martes, 17 de febrero de 2009


Capitulo 2


Zhengzhou, el corazón de China



En el mismo andén nos estaba esperando Zhang Yan, nuestra guía, que nos acompañaría durante toda nuestra estancia en Shaolin. Los demás del grupo, que no la conocían, se alegraron mucho de que nuestra guía fuese una chica joven y atractiva. Queramos reconocerlo o no, era preferible, para cualquier hombre, tener como guía una mujer, en vez de un tío, feo y con bigote. ¿Porqué será esto así?... Tras los preceptivos saludos y presentaciones, nos dirigimos hacia la salida, que estaba abarrotada de viajeros que acababan de llegar en el mismo tren que nosotros. Parecía el metro en hora punta. La multitud se agolpaba empujando unos a otros, tratando de encauzar la salida. A duras penas logramos pasar el control de billetes de la salida, casi engullidos por la masa de gente. Nuevos carteles acerca del templo Shaolin nos inyectaban una extraña euforia y alegría, emociones que seguramente se nos reflejaba en las caras. Notábamos nuestro destino cada vez más cerca. Incluso los apretujones, pisotones y tirones, inmersos en medio de ese gentío parecían divertidos, como parte de la aventura. Más carteles; La fama de Shaolin era notoria...

Nada más salir a la explanada de la calle, ya se podía vislumbrar la gran diferencia que existía entre Beijing y esta ciudad, capital de la provincia de Henan. El ambiente, sus calles, y sus gentes eran notablemente diferentes a todo lo que había visto en Beijing. De alguna manera, se dejaba notar un cierto aire rural. Los coches y todos los vehículos en general eran de menor categoría y más viejos. Los taxis, mayoritariamente de color amarillo, eran los típicos “coches huevo”, esas pequeñas furgonetas, en las que difícilmente pueden caber tres extranjeros como nosotros. Las gentes se apiñaban sobre sus equipajes en pequeños grupos, quizás esperando un tren que les llevase a un nuevo destino, a una nueva y más próspera vida. El bullicio de tanta gente denotaba una gran vitalidad de la ciudad. Estaba contemplando en parte, lo que era la vida cotidiana en China. Era como tomarle el pulso a la vida de este inmenso país. Muchos vociferaban, en un dialecto para mi incomprensible, una costumbre muy extendida en China, lo que sorprende a los foráneos, que quizás puedan llegar a pensar que estaban discutiendo o peleando. Muchos vendedores ofrecían mapas de la ciudad. Otros llevaban cestos llenos de frutos secos y
otras cosas que no se que eran, pero que, obviamente se trataba de comida. Un intenso olor a fruta dulce y madura se podía percibir en el aire. Un olor a país, a China. Y me encantaba. Me sentía fascinado por tantas experiencias nuevas, tantos detalles que recordar posteriormente. Ponía todos mis sentidos en cada instante, convirtiéndolos en momentos inolvidables e irrepetibles. Era plenamente consciente de ello.

Esta gran ciudad, a pesar de su rica historia y sus más de tres millones de habitantes, no tiene muchos atractivos turísticos en especial, y su importancia real está en ser uno de los principales nudos ferroviarios del país, debido a que se encuentra enclavada prácticamente en el centro geográfico de China. Es gracias a su situación en este eje ferroviario Beijing—Guangzhou, Liangyungang—Lanzhou y Shanghai—Xi’an, que ha conseguido erigirse en capital de la provincia. Es una ciudad, que, a primera vista no parece tan grande, pero que tiene unas dimensiones enormes, con grandes centros comerciales y todos los demás aspectos que una gran ciudad debe tener.

Grandes parques de podía observar por doquier, en los que a esa hora de la mañana, aún quedaban algunas personas ancianas practicando Taiji o Qi-gong. A pesar de ser una gran ciudad, se veían muchas zonas verdes, algo que lamentablemente echamos cada vez más en falta en nuestras ciudades de España. Miles de chinos circulaban en sus bicicletas por las amplias avenidas y calles, con ritmo que resultaba tranquilo, para nada frenético como cabría pensar de una urbe así. Pero el número de bicicletas era bastante inferior a las que podíamos encontrar en Beijing. Aquí había mucha moto y coches pequeños.

