualquier cosa, en grupo. La sincronización era casi perfecta, y toda la masa de gente se movía al unísono hacia delante o hacia atrás, haciendo giros o desplazándose a los lados. Me encantó esta forma sana de pasárselo bien y divertirse sin que hubiese problemas. De alguna manera, me recordó algo a los años de los llamados “guateques” de nuestro país, pero a lo grande. Sin pretenderlo en absoluto, en mi mente se colaron imágenes de nuestra juventud divirtiéndose, y no pude evitar las comparaciones. Esto no tenía nada que ver con la manera de divertirse cada fin de semana, que estaba acostumbrado a ver en los muchos jóvenes de España, que suele ser sustancialmente agresiva y autodestructiva. Si no se “colocan” de alguna manera artificial, mediante el uso de alguna droga, o no rompen algo, parece que no lo pasan bien. Los “botellones” se han convertido en moda casi necesaria, y las broncas y peleas diarias son habituales en zonas de ocio. La falta absoluta de respeto por los demás, y por sí mismos, es lamentable. Cuando uno observa todo esto desde fuera, te preguntas porqué está ocurriendo... Es un fiel reflejo de lo enferma y podrida que está nuestra pretendida sociedad “civilizada”, en la que necesitan dar rienda suelta a sus instintos más bajos, para descargar la frustración personal y social que muchos, inconscientemente, llevan dentro.

Para qué queremos una sociedad adelantada con todos los medios y comodidades a nuestra disposición, si luego todo ello nos crea esa frustración? ¿Para qué tanta información, tanta educación, (entre “comillas”), y tanta libertad? Y luego, cuando ansiamos algo de felicidad, porque sentimos que ‘algo’ no encaja en nuestra vida, curiosamente, miramos hacia Oriente, como si esto fuese el supermercado de la dicha. Este tipo de aseveraciones me hizo reflexionar posteriormente mucho acerca de nuestras dos culturas.

Ver esta gente aquí, pasándoselo tan bien, sin apenas medios sofisticados, pues me parecía genial. Estaba realmente feliz con lo que estaba viendo. Algunas chicas nos animaban con gestos a unirnos a la multitud, pero ninguno de nosotros éramos unos bailarines, aunque creo que la vergüenza fue lo que nos echó un poco para atrás. Estuve a punto de animarme, pero mi rodilla me avisaba de que no hiciera locuras, así que me dediqué a pasear entre la multitud de la plaza. Me encontré a un animado grupo de señoras practicando una mezcla de danza con abanicos. En otro lado había un gran números de pequeños coches a pedales para que los más pequeños se divirtieran. Algunas mesas de ping-pong estaban ocupadas por un grupo de chavales. Otras dos viejas mesas de billar acogía a otro nutrido grupo de chicos. No se veía a nadie alborotando o armando jaleo. Casi en el centro de la plaza, sobre un gran escenario, un grupo de actores interpretaban una ópera clásica, de esas que tanto les gusta a los chinos, y que yo no entiendo. Esto era el ambiente tradicional de una ciudad rural como era Dengfeng.

En todas las calles que confluían en la gran plaza, se veían muchos pequeños puestos, donde los chinos vendían toda suerte de cosas inimaginables. Eso creaba un ambiente muy peculiar, donde me encantaba moverme para sentir el latir de la vida del pueblo.

Esa noche dormí como una marmota, con cierta ansiedad y euforia por el día que nos esperaba. Debíamos levantarnos muy temprano, pues las clases comenzaban a las ocho de la mañana. Antes de caer en brazos de los sueños, tomé mis acostumbrados apuntes sobre todo lo que recordaba haber vivido durante el día. Aproveché para escribir algunas postales para amigos de España. Me senté en la cama para realizar mis ejercicios de meditación. Luego, el sueño me invadió, y la mente y mis ojos se cerraron....


Sobre las seis de la mañana, el sol ya estaba despuntando por la cima de la cercana montaña. Una tenue bruma dejaba pasar los brillantes rayos del astro rey, lo que confería al paisaje un cierto aire de cuadro fantástico. Decidí levantarme y después de vestirme bajar a practicar algo de Taiji a algún parque. Por cierto, ¡no recordaba haber visto ninguno al día anterior! Finalmente realicé mis ejercicios en el mismo parking del hotel, al aire libre. Este ejercicio me venía estupendamente, pues me despertaba todos los sentidos para el resto del día, y además, me sentía cargado de energía.

Por la calle adyacente al parking, pasaron un numeroso grupo de jóvenes corriendo como galgos, pero eso si, en formación... Debían de ser de alguna escuela cercana.

