martes, 17 de febrero de 2009


Beijing, la ciudad imperial


Disponíamos de un pequeño microbús, con aire acondicionado, lo que era de agradecer. En este sentido, la agencia CITS de Henan, siempre se había destacado por sus excelentes servicios.

El paisaje era netamente diferente al que vi en primavera, cuando todos los árboles estaban en flor. Ahora se veía mucho verde. Beijing es una ciudad con mucha vegetación y multitud de parques por doquier. El trafico parecía mucho más intenso. Lo que si se notaba, y mucho, era el incremento de las obras de todo tipo. Tuve la impresión de que la ciudad había crecido en apenas dos o tres meses, que era el tiempo que había trascurrido desde mi último viaje. Me parecía todo mucho más grande y extenso.

El programa del día consistía en una visita al Templo del Cielo, la Ciudad Prohibida y la plaza Tian’anmen, lugares que ya conocía de sobras, pero que era la primera vez para Mika, que estaba realmente alucinado con todo lo que veía. El conductor de nuestro vehículo paró cerca de la gran plaza, donde nos apeamos y nos dispusimos a caminar un buen rato. Como siempre, y a pesar de la temprana hora, estaba llena de gente. Casi todo el mundo llevaba gorras y sombrillas para protegerse del sol que, curiosamente, no se veía por ningún lado, pero que ‘picaba’ de narices. Un calor tremendo y mucha humedad. Mika estaba impresionado por las dimensiones de todo lo que veía. La gran plaza, el edificio de la asamblea del pueblo, el museo de historia de China, el mausoleo de Mao y la fachada sur de la ciudad prohibida al fondo, a lo lejos. Compramos en un puestecillo, varias botellas de agua mineral, que estaba congelada. Esto era así a propósito, ya que si el agua solo estaba fresca, con el calor que hacía, al cabo de diez minutos estaba caliente, y no se podía beber.

Recorrimos la gran plaza, observando a los numerosos policías y militares que controlaban la misma, con sus curiosas formas de caminar por parejas. Llamaba la atención lo jóvenes que eran todos. De verdad que parecían todos exactamente idénticos. Cruzamos por debajo de la gran avenida que sirve para los fastuosos desfiles militares, una avenida que es de las más largas del mundo. Nos acercamos a la entrada Sur (Nanmen) del palacio imperial, dominada por un enorme retrato del presidente Mao. Como en otras ocasiones, había turistas, tanto nacionales como extranjeros a montones, esperando ante la gran entrada, o bien entrando y saliendo por la misma. Ya allí se iban perfilando las enormes dimensiones del recinto, que no dejaba de sorprenderme y fascinarme. Y en esta ocasión mi sorpresa fue mayor, pues en el primer gran patio interior, el que sirve de entrada propiamente dicha a la ciudad prohibida, me encontré con una enorme estructura de vallas, maderas y asientos que habían construido. El día anterior se había celebrado un gran concierto de los tres Tenores que había congregado unas 40 mil personas, y eso que las entrada estaban a un precio casi prohibitivo para los bolsillos de la gran mayoría de los chinos. Esa noche pudimos ver un resumen en las noticias de la televisión china, y el espectáculo debió de ser inolvidable.

Estaban desmontando todo el decorado del escenario, que debió ser impresionante y las estructuras metálicas de las gradas, que cubría casi todo el recinto. Estos chinos tienen una capacidad de organización realmente envidiable. Todo lo hacen a lo grande. Si les conceden los Juegos olímpicos del 2.008, serán algo que la historia no olvidará jamás. Por cierto, toda la ciudad estaba plagada con emblemas alusivos a la candidatura de la ciudad para estos juegos. Pienso que si no se los conceden esta vez, será por motivos puramente políticos (casi siempre es por eso) o de presiones de terceros países. Sinceramente creo que están de sobras preparados para un evento de tal magnitud, y espero que ganen, de lo que estoy convencido. El día 13 de este mes, creo, será la votación. Dentro de una semana. Veremos qué pasa ....

Ya inmersos en el gentío de visitantes, entramos en nuevos rincones del palacio, como en la sala de exposición de una extraordinaria colección de relojes antiguos, a cada cuál más hermoso e interesante. Eso si, íbamos a un ritmo algo acelerado, pues el guía, parecía tener algo de prisa.