La gente del lugar nos miraba con auténtica curiosidad, tan descarados que realmente llamaba la atención. Mika se sentía incómodo con este hecho, mientras que yo trataba de hacerle entender que eso era algo normal entre los chinos. Estos muestran aquí, en las zonas rurales, mucha más curiosidad de lo que es habitual en una gran ciudad, ya que no están tan acostumbrados a ver turistas extranjeros. Muchos seguro que jamás se habían encontrado cara a cara con alguno. Era, para algunos de ellos, como ver un extraterrestre. Pero en cualquier caso, era una curiosidad sana, sin malos rollos, y hasta cierto punto, recíproca por mi parte.

Cargamos nuestras maletas en una pequeña furgoneta que había dispuesto la agencia, y nos trasladamos a desayunar a un hotel que se encontraba bastante alejado de la estación. Por el camino, pude deleitarme con la observación de parte de la ciudad, que íbamos dejando atrás en
nuestro recorrido. Estaba muy contento de volver a ver a Yan, nuestra guía, así que dividía mi atención entre ella y el paisaje urbano que iba observando. Tras media hora de recorrido, llegamos al hotel, donde después de registrarnos en recepción, subimos a las habitaciones para ducharnos y asearnos un poco. Desde que salimos de Málaga días antes, no habíamos tenido la ocasión de hacerlo en condiciones, y ya teníamos un poco aspecto de gorrinos. Las habitaciones estaban muy bien acondicionadas, y ofrecían prácticamente la misma configuración que en el resto de hoteles de China. El hotel, desde luego, tenía muy buena pinta; era un cuatro estrellas, cuya equivalencia aquí es de un semi-lujo. Los pasillos me recordaban la película de Jack Nicolson, la del hotel de montaña,.... “El resplandor”, por lo largos, silenciosos y alfombrados que estaban.

Veinte minutos más tarde, bajamos al segundo piso para desayunar (En China, el primer piso equivale a la planta baja nuestra). Se trataba de un amplio y bien surtido buffet libre, con comida típica china, aunque también encontramos las clásicas tostadas, pero ni un solo turista extranjero. El personal del servicio nos miraba con curiosidad. Cuando pregunté algunas cosas en chino, una camarera me preguntó que adonde íbamos. Cuando le contesté que nos dirigíamos a Shaolin, se mostró muy entusiasmada. Me preguntó el porqué hablaba yo chino, y le contesté que solo hablaba un poco. Muy poco en realidad. Pero debió entenderme perfectamente, ya que decía que lo hablaba muy bien. Entre los clientes del restaurante había un pequeño grupo de chicas que llamaban discretamente la atención, tanto por su extraordinaria belleza como por su indumentaria, muy elegante y refinada. Algo en ellas me hacía sospechar que no eran clientes del hotel, y que más bien podían dedicarse a otras cosas. Ciertamente no me equivoqué, como pude comprobar posteriormente, cuando las vi entrar en un local del hotel con un bonito y llamativo rótulo luminoso; “Sauna & Massage”, rezaba el cartel. Obviamente las estuve observando un buen rato, y me llamaron la atención sus refinadas maneras y su delicadeza, tanto de gestos como de movimientos. No podía negra que me sentía poderosamente atraído por estas chicas, sobretodo por una de ellas, de una belleza delicada y poco usual. Todo en ella era casi perfecto, incluso su melodiosa voz. La belleza de las mujeres chinas se aleja netamente de los cánones occidentales. Eso si, no es fácil encontrarse en China con mujeres especialmente guapas, pero cuando una lo es, rompe todos los esquemas. En cualquier caso, solo es cuestión de gustos. Personalmente siempre me han atraído las mujeres de rasgos orientales, pues encuentro en ellas algo, que no sé muy bien definir, pero que obviamente tiene mucho que ver con los ojos y los otros rasgos de la cara.