Luego subí a la habitación, donde Jesús estaba todavía pegado a la almohada. Poco después estábamos desayunando en el restaurante. Nada que ver con los desayunos de aquí! No había café, ni colacao, ni mantequilla ni mermelada. Ni siquiera había pan. Era el típico desayuno chino, basado en cereales, verduras, fideos y panecillos al vapor. Vamos que parecía casi un almuerzo. Y además, algunas cosas picaban ...! Había que tener estómago para tragarse eso a esas horas de la mañana. Mika no salía de su asombro, y comenzó a protestar airadamente, aunque siempre en tono de broma. Pero eso era lo que había; O te lo comes o pasas más hambre que un caracol en un cristal. Nos reímos a carcajadas, sobretodo Mika, cuya risa llamaba poderosamente la atención...




















































martes, 17 de febrero de 2009


Capitulo 2


Zhengzhou, el corazón de China



En el mismo andén nos estaba esperando Zhang Yan, nuestra guía, que nos acompañaría durante toda nuestra estancia en Shaolin. Los demás del grupo, que no la conocían, se alegraron mucho de que nuestra guía fuese una chica joven y atractiva. Queramos reconocerlo o no, era preferible, para cualquier hombre, tener como guía una mujer, en vez de un tío, feo y con bigote. ¿Porqué será esto así?... Tras los preceptivos saludos y presentaciones, nos dirigimos hacia la salida, que estaba abarrotada de viajeros que acababan de llegar en el mismo tren que nosotros. Parecía el metro en hora punta. La multitud se agolpaba empujando unos a otros, tratando de encauzar la salida. A duras penas logramos pasar el control de billetes de la salida, casi engullidos por la masa de gente. Nuevos carteles acerca del templo Shaolin nos inyectaban una extraña euforia y alegría, emociones que seguramente se nos reflejaba en las caras. Notábamos nuestro destino cada vez más cerca. Incluso los apretujones, pisotones y tirones, inmersos en medio de ese gentío parecían divertidos, como parte de la aventura. Más carteles; La fama de Shaolin era notoria...

Nada más salir a la explanada de la calle, ya se podía vislumbrar la gran diferencia que existía entre Beijing y esta ciudad, capital de la provincia de Henan. El ambiente, sus calles, y sus gentes eran notablemente diferentes a todo lo que había visto en Beijing. De alguna manera, se dejaba notar un cierto aire rural. Los coches y todos los vehículos en general eran de menor categoría y más viejos. Los taxis, mayoritariamente de color amarillo, eran los típicos “coches huevo”, esas pequeñas furgonetas, en las que difícilmente pueden caber tres extranjeros como nosotros. Las gentes se apiñaban sobre sus equipajes en pequeños grupos, quizás esperando un tren que les llevase a un nuevo destino, a una nueva y más próspera vida. El bullicio de tanta gente denotaba una gran vitalidad de la ciudad. Estaba contemplando en parte, lo que era la vida cotidiana en China. Era como tomarle el pulso a la vida de este inmenso país. Muchos vociferaban, en un dialecto para mi incomprensible, una costumbre muy extendida en China, lo que sorprende a los foráneos, que quizás puedan llegar a pensar que estaban discutiendo o peleando. Muchos vendedores ofrecían mapas de la ciudad. Otros llevaban cestos llenos de frutos secos y
otras cosas que no se que eran, pero que, obviamente se trataba de comida. Un intenso olor a fruta dulce y madura se podía percibir en el aire. Un olor a país, a China. Y me encantaba. Me sentía fascinado por tantas experiencias nuevas, tantos detalles que recordar posteriormente. Ponía todos mis sentidos en cada instante, convirtiéndolos en momentos inolvidables e irrepetibles. Era plenamente consciente de ello.

Esta gran ciudad, a pesar de su rica historia y sus más de tres millones de habitantes, no tiene muchos atractivos turísticos en especial, y su importancia real está en ser uno de los principales nudos ferroviarios del país, debido a que se encuentra enclavada prácticamente en el centro geográfico de China. Es gracias a su situación en este eje ferroviario Beijing—Guangzhou, Liangyungang—Lanzhou y Shanghai—Xi’an, que ha conseguido erigirse en capital de la provincia. Es una ciudad, que, a primera vista no parece tan grande, pero que tiene unas dimensiones enormes, con grandes centros comerciales y todos los demás aspectos que una gran ciudad debe tener.

Grandes parques de podía observar por doquier, en los que a esa hora de la mañana, aún quedaban algunas personas ancianas practicando Taiji o Qi-gong. A pesar de ser una gran ciudad, se veían muchas zonas verdes, algo que lamentablemente echamos cada vez más en falta en nuestras ciudades de España. Miles de chinos circulaban en sus bicicletas por las amplias avenidas y calles, con ritmo que resultaba tranquilo, para nada frenético como cabría pensar de una urbe así. Pero el número de bicicletas era bastante inferior a las que podíamos encontrar en Beijing. Aquí había mucha moto y coches pequeños.