Parecía que estábamos haciendo “turísting”, un nuevo deporte olímpico, que consistía en hacer footing, pero con cámaras de fotos. Aunque ya había estado allí en varias ocasiones anteriormente, pude disfrutar de muchos otros detalles curiosos. Me di cuenta que veía las mismas cosas de manera diferente, lo que me aportaba un punto de vista distinto. Quizás observaba con más detenimiento, libre del lógico entusiasmo inicial, de ver algo de tal magnitud y calibre por primera vez. Observaba a la gente del país, es decir, a los chinos, y trataba de entender algo de lo que hablaban, para ver que tal era mi comprensión del idioma. Era algo un poco frustrante, pues la verdad es que entendía bastante poco, pero en comparación con mis anteriores viajes, había progresado mucho. Y eso me alegraba, aunque prometí esforzarme más en mis estudios del idioma.

Transcurridas algo más de dos horas, dimos por finalizada nuestra visita a este hermoso recinto. Tanto caminar, nos había despertado el apetito, así que ya nos tocaba almorzar. Tras un breve recorrido por las laberínticas calles adyacentes a la ciudad prohibida, llegamos a un curioso restaurante, donde ya nos estaban esperando. El lugar tenía una curiosa decoración, todo de bambú, y pertenecía a la etnia Thai china, cuyos orígenes estaban, obviamente en Tailandia. La comida era excelente, muy alejada de los típicos platos chinos para occidentales que normalmente ofrecían en los grandes restaurantes para turistas. Mientras nos la servían, un grupo de guapísimas bailarinas, ataviadas con sus trajes regionales, nos deleitaban con sus bailes y música. Todo muy vistoso y folklórico, pero de una sutil belleza escénica. Mika estaba que se salía de gozo y asombro. Nos regalaron a nuestra despedida unos lazos rojos, que nos anudaron a la muñeca, como parte de un ritual de bienvenida. Según nos explicó el guía, daba suerte a quién los portaba. ¿Verdad o pura superstición? Poco importa. Lo que cuenta para mi es el detalle, con el que me sentí muy agradecido. Fue algo muy agradable y emotivo, de esas cosas que nunca olvidas. Aún conservo ese lazo en un asa de mi bolso de viaje.

A través de un cada vez más caótico e intenso tráfico, nos dirigimos a visitar el famoso Templo del Cielo, situado más al sur de la ciudad, dentro del perímetro del parque más grande de Beijing. En el camino, paramos en un par de hoteles, pues teníamos necesidad de poder cambiar nuestras divisas en dinero chino. En el primero, no nos lo dejaron cambiar, aduciendo que solo era para clientes del hotel. En el segundo no hubo problemas, y cambié unos 700 dólares.

Decidí llamar a mi amiga Hao, la guía que tuvimos en nuestro anterior viaje, para tratar de vernos y charlar un rato. Con el móvil del chico
que nos acompañaba, hice la llamada, y al momento estaba hablando con ella, que se llevó una gran sorpresa al saber que estábamos en Beijing. Quedamos en ir a cenar por la tarde. Nos encontraríamos en la esquina del
McDonald’s de la calle Wangfujing. Mientras tanto seguimos con nuestra visita programada al Templo del Cielo. En esta ocasión entramos por el acceso situado más al sur, por lo que tuvimos que caminar un buen trecho hasta llegar al pabellón central, el que da nombre al lugar. Visitamos también los dos pabellones gemelos y demás edificios de interés del lugar, de los que algunos no conocía. Nos fue muy difícil hacernos una foto sobre una curiosa piedra plana situada en el centro de un edificio o recinto circular, pues había gran cantidad de turistas, sobretodo japoneses. Finalmente, y de buen “rollo”, nos colamos delante de unos japoneses, con el expreso beneplácito de los chinos que allí había (3). Este lugar, y más concretamente la piedra plana, según la historia y leyenda de China, era considerado como el centro geográfico del país y del mundo, por los chinos de aquellos tiempos. Ciertamente que se siente una extraña sensación al subirte sobre la piedra circular, que no tiene más de diez centímetros de alzada. De pronto, es como si te aislaras de todo tu entorno. Me sorprendió esa sensación, que realmente no comprendo porqué se produce, pues todos los del grupo lo pudieron comprobar. ¿Será porque todo el mundo a tu alrededor te está mirando en ese momento? No lo sé, pero si tenéis la ocasión de visitar el lugar, no os perdáis esta curiosa experiencia. Los extensos jardines del enorme parque, del que no alcanzábamos a ver los límites, y que rodean y forman parte de todo el vasto complejo del Templo, se veían bastante animados por personas mayores y parejas paseando entre los árboles. Otros hacían volar sus cometas, una actividad muy popular y extendida por todo el país. Algunos ancianos practicaban Taiji bajo la sombra de los árboles, o hacían Qi-gong en grupo. La sensación era de paz y tranquilidad en todo el lugar. Ni de lejos vimos a personas que pudiesen perturbar con sus actividades ese espacio, como suele ocurrir aquí, en nuestro país. Lo que también me llamó la atención otra vez, era la poca cantidad de pájaros que había.