Saludamos a las chicas con respeto y cortesía, y cierto toque de amistad, que denotaba el obvio interés que habían despertado en nosotros. Devolvieron el saludo con una amplia y amable sonrisa. ¡Lástima que éramos medio “Shaolines”, y teníamos una misión que cumplir....!

Tras el copioso y delicioso desayuno, disponíamos de algunas horas libres, hasta que volviese Yan. Aprovechamos para dar una vuelta por las calles adyacentes al hotel. Enfilamos una amplia y larga avenida, sin rumbo fijo. Fue un paseo agradable y divertido, en el que todo el mundo, pero sobretodo los niños, se paraban para mirarnos de arriba abajo. Esto os puede parecer una exageración, pero os aseguro que era así. Muchos nos saludaban con un sonoro “¡Hellou!”, pensando que al ser extranjeros, cosa que saltaba a la vista, debíamos ser americanos o ingleses. O bien era simplemente la única palabra que conocían en el idioma de los “bárbaros extranjeros”. Cuando en alguna ocasión traté de entablar conversación con alguno de esos chiquillos que jugaban en las aceras, estos huían entre risas y gritos. Muchos padres indicaban a sus pequeños que nos saludaran, lo que nos hacía mucha gracia. Parecíamos una atracción curiosa para ellos. Caminamos en dirección al centro de la ciudad, sin alejarnos tampoco demasiado del hotel, dedicados a mezclarnos en el ambiente de la vida cotidiana de los chinos. Se sucedían unas tiendas a otras, en su mayoría muy pequeñas, pero atestadas de mercancías de toda índole. Muchos pequeños restaurantes abrían sus puertas ya a esa hora de la mañana. Y había una gran cantidad de ellos, casi tantos como de tiendas. Esto es algo que ya me sorprendió mucho en mi primer viaje a China; La enorme cantidad de restaurantes y casa de comidas (como prefieren llamarlos ellos) que había por doquier en todas las ciudades. Yan me comentó que era usual en los chinos el comer fuera, posiblemente porque les salía más económico que hacerlo en su casa.
- “¿Tan barato resulta comer en un restaurante en China?”
- “En parte es así, pero el principal motivo es que les pilla muy lejos de sus casas, y no tienen tiempo para ir y venir”.

Hay que precisar que no todos los restaurantes son iguales, y ni de lejos se parecen a los que tenemos aquí. Muchos no podrían ni considerarse restaurantes, pues ofrecen solo unos pocos platos a elegir. Podemos, claro está, encontrar algunos de mucho lujo, donde te preparan auténticos manjares, pero también los hay que son simplemente una pequeña cocina y varios taburetes en la calle. Incluso los hay que son un simple carrito con dos fogones. (Os recomiendo comer alguna vez en un sitio de estos. La comida es sencilla y deliciosa) Aquí suelen ofrecer dos o tres platos diferentes, nada más. Y todo es fresco, del día.


Muchos chinos, sobretodo ancianos, jugaban o bien al Mayón, un juego clásico chino que goza de gran popularidad en todo el país, o estaban enfrascados en una emocionante partida de una especie de ajedrez chino. Me detuve a observar el desarrollo de uno de estos juegos, pero fui incapaz de comprender las reglas de estrategia, que hacía que uno perdiese o ganara. Jugaban en improvisados “tableros” dibujados sobre un papel en el suelo, y mostraban gran entusiasmo en su desarrollo. El grupo de hombres que estaban jugando, unos cinco o seis, eran todos de piel muy curtida y rasgos étnicos similares. En cuclillas alrededor del tablero, vociferaban y gritaban en un dialecto que yo no entendía. Era su manera de pasar un rato divertido.

Una chica joven, que nos estaba observando con interés, al percatarse de que nos habíamos dado cuenta de su presencia, se perdió con su bicicleta en un estrecho callejón, entre risas y un intenso sonrojamiento de sus mejillas, motivado seguramente por la vergüenza que le daba.