La gente del lugar nos miraba con auténtica curiosidad, tan descarados que realmente llamaba la atención. Mika se sentía incómodo con este hecho, mientras que yo trataba de hacerle entender que eso era algo normal entre los chinos. Estos muestran aquí, en las zonas rurales, mucha más curiosidad de lo que es habitual en una gran ciudad, ya que no están tan acostumbrados a ver turistas extranjeros. Muchos seguro que jamás se habían encontrado cara a cara con alguno. Era, para algunos de ellos, como ver un extraterrestre. Pero en cualquier caso, era una curiosidad sana, sin malos rollos, y hasta cierto punto, recíproca por mi parte.

Cargamos nuestras maletas en una pequeña furgoneta que había dispuesto la agencia, y nos trasladamos a desayunar a un hotel que se encontraba bastante alejado de la estación. Por el camino, pude deleitarme con la observación de parte de la ciudad, que íbamos dejando atrás en
nuestro recorrido. Estaba muy contento de volver a ver a Yan, nuestra guía, así que dividía mi atención entre ella y el paisaje urbano que iba observando. Tras media hora de recorrido, llegamos al hotel, donde después de registrarnos en recepción, subimos a las habitaciones para ducharnos y asearnos un poco. Desde que salimos de Málaga días antes, no habíamos tenido la ocasión de hacerlo en condiciones, y ya teníamos un poco aspecto de gorrinos. Las habitaciones estaban muy bien acondicionadas, y ofrecían prácticamente la misma configuración que en el resto de hoteles de China. El hotel, desde luego, tenía muy buena pinta; era un cuatro estrellas, cuya equivalencia aquí es de un semi-lujo. Los pasillos me recordaban la película de Jack Nicolson, la del hotel de montaña,.... “El resplandor”, por lo largos, silenciosos y alfombrados que estaban.

Veinte minutos más tarde, bajamos al segundo piso para desayunar (En China, el primer piso equivale a la planta baja nuestra). Se trataba de un amplio y bien surtido buffet libre, con comida típica china, aunque también encontramos las clásicas tostadas, pero ni un solo turista extranjero. El personal del servicio nos miraba con curiosidad. Cuando pregunté algunas cosas en chino, una camarera me preguntó que adonde íbamos. Cuando le contesté que nos dirigíamos a Shaolin, se mostró muy entusiasmada. Me preguntó el porqué hablaba yo chino, y le contesté que solo hablaba un poco. Muy poco en realidad. Pero debió entenderme perfectamente, ya que decía que lo hablaba muy bien. Entre los clientes del restaurante había un pequeño grupo de chicas que llamaban discretamente la atención, tanto por su extraordinaria belleza como por su indumentaria, muy elegante y refinada. Algo en ellas me hacía sospechar que no eran clientes del hotel, y que más bien podían dedicarse a otras cosas. Ciertamente no me equivoqué, como pude comprobar posteriormente, cuando las vi entrar en un local del hotel con un bonito y llamativo rótulo luminoso; “Sauna & Massage”, rezaba el cartel. Obviamente las estuve observando un buen rato, y me llamaron la atención sus refinadas maneras y su delicadeza, tanto de gestos como de movimientos. No podía negra que me sentía poderosamente atraído por estas chicas, sobretodo por una de ellas, de una belleza delicada y poco usual. Todo en ella era casi perfecto, incluso su melodiosa voz. La belleza de las mujeres chinas se aleja netamente de los cánones occidentales. Eso si, no es fácil encontrarse en China con mujeres especialmente guapas, pero cuando una lo es, rompe todos los esquemas. En cualquier caso, solo es cuestión de gustos. Personalmente siempre me han atraído las mujeres de rasgos orientales, pues encuentro en ellas algo, que no sé muy bien definir, pero que obviamente tiene mucho que ver con los ojos y los otros rasgos de la cara.

Saludamos a las chicas con respeto y cortesía, y cierto toque de amistad, que denotaba el obvio interés que habían despertado en nosotros. Devolvieron el saludo con una amplia y amable sonrisa. ¡Lástima que éramos medio “Shaolines”, y teníamos una misión que cumplir....!