Llegamos, atravesando una gran explanada o camino, por fin al edificio central, que ya desde lejos se perfilaba como una construcción imponente y hermosa, y que por muchas veces que lo había visto, no dejaba de asombrarme por su maravilla de arquitectura y milenaria historia. Esta edificación, junto a la muralla china, representan la imagen turística de China. Cientos de turistas paseaban de aquí para allá, comprando en los puestos y quioscos, el típico recuerdo en forma de camisetas, postales, gorras o libros del lugar. Había, como no, un importante contingente de turistas que hacían fotos de recuerdo. La mayoría de ellos era de nacionalidad china, aunque había también muchos japoneses, taiwaneses, un nutrido grupo de flemáticos británicos y otro no menos pintoresco grupo de alemanes. Observar los diferentes grupos me proporcionaba la ocasión de
tratar de averiguar de qué etnia china eran. Entablaba conversación con las vendedoras de los puestos, y me iba dando cuenta, de que cuanto más
hablaba, más soltura en el idioma iba adquiriendo. Eso me llenaba de serena alegría. Solo era el comienzo. Me acordé de Qi, mi profesora de chino en España, y le agradecí las enseñanzas recibidas.

Mika aprovechaba cada ocasión para hacerse una foto, en la que adoptaba invariablemente, alguna pose de Kung-fu, lo que llamaba la atención de la gente que nos rodeaba. Lo observaba y pensaba en el entusiasmo que debía sentir en esos momentos tan emocionantes para él. Aún así, entendí que no veía las cosas de la misma forma que yo. No sacaba el mismo provecho. Por otro lado era lo normal. Cada cual tiene una manera distinta de percibir las cosas que nos rodean. Cada uno de nosotros ha recibido una diferente herencia cultural y se ha desenvuelto en ambientes socio-culturales muy distintos. Todo ello conforma nuestra peculiar personalidad, nos hace sustancialmente distintos, y nos proporciona un enfoque diferente de nuestro entorno y los hechos que acontecen.
Cada cual, también tiene, en base a lo anteriormente dicho, unas motivaciones distintas, con las que analiza y clasifica las experiencias vividas.

Yo me fijaba en detalles que, seguramente, Mika y muchos otros ni se percataban de que existían, y eso es porque tampoco era relevante para ellos. Son simples criterios diferentes, y lo que realmente importaba, era que cada cuál disfrutara con lo que estaba viviendo. Quizás la única diferencia, es lo que posteriormente hacemos con esas experiencias. Eso es algo sobre lo que estuve meditando largamente en China, hasta que comprendí con meridiana claridad, los procesos que rigen nuestra manera de entender los acontecimientos.