Algunos niños pequeños, casi desnudos, sucios y descalzos, jugaban con un montoncito de arena y un charco de agua. Un viejo camión de madera, que hacían circular por sus carreteras imaginarias, era el juguete que manejaba con gran concentración. Y estaban tan metidos en su juego, que ni se sorprendieron de nuestra presencia. Y se les veía muy felices. Esta imagen, vista con la perspectiva de nuestra mentalidad occidental, te llevaba a pensar que estábamos ante la típica estampa delatora de pobreza. Pero no era así. A mi no me llegaba esa sensación. En cambio si que me transmitía una extraña y sana alegría. Su mundo se limitaba momentáneamente a su camión y la manera de transportar arena en su imaginario juego. Había cierta armonía en su juego, en sus expresiones de felicidad, incluso cuando elevaban la voz para hacerse oír o discutían alegremente sobre la dirección a tomar por su vehículo de madera.

Una pareja llevaba a su hija pequeña en brazos, y le dedicaban toda clase de mimos y caricias. Mucho se ha hablado en occidente sobre los malos tratos a los niños y niñas chinas, pero sinceramente, no he visto nada de esto aquí. Siempre que he podido observar a un niño pequeño, estaba perfectamente atendido por sus padres, que mostraban un gran afecto y cariño hacia el pequeño. Es cierto que los chinos, y los orientales en general, son poco propensos, por razones culturales, a mostrar su afecto en público, pero esto no es aplicable a los niños. También es cierto, y está ahí, latente, el tristemente y lamentable asunto de las “habitaciones de la muerte”, un documental de extrema dureza acerca de los orfanatos
en China. Esto es algo tan cruel, que, obviamente ni defiendo ni comparto. Por desgracia, aún hoy en día, esas escalofriantes imágenes, representan para muchos, una difusa escena de la China de hoy, cuando no es en absoluto aplicable a todo un pueblo. Un pueblo que se juzga siempre por las cosas negativas. Un pueblo del que solo se habla, cuando ocurren hechos negativos, cuando en muchas ocasiones, esta información está absolutamente manipulada por intereses políticos, como he tenido la ocasión de comprobar en muchas ocasiones. Porque pocos medios tratan con la misma imparcialidad un reportaje que vi sobre ciertas instituciones de salud mental en Checoslovaquia, o algunos orfanatos o asilos para ancianos, de nuestro propio país. Ciertamente, quizás no se pueda comparar, y de hecho no lo comparo, pero si hay que contrastar la forma en que se trata la noticia. Un ejemplo; muy recientemente, se volvieron a dar imágenes sobre los orfanatos de China y el trato que se les da a las niñas. En ese reportaje salía un centro educativo y de recogida, en el que las paredes eran de azulejos blancos y el suelo de cemento. La reportera hacía énfasis en estos detalles, dando a entender lo miserable que era el lugar. Pero lo que no decía, era que en toda China, o al menos lo que yo conozco, todos los colegios son así. ¿No es esto una manera de manipular la información? Es un asunto sobre el que podría polemizar un buen rato, pero que no voy a tratar aquí.

A pesar de la gran cantidad de tráfico y transeúntes, no daba la sensación de agobio de las grandes ciudades tipo Beijing o Shanghai. Todo parecía desarrollarse a un ritmo continuo, pero pausado y tranquilo. Puedo entender que esa sensación estuviese más en mi, en mi percepción del entorno, que en el entorno mismo, pero aún así, creo que es bastante diferente. Seguimos caminando por las calles, sin prisas, observándolo todo con curiosidad, hasta que decidimos tomar el camino de regreso al hotel. Las dos horas de paseo habían despertado nuevamente el apetito en alguno de nosotros.
Ya de regreso en el hotel, almorzamos en el buffet de uno de los restaurantes, con platos típicamente chinos. Poco o nada se parecían a las
comidas, que aun siendo chinas, nos servían en los restaurantes concertados para turistas en nuestro anterior viaje. En estos lugares, suelen cocinar y presentar los platos de una forma mucho más suave, acercándose un tanto a nuestro paladar occidental, poco acostumbrado a esos sabores y texturas de los alimentos, generalmente bastante condimentados y de fuerte sabor. Porque los platos que solemos pedir en los restaurantes chinos de occidente, salvo algunas honrosas excepciones, poco o nada tienen que ver con la comida tradicional china. Son todos una adaptación a occidente de la cocina china, mucho más rica y variada que los clásicos “rollitos de primavera” y el “arroz frito tres delicias” (que por cierto aquí, en China, son difíciles de encontrar). El único parecido es, quizás, el nombre tan pintoresco de los platos.