Tras el copioso y delicioso desayuno, disponíamos de algunas horas libres, hasta que volviese Yan. Aprovechamos para dar una vuelta por las calles adyacentes al hotel. Enfilamos una amplia y larga avenida, sin rumbo fijo. Fue un paseo agradable y divertido, en el que todo el mundo, pero sobretodo los niños, se paraban para mirarnos de arriba abajo. Esto os puede parecer una exageración, pero os aseguro que era así. Muchos nos saludaban con un sonoro “¡Hellou!”, pensando que al ser extranjeros, cosa que saltaba a la vista, debíamos ser americanos o ingleses. O bien era simplemente la única palabra que conocían en el idioma de los “bárbaros extranjeros”. Cuando en alguna ocasión traté de entablar conversación con alguno de esos chiquillos que jugaban en las aceras, estos huían entre risas y gritos. Muchos padres indicaban a sus pequeños que nos saludaran, lo que nos hacía mucha gracia. Parecíamos una atracción curiosa para ellos. Caminamos en dirección al centro de la ciudad, sin alejarnos tampoco demasiado del hotel, dedicados a mezclarnos en el ambiente de la vida cotidiana de los chinos. Se sucedían unas tiendas a otras, en su mayoría muy pequeñas, pero atestadas de mercancías de toda índole. Muchos pequeños restaurantes abrían sus puertas ya a esa hora de la mañana. Y había una gran cantidad de ellos, casi tantos como de tiendas. Esto es algo que ya me sorprendió mucho en mi primer viaje a China; La enorme cantidad de restaurantes y casa de comidas (como prefieren llamarlos ellos) que había por doquier en todas las ciudades. Yan me comentó que era usual en los chinos el comer fuera, posiblemente porque les salía más económico que hacerlo en su casa.
- “¿Tan barato resulta comer en un restaurante en China?”
- “En parte es así, pero el principal motivo es que les pilla muy lejos de sus casas, y no tienen tiempo para ir y venir”.

Hay que precisar que no todos los restaurantes son iguales, y ni de lejos se parecen a los que tenemos aquí. Muchos no podrían ni considerarse restaurantes, pues ofrecen solo unos pocos platos a elegir. Podemos, claro está, encontrar algunos de mucho lujo, donde te preparan auténticos manjares, pero también los hay que son simplemente una pequeña cocina y varios taburetes en la calle. Incluso los hay que son un simple carrito con dos fogones. (Os recomiendo comer alguna vez en un sitio de estos. La comida es sencilla y deliciosa) Aquí suelen ofrecer dos o tres platos diferentes, nada más. Y todo es fresco, del día.


Muchos chinos, sobretodo ancianos, jugaban o bien al Mayón, un juego clásico chino que goza de gran popularidad en todo el país, o estaban enfrascados en una emocionante partida de una especie de ajedrez chino. Me detuve a observar el desarrollo de uno de estos juegos, pero fui incapaz de comprender las reglas de estrategia, que hacía que uno perdiese o ganara. Jugaban en improvisados “tableros” dibujados sobre un papel en el suelo, y mostraban gran entusiasmo en su desarrollo. El grupo de hombres que estaban jugando, unos cinco o seis, eran todos de piel muy curtida y rasgos étnicos similares. En cuclillas alrededor del tablero, vociferaban y gritaban en un dialecto que yo no entendía. Era su manera de pasar un rato divertido.

Una chica joven, que nos estaba observando con interés, al percatarse de que nos habíamos dado cuenta de su presencia, se perdió con su bicicleta en un estrecho callejón, entre risas y un intenso sonrojamiento de sus mejillas, motivado seguramente por la vergüenza que le daba.

Algunos niños pequeños, casi desnudos, sucios y descalzos, jugaban con un montoncito de arena y un charco de agua. Un viejo camión de madera, que hacían circular por sus carreteras imaginarias, era el juguete que manejaba con gran concentración. Y estaban tan metidos en su juego, que ni se sorprendieron de nuestra presencia. Y se les veía muy felices. Esta imagen, vista con la perspectiva de nuestra mentalidad occidental, te llevaba a pensar que estábamos ante la típica estampa delatora de pobreza. Pero no era así. A mi no me llegaba esa sensación. En cambio si que me transmitía una extraña y sana alegría. Su mundo se limitaba momentáneamente a su camión y la manera de transportar arena en su imaginario juego. Había cierta armonía en su juego, en sus expresiones de felicidad, incluso cuando elevaban la voz para hacerse oír o discutían alegremente sobre la dirección a tomar por su vehículo de madera.