Abandonamos el parque del Templo del Cielo y nos encaminamos, ya con nuestro pequeño autobús, hacia la estación de ferrocarril del Este de Beijing, desde donde más tarde, ya de noche, partiríamos hacia Zhengzhou. Lo acordamos así, ya que pasearnos por toda la ciudad con nuestras maletas, no era algo que nos apeteciera especialmente. Así que una vez en la enorme estación, buscamos la consigna, que nada tiene que ver con las de aquí, y dejamos las maletas. Nos costó 80 Yuan (4), lo que me pareció irrisorio. Pedimos un taxi y nos dirigimos hacia el centro neurálgico y comercial de la ciudad, la calle Wangfujing, donde había quedado con mi amiga Hao. Esta calle, que en su mayoría del recorrido es peatonal, es una de las más conocidas y transitadas de la ciudad. Es, por así decirlo, como la 5ª Avenida de Nueva York, o la Trafalgar Square de Londres, pero en su versión china. Muchos centros comerciales importantes se ubicaban allí, entre ellos el más grande de Asia, que ocupaba varias manzanas de extensión. El bullicio de gente es tremendo a todas horas, de una animación propia de esta gran ciudad. Apenas había diferencias apreciables que nos hicieran pensar que estábamos inmersos en otra cultura. Si no fuese por los llamativos rótulos luminosos y neones, en caracteres chinos, y las caras de los transeúntes, podríamos fácilmente pensar que estábamos en el centro de Londres, Nueva York o cualquier otra gran urbe occidental.
Tardamos apenas veinte minutos en llegar, y como aún era temprano, decidimos visitar unos grandes almacenes que había justo allí, donde nos encontrábamos. Entramos y nos dirigimos hacia el sótano, que está acondicionado y decorado como si de un antiguo barrio chino se tratara. Allí encontramos entre las cientos de tiendas de marcas internacionales, ropa tradicional a un precio razonable, teniendo en cuenta la relación precio - calidad. Por doquier había maniquíes ataviados con ropa de la época de las dinastías Ching y Tang, y que representaban escenas de la vida cotidiana de la vida en esas épocas. Algunas de las tiendas tenían una rancia tradición e historia, según rezaba en los carteles, ya que según algunos, sus orígenes y fundación se remontaba hasta el siglo pasado. Sobretodo recomiendo visitar una antigua tienda de ropa tradicional de confección, en la que podemos encontrar unas telas exquisitas, de la mejor calidad. Los precios son bastante elevados pero hay que tener en cuenta que todo está hecho a mano y a medida del cliente.

Se sucedían las tiendas de artículos de recuerdo, de artesanía, de golosinas, de comidas, de pinturas, de ropa, etc..... Todas bastante pequeñas y apiñadas, al estilo tradicional chino.

Este centro comercial, es como un enorme Corte Inglés en la semana del extremo oriente, pero de dimensiones extraordinarias. Y no es ni mucho menos el más grande de Beijing. Es, un perfecto ejemplo del vertiginoso cambio que está sufriendo la sociedad china, que si bien nunca fue lo que muchos occidentales tenían como estereotipo en sus mentes, si está cambiando mucho.

Cuando salimos a la calle, eran casi las siete de la tarde. Encontramos a Hao, que se alegró mucho de volvernos a ver, sobretodo a Dan, a Jesús y a mí. Nuestro guía no se quedó con nosotros, ya que tenía, según él, cosas que arreglar. Decidimos invitar a Hao a cenar, y ella sugirió entrar en la zona de restaurantes de los grandes almacenes que ya conocíamos. Nos quedamos un tanto perplejos cuando pudimos ver la gran cantidad de pequeños restaurantes tradicionales que allí había. Era una parte del complejo que no conocíamos. Era una especie de supermercado de pequeños puestos, similar a un mercadillo, donde podíamos escoger entre cientos de variedades de típicos platos tradicionales chinos y de otros países asiáticos, como Corea, Japón o Vietnam. Los había especializados en todo tipo de pasta, de pescados, de carnes, de pinchitos de todo tipo, de sopas. Otros en platos de pollo, vegetarianos, de sushi, de cocina cantonesa, tibetana, de Sichuan. Una inimaginable maraña de sabores, texturas y olores impregnaban ese lugar, que harían las delicias de cualquier amante de la cocina tradicional asiática. La gente iba de un puesto a otro, adquiriendo sus platos, que luego consumía en unas pequeñas mesitas y banquetas. Y todo estaba muy limpio, algo que quizás choque a la gente que piensa en los clásicos mercadillas chinos, llenos de suciedad por todos lados.
Finalmente, decidimos entrar en uno algo más grande, que además disponía de varias mesas en su interior. Hao tuvo el honor de pedir por nosotros, puesto que la carta estaba, como no, en chino, y no había dios quién entendiera ni una palabra de lo que allí ponía. Bromeamos un poco acerca de lo de pedir la comida. Nos divertimos mucho mientras cenábamos, y Hao, estaba encantada de que volviésemos a vernos. No era usual que unos turistas volvieran tan pronto a China, y menos aún que mantuvieran unos alzos de amistad con la que fuera su guía. Nos “inflamos” a comer, sin dejar apenas plato con restos. Verduras, pollo, pescado y tallarines entre otras exquisiteces, nos fueron servidas con presteza. Todo estaba exquisito, y el precio final de toda la cena, algo que me gusta remarcar, fue bastante económico. 115 Yuan, unas 2.500 pesetas al cambio.