El caso es que comimos muy bien, y en gran cantidad, quizás en exceso. Probé un estofado de cordero realmente exquisito, y eso teniendo en cuenta que a mi el cordero no me gusta, por su fuerte sabor. El personal del hotel, se sorprendió mucho al vernos comer con cierta soltura con los palillos, algo que para mi en particular era bastante normal, pues suelo hacerlo habitualmente en casa.

Tras el almuerzo, nos esperaba Yan y el conductor de la furgoneta de la agencia, para llevarnos a visitar un lugar turístico de la región, las vistas del Río HuangHe. A bordo del vehículo fuimos dejando atrás las innumerables avenidas y calles del centro de la ciudad. Poco a poco el campo iba ganando en extensión a los edificios y casas. Por doquier se veían aun nuevas construcciones y viejas casa, lo que suponía el avance imparable de la ciudad hacia las afueras. Todo ello presagiaba un inminente cambio en el aspecto de la gran ciudad. Por todos lados había obras, en las que trabajaban una gran multitud de gente, tanto hombres como
mujeres. Luego, todo era campo y más campo. Extensiones de verde terreno de sembrados hasta donde alcanzaba la vista. Por el camino fui charlando animadamente con Yan, comentando diversos aspectos de nuestra visita.

Yan (pronunciado Yen) es una chica encantadora, muy profesional y amable, que a pesar de su juventud, ya era directiva de una gran agencia oficial de viajes. Habla español con aceptable fluidez, aunque en algunos tramos de nuestra conversación echamos mano del inglés, idioma que ambos conocíamos suficientemente bien como para entendernos perfectamente. Cuando yo la conocí en mi primer viaje a China, ella trabajaba de guía local para la agencia CITS (China International Travel Service) de Henan, pero ahora era subdirectora de uno de los departamentos de extranjeros. Era un verdadero honor que ella en persona fuese nuestra guía, en vez de delegar en alguien de las decenas de guías que tenía la agencia. Su atención para con nosotros era excelente, cuidando de todos los detalles, mucho más de lo que podría esperarse de una agencia así.

Llegamos al lugar previsto, y allí se notaba que el turismo foráneo distaba mucho de ser el más asiduo. Olía intensamente a campo, libre de toda polución de ciudad. Ese perfume tan de agradecer que nos brinda la madre naturaleza en su estado puro y salvaje. La zona era hermosa, de abundante y densa vegetación y muy bien conservada y cuidada, aunque poco turismo se veía por ningún lado, por no decir ninguno. Dejamos nuestra furgoneta en un espacio reservado para los vehículos y subimos andando una pequeña y escarpada colina, desde cuya cima se podía divisar una gran extensión del gran río, el mismo que ha sido parte de la historia de China, y en el que se inspiraron tantos escritores en la antigüedad. Un ejemplo de ello fue la serie “La frontera azul”, que desarrollaba sus historias, leyendas y personajes alrededor de este río.

Desde nuestro privilegiado observatorio podíamos contemplar como el río, en ese lugar llegaba a tener una anchura superior al kilómetro. Un larguísimo puente de hierro lo cruzaba a lo lejos, por el que no paraban de transitar trenes. En el mismo lugar, rodeado de espesa vegetación, había también una especie de aviario, que no visitamos. Varios pequeños templetes coronaban las diferentes colinas que estaban a alcance de nuestra vista.