Una pareja llevaba a su hija pequeña en brazos, y le dedicaban toda clase de mimos y caricias. Mucho se ha hablado en occidente sobre los malos tratos a los niños y niñas chinas, pero sinceramente, no he visto nada de esto aquí. Siempre que he podido observar a un niño pequeño, estaba perfectamente atendido por sus padres, que mostraban un gran afecto y cariño hacia el pequeño. Es cierto que los chinos, y los orientales en general, son poco propensos, por razones culturales, a mostrar su afecto en público, pero esto no es aplicable a los niños. También es cierto, y está ahí, latente, el tristemente y lamentable asunto de las “habitaciones de la muerte”, un documental de extrema dureza acerca de los orfanatos
en China. Esto es algo tan cruel, que, obviamente ni defiendo ni comparto. Por desgracia, aún hoy en día, esas escalofriantes imágenes, representan para muchos, una difusa escena de la China de hoy, cuando no es en absoluto aplicable a todo un pueblo. Un pueblo que se juzga siempre por las cosas negativas. Un pueblo del que solo se habla, cuando ocurren hechos negativos, cuando en muchas ocasiones, esta información está absolutamente manipulada por intereses políticos, como he tenido la ocasión de comprobar en muchas ocasiones. Porque pocos medios tratan con la misma imparcialidad un reportaje que vi sobre ciertas instituciones de salud mental en Checoslovaquia, o algunos orfanatos o asilos para ancianos, de nuestro propio país. Ciertamente, quizás no se pueda comparar, y de hecho no lo comparo, pero si hay que contrastar la forma en que se trata la noticia. Un ejemplo; muy recientemente, se volvieron a dar imágenes sobre los orfanatos de China y el trato que se les da a las niñas. En ese reportaje salía un centro educativo y de recogida, en el que las paredes eran de azulejos blancos y el suelo de cemento. La reportera hacía énfasis en estos detalles, dando a entender lo miserable que era el lugar. Pero lo que no decía, era que en toda China, o al menos lo que yo conozco, todos los colegios son así. ¿No es esto una manera de manipular la información? Es un asunto sobre el que podría polemizar un buen rato, pero que no voy a tratar aquí.

A pesar de la gran cantidad de tráfico y transeúntes, no daba la sensación de agobio de las grandes ciudades tipo Beijing o Shanghai. Todo parecía desarrollarse a un ritmo continuo, pero pausado y tranquilo. Puedo entender que esa sensación estuviese más en mi, en mi percepción del entorno, que en el entorno mismo, pero aún así, creo que es bastante diferente. Seguimos caminando por las calles, sin prisas, observándolo todo con curiosidad, hasta que decidimos tomar el camino de regreso al hotel. Las dos horas de paseo habían despertado nuevamente el apetito en alguno de nosotros.
Ya de regreso en el hotel, almorzamos en el buffet de uno de los restaurantes, con platos típicamente chinos. Poco o nada se parecían a las
comidas, que aun siendo chinas, nos servían en los restaurantes concertados para turistas en nuestro anterior viaje. En estos lugares, suelen cocinar y presentar los platos de una forma mucho más suave, acercándose un tanto a nuestro paladar occidental, poco acostumbrado a esos sabores y texturas de los alimentos, generalmente bastante condimentados y de fuerte sabor. Porque los platos que solemos pedir en los restaurantes chinos de occidente, salvo algunas honrosas excepciones, poco o nada tienen que ver con la comida tradicional china. Son todos una adaptación a occidente de la cocina china, mucho más rica y variada que los clásicos “rollitos de primavera” y el “arroz frito tres delicias” (que por cierto aquí, en China, son difíciles de encontrar). El único parecido es, quizás, el nombre tan pintoresco de los platos.

El caso es que comimos muy bien, y en gran cantidad, quizás en exceso. Probé un estofado de cordero realmente exquisito, y eso teniendo en cuenta que a mi el cordero no me gusta, por su fuerte sabor. El personal del hotel, se sorprendió mucho al vernos comer con cierta soltura con los palillos, algo que para mi en particular era bastante normal, pues suelo hacerlo habitualmente en casa.

Tras el almuerzo, nos esperaba Yan y el conductor de la furgoneta de la agencia, para llevarnos a visitar un lugar turístico de la región, las vistas del Río HuangHe. A bordo del vehículo fuimos dejando atrás las innumerables avenidas y calles del centro de la ciudad. Poco a poco el campo iba ganando en extensión a los edificios y casas. Por doquier se veían aun nuevas construcciones y viejas casa, lo que suponía el avance imparable de la ciudad hacia las afueras. Todo ello presagiaba un inminente cambio en el aspecto de la gran ciudad. Por todos lados había obras, en las que trabajaban una gran multitud de gente, tanto hombres como
mujeres. Luego, todo era campo y más campo. Extensiones de verde terreno de sembrados hasta donde alcanzaba la vista. Por el camino fui charlando animadamente con Yan, comentando diversos aspectos de nuestra visita.

Yan (pronunciado Yen) es una chica encantadora, muy profesional y amable, que a pesar de su juventud, ya era directiva de una gran agencia oficial de viajes. Habla español con aceptable fluidez, aunque en algunos tramos de nuestra conversación echamos mano del inglés, idioma que ambos conocíamos suficientemente bien como para entendernos perfectamente. Cuando yo la conocí en mi primer viaje a China, ella trabajaba de guía local para la agencia CITS (China International Travel Service) de Henan, pero ahora era subdirectora de uno de los departamentos de extranjeros. Era un verdadero honor que ella en persona fuese nuestra guía, en vez de delegar en alguien de las decenas de guías que tenía la agencia. Su atención para con nosotros era excelente, cuidando de todos los detalles, mucho más de lo que podría esperarse de una agencia así.