Nos despedimos, prometiendo volvernos a ver en una próxima ocasión, y tomamos un taxi para dirigirnos a la estación de tren. Parar un taxi en aquella zona, era, poco menos que arriesgado, pues tenían prohibido parar en aquella esquina, arriesgándose a recibir una fuerte sanción. Con preocupación y cierto estupor vimos como un taxista salió disparado, sin que el cliente tuviese la opción de haber entrado del todo en el coche. Con un poco de suerte, casi “asaltamos” otro taxi, entrando los cuatro a la vez por las tres puertas, sin que el taxi se detuviera del todo. A punto estuvimos de decirle al taxista, que se reía como un poseso, que siguiera al coche de delante! Era, como menos una experiencia emocionante y divertida, no apta para indecisos.

El tráfico se había mitigado en gran parte, y se podían observar muchos más taxis que coches particulares por las amplias avenidas. Estas estaban espléndidamente iluminadas, lo que incrementaba la sensación de amplitud. Atravesamos la plaza Tienanmen por el sur, que estaba completamente iluminada, lo que la hacía parecer aún más grande y extensa. En apenas veinte minutos llegamos a la estación, donde había un tremendo atasco de tráfico para entrar en la misma. Dan y Mika se habían dormido en el corto trayecto. Descendimos del taxi y le di una generosa propina al conductor. Tras pasar el control de entrada, nos encontramos en el gran hall principal de la estación. Faltaba casi una hora para la salida de nuestro tren, así que nos acomodamos en la sala de espera de asientos blandos, que aquí equivaldría a primera clase, después de haber recogido nuestro equipaje en la consigna, que tuvo que pasar por un escáner. Estos controles están en todas las grandes estaciones del país. La impresión que te da observar el ir y venir de tanta gente, es la de estar contemplando un hormiguero humano. Me acerqué a un gran supermercado de la estación para comprar algo de beber y algunas galletas, y así tener la ocasión de probar mi nivel de conversación del idioma chino. Me sorprendí a mi mismo pidiendo las cosas y preguntando los precios en chino. Y las vendedoras creo que estaban más sorprendidas que yo mismo, y comenzaron a hacerme preguntas, que yo, por supuesto no entendía. Traté de hacerlas entender, que mi conocimiento del idioma era todavía muy escaso, y más aún si me hablaban muy rápido y todas a la vez. Al final acabamos riéndonos mucho, y ni siquiera se muy bien de qué ...

Durante un buen rato, estuve deambulando por toda la estación, observando todo el ajetreo de pasajeros, personal, familiares, policías, vendedores y demás personajes que formaban parte de todo aquel ambiente. Todos los aspectos eran algo digno de ser estudiado, pues queramos o no, siempre se cuelan las dichosas comparaciones con nuestra cultura y sociedad. Y sinceramente, había muchas cosas que me gustaban de lo que estaba contemplando.

Cuando en la sala de espera, un gran marcador electrónico anunció nuestro tren, lo entendí perfectamente, a pesar de estar escrito en caracteres chinos. Para aquellos pasajeros que no conocieran el idioma chino era un poco más complicado, aunque también lo ponían en Pinyin, que es la traducción fonética de los caracteres, y es más entendible para un occidental. Accedimos al andén tras franquear el control de billetes, y bajar unas largas escaleras. Pensé en lo penoso que sería este obstáculo para alguna persona mayor cargada de equipajes. Es algo en lo que deberán mejorar mucho los chinos. El acceso a los andenes está restringido exclusivamente a los pasajeros. Los familiares solo pueden acceder a los vestíbulos o salas de espera, en caso de tener algún billete. Por cierto que las salas de espera eran muy cómodas y amplias, y obviamente, la de asientos blandos, más. Incluso había una pequeña tienda, servicios y un bar. Y los servicios bastante limpios, aunque el olor era francamente insoportable para olfatos finos o delicados.

Ya en el andén, enseguida encontré nuestro vagón y el compartimiento asignado. A la entrada, una sonriente y simpática azafata o revisora (no se muy bien en qué categoría entraría), nos cambió los billetes por unas chapitas metálicas con el número de litera. Esta chapita debíamos devolverla por la mañana, canjeándola nuevamente por el billete, que a su vez nos serviría para pasar el control de salida de la estación. Controles no les faltan a esta gente. Lo tienen todo muy bien controlado y organizado.