No había absolutamente nadie en el lugar, salvo una chica con su carrito de refrescos, y algunas otras personas que debían de vivir por allí. Bajamos a la orilla del río, donde tratamos de alquilar un hidrocraft, una
especie de barco que se deslizaba a notable velocidad, mediante un colchón de aire sobre el agua. Pretendíamos darnos una vuelta por el río. Pero los dos o tres que había, no los alquilaban a un grupo tan pequeño, y si acaso nos pedían una cantidad desorbitada. Y además en dólares! Yan dijo que ni hablar. Por ese precio, casi podríamos habernos comprado uno nuevo. Se ve que habían visto pocos turistas últimamente, y nosotros, estaba claro que lo éramos, y se pensarían que íbamos forrados de pasta. No nos importó demasiado, una vez vistos los cacharros de cerca. La goma del colchón de aire tenía más remiendos y parches que el trapo de un afilador. Aquello parecía difícil que pudiese flotar. Debían de ser por lo menos de cuando Mao hizo la comunión, o de la 1ª guerra mundial....



Regresamos a Zhengzhou, al hotel, donde nos acomodamos en nuestras respectivas habitaciones. Dan y Mika, aún no se habían hecho al cambio horario, por lo que estaban algo descolocados y cansados. Optaron por irse a dormir un rato, lo que es un error, puesto que así no te logras adaptar al horario chino (6 horas más que en España). Nos quedamos finalmente en las habitaciones, donde me dedique a ver un poco la televisión. Disponíamos de un montón de canales, al menos 16. Me interesaba mucho oír el idioma, tratando de comprender alguna cosa, aunque lo realmente importante, era quedarme con la fonética. La programación de la televisión china, es bastante diferente a la nuestra, la occidental, así que no me fue difícil encontrar distintos y variados programas de noticias, donde hablaban un chino mandarín perfecto, sin los acentos de provincias. Eso me facilitaba un poco la comprensión de lo que veía.

Tras la cena, no teníamos muy claro qué hacer. El hotel estaba situado bastante lejos del centro de la ciudad, donde se ubicaban los grandes centros comerciales. Decidimos ver qué había en el propio hotel, y realmente la oferta nos sorprendió. Scuash, paddel, piscina, sauna, discoteca, bolera, sala de recreativos, Internet, etc. Nos decidimos por visitar la bolera, que estaba situada en el sótano del gran edificio. Cuando entramos en la sala, nos quedamos bastante perplejos con la calidad de las pistas y lo moderno de todas las instalaciones. Es la mejor bolera que he pisado nunca. Pedimos unos refrescos y nos echamos unas cuantas partidas. El precio, algo parecido a los de nuestro país, por lo tanto, bastante caro para China. Mika era la primera vez que jugaba, y tenía la suerte del principiante, logrando unas excelentes puntuaciones. Pero finalmente logré imponerme y gané yo. Jugar a los bolos era para mi como hacer Kung-fu; requiere de la misma concentración. Y ese factor me permitía sacar cierta
ventaja, pues no soy ni de lejos un buen jugador, aunque me gusta y me divierte jugar. Las camareras se reían y aplaudían con entusiasmo nuestros aciertos. Se estaban ganando la propina a pulso. Para terminar la noche, jugamos unas cuantas partidas de billar, en donde los demás, que si eran buenos jugadores, se vengaron de su derrota a los bolos. Y he de admitir que el billar no despierta en mí, el interés por competir y ganar. En realidad siempre juego contra mí mismo, tratando de superarme. El caso es que perdí clamorosamente todas las partidas. ¡Que se va a hacer!....

Cuando subimos a nuestras habitaciones, caímos en las camas algo cansados, pero con nuestras mentes puestas en el día siguiente, en el que partiríamos hacia Dengfeng, la localidad donde se ubicaba el Templo Shaolin, la meta de nuestro viaje y de mis sueños.

A las seis de la mañana, ya estaba en pie. Apenas me refresque un poco la cara y bajé a la calle. El día anterior había visto un pequeño parque junto al hotel, y me pareció un sitio idóneo para practicar algo de Taiji. No me sorprendió encontrarme en la plaza del parque con multitud de personas haciendo ejercicio de todo tipo. A pesar de que me fascinaba observar a la gente practicando, me dediqué a repasar mis propios ejercicios. Al rato, un pequeño grupito de personas estaba mirándome y hablando entre ellos. Debía de ser una atracción. Los saludé efusivamente y traté de entablar conversación con algunos ancianos, pero no entendían nada de lo que les decía, ni yo comprendía su dialecto. Que pena!....