Llegamos al lugar previsto, y allí se notaba que el turismo foráneo distaba mucho de ser el más asiduo. Olía intensamente a campo, libre de toda polución de ciudad. Ese perfume tan de agradecer que nos brinda la madre naturaleza en su estado puro y salvaje. La zona era hermosa, de abundante y densa vegetación y muy bien conservada y cuidada, aunque poco turismo se veía por ningún lado, por no decir ninguno. Dejamos nuestra furgoneta en un espacio reservado para los vehículos y subimos andando una pequeña y escarpada colina, desde cuya cima se podía divisar una gran extensión del gran río, el mismo que ha sido parte de la historia de China, y en el que se inspiraron tantos escritores en la antigüedad. Un ejemplo de ello fue la serie “La frontera azul”, que desarrollaba sus historias, leyendas y personajes alrededor de este río.

Desde nuestro privilegiado observatorio podíamos contemplar como el río, en ese lugar llegaba a tener una anchura superior al kilómetro. Un larguísimo puente de hierro lo cruzaba a lo lejos, por el que no paraban de transitar trenes. En el mismo lugar, rodeado de espesa vegetación, había también una especie de aviario, que no visitamos. Varios pequeños templetes coronaban las diferentes colinas que estaban a alcance de nuestra vista.

No había absolutamente nadie en el lugar, salvo una chica con su carrito de refrescos, y algunas otras personas que debían de vivir por allí. Bajamos a la orilla del río, donde tratamos de alquilar un hidrocraft, una
especie de barco que se deslizaba a notable velocidad, mediante un colchón de aire sobre el agua. Pretendíamos darnos una vuelta por el río. Pero los dos o tres que había, no los alquilaban a un grupo tan pequeño, y si acaso nos pedían una cantidad desorbitada. Y además en dólares! Yan dijo que ni hablar. Por ese precio, casi podríamos habernos comprado uno nuevo. Se ve que habían visto pocos turistas últimamente, y nosotros, estaba claro que lo éramos, y se pensarían que íbamos forrados de pasta. No nos importó demasiado, una vez vistos los cacharros de cerca. La goma del colchón de aire tenía más remiendos y parches que el trapo de un afilador. Aquello parecía difícil que pudiese flotar. Debían de ser por lo menos de cuando Mao hizo la comunión, o de la 1ª guerra mundial....



Regresamos a Zhengzhou, al hotel, donde nos acomodamos en nuestras respectivas habitaciones. Dan y Mika, aún no se habían hecho al cambio horario, por lo que estaban algo descolocados y cansados. Optaron por irse a dormir un rato, lo que es un error, puesto que así no te logras adaptar al horario chino (6 horas más que en España). Nos quedamos finalmente en las habitaciones, donde me dedique a ver un poco la televisión. Disponíamos de un montón de canales, al menos 16. Me interesaba mucho oír el idioma, tratando de comprender alguna cosa, aunque lo realmente importante, era quedarme con la fonética. La programación de la televisión china, es bastante diferente a la nuestra, la occidental, así que no me fue difícil encontrar distintos y variados programas de noticias, donde hablaban un chino mandarín perfecto, sin los acentos de provincias. Eso me facilitaba un poco la comprensión de lo que veía.

Tras la cena, no teníamos muy claro qué hacer. El hotel estaba situado bastante lejos del centro de la ciudad, donde se ubicaban los grandes centros comerciales. Decidimos ver qué había en el propio hotel, y realmente la oferta nos sorprendió. Scuash, paddel, piscina, sauna, discoteca, bolera, sala de recreativos, Internet, etc. Nos decidimos por visitar la bolera, que estaba situada en el sótano del gran edificio. Cuando entramos en la sala, nos quedamos bastante perplejos con la calidad de las pistas y lo moderno de todas las instalaciones. Es la mejor bolera que he pisado nunca. Pedimos unos refrescos y nos echamos unas cuantas partidas. El precio, algo parecido a los de nuestro país, por lo tanto, bastante caro para China. Mika era la primera vez que jugaba, y tenía la suerte del principiante, logrando unas excelentes puntuaciones. Pero finalmente logré imponerme y gané yo. Jugar a los bolos era para mi como hacer Kung-fu; requiere de la misma concentración. Y ese factor me permitía sacar cierta
ventaja, pues no soy ni de lejos un buen jugador, aunque me gusta y me divierte jugar. Las camareras se reían y aplaudían con entusiasmo nuestros aciertos. Se estaban ganando la propina a pulso. Para terminar la noche, jugamos unas cuantas partidas de billar, en donde los demás, que si eran buenos jugadores, se vengaron de su derrota a los bolos. Y he de admitir que el billar no despierta en mí, el interés por competir y ganar. En realidad siempre juego contra mí mismo, tratando de superarme. El caso es que perdí clamorosamente todas las partidas. ¡Que se va a hacer!....