Sobre las siete, los demás componentes de nuestro pequeño grupo ya se habían levantado y bajado a desayunar. Dimos buena cuenta de los diferentes y variados platos, algunos de los cuales ya conocíamos.

Mientras comíamos, vimos salir a la calle gran parte del personal del hotel. Algo debía de ocurrir. En la pequeña explanada frente a la puerta de entrada al vestíbulo, todo el personal uniformado formaba filas mientras era izada una bandera y sonaba un himno. ¿Venía alguien importante de visita?¿Algún ministro?¿Era el día de la bandera?¿Era el aniversario del director?.... Nada de eso. Para mi asombro, se pusieron a hacer ejercicios calisténicos durante unos diez minutos, al ritmo del sonido de un silbato. Me costaba creerlo!.... ¿Os imagináis a todo el personal del Corte inglés, a las nueve y media de la mañana, realizando ejercicio delante de la puerta?.... No,¿ verdad? Es quizás, una de las pocas ocasiones que tienes, de ver algo que todavía tiene reminiscencias del comunismo, ya obsoleto, que el país sufrió en el pasado, y del que quedaba bien poco. Estos pequeños indicios, algunos programas de televisión, que exaltaban el patriotismo a ultranza, la multitud de banderas rojas por muchos sitios y poco más, nos indicaban que estábamos en un país comunista. Y eso se resaltaba precisamente porque pocos días después, se iba a celebrar el 80 aniversario de la fundación del partido comunista de China. Y estábamos asistiendo a un ensayo, supongo, de las celebraciones institucionales. Así que nos ponían al presidente Mao hasta en la sopa. Todas las cadenas de televisión ponían documentales sobre la vida de Mao ZeDong y la fundación del partido. Y lo peor eran las insufribles películas biográficas. Luego, en el ámbito de la calle y del pueblo llano, todo esto no se dejaba notar.

Ese día, el pequeño microbús nos recogió algo tarde, pero no importaba; eso no iba a mermar nuestras ilusiones. Hoy viajaríamos hacia Shaolin, y eso era lo que importaba y compensaba todos los retrasos posibles. Partimos en dirección Este, saliendo de la gran ciudad atravesando una maraña de avenidas, autovías y carreteras, hasta enfilar la carretera 120, que conducía a Luoyang. Recordaba este peculiar trayecto de mis anteriores viajes por su intenso tráfico, tan anárquico como desquiciado y peligroso. La carretera estaba tan mal como siempre, o incluso peor, por eso me resultaba chocante el tener que pagar peaje. Nuevamente comenzamos a cruzarnos con multitud de camiones azules, que transportaban carbón mineral desde unas minas. A cada cual más viejo y destartalado, pero cargado hasta la cabina, y circulando, algunos, que se las pelaban. En esta ocasión, nuestro vehículo era bastante más rápido que los autobuses que utilizamos años anteriores, con lo que el peligro parecía mayor. El conductor era muy hábil, aunque bastante arriesgado, por no decir temerario. Aunque su apellido hubiese sido “Schumacher” o “Lauda”, que no lo era, hubiese sentido la misma inquietud al verlo conducir. El tío se ponía a adelantar en lugares inverosímiles, sin visibilidad alguna, lo que nos ponía los pelos de punta, en más de una ocasión. En un momento dado, casi temí que nuestro viaje se acababa aquí, pues el tipo estaba adelantando a una furgoneta, que a su vez adelantaba a un viejo camión, y de pronto, dos vehículos de frente. Nos cruzamos todos mezclados, y cada uno pasó por donde podía entre los demás vehículos. Una situación surrealista que se solucionó con breves bocinazos, como si nada extraordinario ocurriera!

El paisaje, durante las casi dos horas que duraba el trayecto, apenas había cambiado nada desde mi último viaje, hacía algo más de un año. Tenía la vaga sensación de que hacía solo unos días que había pasado por allí. Incluso recordaba algunos lugares, lo que sorprendió mucho a Yan. A pie de carretera nos cruzamos con muchos pequeños, destartalados y sucios talleres, donde reparaban las averías ocasionales y frecuentes que solían sufrir toda clase de vehículos que se dedicaban al transporte del
carbón. Para colmo, muchos tramos estaban en obras, y los vehículos pasaban por donde podían. Era la ley de la jungla o del asfalto; Pasaba antes el que llegaba antes o fuera más grande. Ante las numerosas y casi constantes situaciones de peligro que pude observar, los conductores respondían invariablemente con varios toques de claxon, ¡Y asunto resuelto! Nadie se exasperaba por ello. Esto era diferente; Esto era China. No hay comparación posible.

Me asombraba ver pequeños vehículos cargados hasta la antena. Una señora, ya entrada en años, iba de pie, sobre el carbón, sujetándolo con una gran pala, montada sobre el remolque tirado por un pequeño y viejo tractor, que a duras penas podía subir una pronunciada cuesta. Hasta vi a un anciano, que con su bicicleta tiraba como podía, de un pequeño remolque cargado con una burrada de kilos de carbón. Algo difícil de explicar a menos que se vea.

En otro momento, observé como un tremendo bulto, que de lejos no acertaba muy bien a decir lo que era, se desplazaba, no se muy bien como, sobre una pequeña y destartalada bicicleta, más vieja que las alpargatas del primer emperador. Cuando lo pasamos, un anciano de blanca y fina barba, nos saludó con la mano, que apenas sobresalía de la montaña de cestos de mimbre.

Comenté en tono de humor a Yan, que la oficina de turismo de Henan, debería incluir el trayecto en esta carretera como atracción turística para los amantes de los deportes de riesgo y turismo de aventuras, algo tan de moda en occidente.

Un terreno lleno de verdes campos de trigo o algún tipo de cereal, repartidos en grandes extensiones y ocasionalmente sobre pequeños bancales, era el paisaje predominante. El terreno se prestaba a las excavaciones en la tierra, puesto que había gran cantidad de pequeñas grutas excavadas en los bancales. Obviamente, la gente de la región se dedicaba en gran parte a la agricultura. Pero curiosamente casi no vi ningún campesino trabajando las tierras. Luego me di cuenta que a estas horas era poco probable, pues el calor era ya sofocante, y además, los chinos se despiertan antes que el sol....

Tras hora y cuarto de “emocionante” viaje, vislumbramos a lo lejos, a nuestra derecha, según el sentido de la marcha, la majestuosa cordillera de Songshan, una de las cinco montañas sagradas e importantes de China. Eso ya indicaba que estábamos bastante cerca de nuestro destino final. En
algunos puntos, la montaña realmente se parece a la que tenemos aquí, en Marbella. Me acordé del comentario que hizo el Monje Shi Xing Hong acerca de nuestra montaña, cuando estuvo en nuestra escuela de España. ¿Tenía algo que ver que yo fuese finalmente a vivir a un lugar que, según este gran Maestro, se asemeja mucho a Songshan? En ocasiones pienso y reflexiono acerca de estas paradojas, y trato de comprender algunas piezas que poco a poco van encajando en este “puzzle” que es mi vida. Y creo que, poco a poco, me estaba acercando a mis orígenes espirituales.


Si tomamos conciencia de que las distracciones
Y las preocupaciones mundanas nos hacen prisioneros en el samsara,
Sentiremos el intenso deseo de liberarnos de ellas.
Por ahora, nos encontramos efectivamente en el cruce de dos caminos,
De los cuales uno conduce a la liberación, y el otro,
A los destinos inferiores del samsara..



Conforme nos acercábamos a nuestro destino, nos hacíamos conjeturas sobre como sería en entrenamiento, los monjes, los Maestros. Conjeturas sobre lo que se nos iba a enseñar. Yo trataba de explicar, desde mis conocimientos, algunas de las cosas que tenían en mente mis alumnos. La ilusión y la expectativa eran latentes en cada uno de nosotros, pero quizás más acentuada en el rostro de los demás del grupo, que iban a participar más activamente en el entrenamiento, que yo mismo.

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Bienvenido...

Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..