Cuando subimos a nuestras habitaciones, caímos en las camas algo cansados, pero con nuestras mentes puestas en el día siguiente, en el que partiríamos hacia Dengfeng, la localidad donde se ubicaba el Templo Shaolin, la meta de nuestro viaje y de mis sueños.

A las seis de la mañana, ya estaba en pie. Apenas me refresque un poco la cara y bajé a la calle. El día anterior había visto un pequeño parque junto al hotel, y me pareció un sitio idóneo para practicar algo de Taiji. No me sorprendió encontrarme en la plaza del parque con multitud de personas haciendo ejercicio de todo tipo. A pesar de que me fascinaba observar a la gente practicando, me dediqué a repasar mis propios ejercicios. Al rato, un pequeño grupito de personas estaba mirándome y hablando entre ellos. Debía de ser una atracción. Los saludé efusivamente y traté de entablar conversación con algunos ancianos, pero no entendían nada de lo que les decía, ni yo comprendía su dialecto. Que pena!....

Sobre las siete, los demás componentes de nuestro pequeño grupo ya se habían levantado y bajado a desayunar. Dimos buena cuenta de los diferentes y variados platos, algunos de los cuales ya conocíamos.

Mientras comíamos, vimos salir a la calle gran parte del personal del hotel. Algo debía de ocurrir. En la pequeña explanada frente a la puerta de entrada al vestíbulo, todo el personal uniformado formaba filas mientras era izada una bandera y sonaba un himno. ¿Venía alguien importante de visita?¿Algún ministro?¿Era el día de la bandera?¿Era el aniversario del director?.... Nada de eso. Para mi asombro, se pusieron a hacer ejercicios calisténicos durante unos diez minutos, al ritmo del sonido de un silbato. Me costaba creerlo!.... ¿Os imagináis a todo el personal del Corte inglés, a las nueve y media de la mañana, realizando ejercicio delante de la puerta?.... No,¿ verdad? Es quizás, una de las pocas ocasiones que tienes, de ver algo que todavía tiene reminiscencias del comunismo, ya obsoleto, que el país sufrió en el pasado, y del que quedaba bien poco. Estos pequeños indicios, algunos programas de televisión, que exaltaban el patriotismo a ultranza, la multitud de banderas rojas por muchos sitios y poco más, nos indicaban que estábamos en un país comunista. Y eso se resaltaba precisamente porque pocos días después, se iba a celebrar el 80 aniversario de la fundación del partido comunista de China. Y estábamos asistiendo a un ensayo, supongo, de las celebraciones institucionales. Así que nos ponían al presidente Mao hasta en la sopa. Todas las cadenas de televisión ponían documentales sobre la vida de Mao ZeDong y la fundación del partido. Y lo peor eran las insufribles películas biográficas. Luego, en el ámbito de la calle y del pueblo llano, todo esto no se dejaba notar.

Ese día, el pequeño microbús nos recogió algo tarde, pero no importaba; eso no iba a mermar nuestras ilusiones. Hoy viajaríamos hacia Shaolin, y eso era lo que importaba y compensaba todos los retrasos posibles. Partimos en dirección Este, saliendo de la gran ciudad atravesando una maraña de avenidas, autovías y carreteras, hasta enfilar la carretera 120, que conducía a Luoyang. Recordaba este peculiar trayecto de mis anteriores viajes por su intenso tráfico, tan anárquico como desquiciado y peligroso. La carretera estaba tan mal como siempre, o incluso peor, por eso me resultaba chocante el tener que pagar peaje. Nuevamente comenzamos a cruzarnos con multitud de camiones azules, que transportaban carbón mineral desde unas minas. A cada cual más viejo y destartalado, pero cargado hasta la cabina, y circulando, algunos, que se las pelaban. En esta ocasión, nuestro vehículo era bastante más rápido que los autobuses que utilizamos años anteriores, con lo que el peligro parecía mayor. El conductor era muy hábil, aunque bastante arriesgado, por no decir temerario. Aunque su apellido hubiese sido “Schumacher” o “Lauda”, que no lo era, hubiese sentido la misma inquietud al verlo conducir. El tío se ponía a adelantar en lugares inverosímiles, sin visibilidad alguna, lo que nos ponía los pelos de punta, en más de una ocasión. En un momento dado, casi temí que nuestro viaje se acababa aquí, pues el tipo estaba adelantando a una furgoneta, que a su vez adelantaba a un viejo camión, y de pronto, dos vehículos de frente. Nos cruzamos todos mezclados, y cada uno pasó por donde podía entre los demás vehículos. Una situación surrealista que se solucionó con breves bocinazos, como si nada extraordinario ocurriera!

El paisaje, durante las casi dos horas que duraba el trayecto, apenas había cambiado nada desde mi último viaje, hacía algo más de un año. Tenía la vaga sensación de que hacía solo unos días que había pasado por allí. Incluso recordaba algunos lugares, lo que sorprendió mucho a Yan. A pie de carretera nos cruzamos con muchos pequeños, destartalados y sucios talleres, donde reparaban las averías ocasionales y frecuentes que solían sufrir toda clase de vehículos que se dedicaban al transporte del
carbón. Para colmo, muchos tramos estaban en obras, y los vehículos pasaban por donde podían. Era la ley de la jungla o del asfalto; Pasaba antes el que llegaba antes o fuera más grande. Ante las numerosas y casi constantes situaciones de peligro que pude observar, los conductores respondían invariablemente con varios toques de claxon, ¡Y asunto resuelto! Nadie se exasperaba por ello. Esto era diferente; Esto era China. No hay comparación posible.

Me asombraba ver pequeños vehículos cargados hasta la antena. Una señora, ya entrada en años, iba de pie, sobre el carbón, sujetándolo con una gran pala, montada sobre el remolque tirado por un pequeño y viejo tractor, que a duras penas podía subir una pronunciada cuesta. Hasta vi a un anciano, que con su bicicleta tiraba como podía, de un pequeño remolque cargado con una burrada de kilos de carbón. Algo difícil de explicar a menos que se vea.

En otro momento, observé como un tremendo bulto, que de lejos no acertaba muy bien a decir lo que era, se desplazaba, no se muy bien como, sobre una pequeña y destartalada bicicleta, más vieja que las alpargatas del primer emperador. Cuando lo pasamos, un anciano de blanca y fina barba, nos saludó con la mano, que apenas sobresalía de la montaña de cestos de mimbre.

Comenté en tono de humor a Yan, que la oficina de turismo de Henan, debería incluir el trayecto en esta carretera como atracción turística para los amantes de los deportes de riesgo y turismo de aventuras, algo tan de moda en occidente.

Un terreno lleno de verdes campos de trigo o algún tipo de cereal, repartidos en grandes extensiones y ocasionalmente sobre pequeños bancales, era el paisaje predominante. El terreno se prestaba a las excavaciones en la tierra, puesto que había gran cantidad de pequeñas grutas excavadas en los bancales. Obviamente, la gente de la región se dedicaba en gran parte a la agricultura. Pero curiosamente casi no vi ningún campesino trabajando las tierras. Luego me di cuenta que a estas horas era poco probable, pues el calor era ya sofocante, y además, los chinos se despiertan antes que el sol....

Tras hora y cuarto de “emocionante” viaje, vislumbramos a lo lejos, a nuestra derecha, según el sentido de la marcha, la majestuosa cordillera de Songshan, una de las cinco montañas sagradas e importantes de China. Eso ya indicaba que estábamos bastante cerca de nuestro destino final. En
algunos puntos, la montaña realmente se parece a la que tenemos aquí, en Marbella. Me acordé del comentario que hizo el Monje Shi Xing Hong acerca de nuestra montaña, cuando estuvo en nuestra escuela de España. ¿Tenía algo que ver que yo fuese finalmente a vivir a un lugar que, según este gran Maestro, se asemeja mucho a Songshan? En ocasiones pienso y reflexiono acerca de estas paradojas, y trato de comprender algunas piezas que poco a poco van encajando en este “puzzle” que es mi vida. Y creo que, poco a poco, me estaba acercando a mis orígenes espirituales.


Si tomamos conciencia de que las distracciones
Y las preocupaciones mundanas nos hacen prisioneros en el samsara,
Sentiremos el intenso deseo de liberarnos de ellas.
Por ahora, nos encontramos efectivamente en el cruce de dos caminos,
De los cuales uno conduce a la liberación, y el otro,
A los destinos inferiores del samsara..



Conforme nos acercábamos a nuestro destino, nos hacíamos conjeturas sobre como sería en entrenamiento, los monjes, los Maestros. Conjeturas sobre lo que se nos iba a enseñar. Yo trataba de explicar, desde mis conocimientos, algunas de las cosas que tenían en mente mis alumnos. La ilusión y la expectativa eran latentes en cada uno de nosotros, pero quizás más acentuada en el rostro de los demás del grupo, que iban a participar más activamente en el entrenamiento, que yo mismo.

Bienvenido...

Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..