Puntualmente, a las 22.40 hrs., como si de un reloj suizo se tratara, el tren comenzó a rodar rápidamente en dirección sur, dejando atrás la gran ciudad de Beijing, adentrándose en la oscuridad de la noche. Nuestro destino final se acercaba. Ya estábamos más cerca de Shaolin.... Yo, sentado en mi litera, cerré los ojos y me dejé transportar a lomos de mi espíritu, que cual audaz dragón se deslizó volando por el despejado cielo nocturno, llevándome al mismo corazón del Templo....



La noche pasó casi tan rápida como el mismo tren expreso que nos llevaba en sus entrañas. Ya a las seis de la mañana, me encontraba mirando por una de las ventanas del pasillo, después de haberme aseado un poco. Me había levantado muy reflexivo esa mañana, tratando en todo momento de encajar en mi mente, todas las vivencias y experiencias que en tan corto espacio de tiempo me habían asaltado. Pero a la vez, estaba muy tranquilo y sereno. Una serenidad, como nunca antes había experimentado. Una serena felicidad...Tantos años esperando esta ocasión; tantas experiencias en el campo de las Artes Marciales, de maestros conocidos; tantos años de frustraciones por no poder viajar y hacer realidad este sueño. A pesar de haber estado anteriormente ya dos o tres veces en este país, en esta ocasión, las cosas eran distintas. En el bagaje de mi pensamiento y mi corazón había muchas cosas que había traído conmigo. También muchas preguntas, a las que buscaba respuestas. Mientras observaba el paisaje, que pasaba casi tan rápido como mis propios pensamientos, muchas emociones anidaron en mi alma. Algo iba a suceder, algo importante que iba a cambiar muchas cosas.... ¿Qué era?.....

Simplificar nuestras actividades no es caer en la indolencia,
Sino, al contrario, desembarazarse del aspecto más sutíl de la pereza:
El que nos hace emprender mil actividades secundarias.

En el mismo vagón viajaba un grupo de alemanes, todas personas mayores, con alguna de las cuales entablé una distendida conversación, cuando se enteraron de que yo hablaba alemán. Les proporcioné alguna información y recomendaciones acerca de algunos lugares que pensaban visitar, por lo que se mostraron muy contentos y agradecidos.

Mientras muchos pasajeros se iban despertando de sus sueños y levantado, yo estaba absorto en mis pensamientos, disfrutando del hermoso paisaje que comenzaba a dibujarse en el horizonte, donde el astro rey, el Sol, acababa de asomarse con todo su esplendor, confiriendo a toda la planicie del Río Huanghe ( Río Amarillo) que estábamos atravesando, una magnifica estampa. Su intenso color anaranjado, casi rojo, contrastaba mucho con el frondoso verde de los extensos campos de cereales y la tenue bruma matutina. Era una imagen, que ya en el anterior viaje tuve la ocasión de presenciar. Alrededor de las seis y diez, puntualmente, cruzamos el famoso Río sobre un larguísimo puente.

Ya se iba notando cierto ajetreo entre los pasajeros, que se acercaban a los servicios. Varios extranjeros no pudieron entrar, porque según ellos era imposible por el mal olor. Alguna de las alemanas volvieron espantadas de allí, incluso una viejita llegó a comentarme la “sagacidad de los ladrones, pues habían robado... la taza del retrete!”. Había entrado en el servicio estilo chino y se había encontrado con el agujero en el suelo. Me reía mucho con esta ingenuidad de la anciana.

A las seis y veinticinco, el tren comenzó a aminorar la marcha, mientras que los verdes campos fueron poblándose poco a poco de casas, fábricas, carreteras y edificios. Estábamos llegando a la estación de Zhengzhou, donde nos apearíamos, aunque el tren, tras una breve parada proseguiría su camino hasta Xi’an, su destino final. Muchos viajeros se agolpaban en los pasillos de los vagones, llenos de maletas, bolsos y otros bultos, esperando que el tren se detuviese. Cuando finalmente, y tras un fuerte chirrido se paró, esa extraña sensación de haber comenzado una nueva etapa de algo, se apoderó de nuevo de mi. Era una sensación que me permitía estar contento y pletórico de energía.

La estación de Zhengzhou, aun siendo bastante grande y de considerable importancia en el nudo de la red ferroviaria de esta parte del país, era algo antigua y vetusta. El blanco y el gris se mezclaban en los diferentes tonos para dar esa imagen clásica a toda la estación. En los andenes, carros con grandes cestos con pollos y todo tipo de mercancía. Esto era algo diferente. Nada más bajar el último escalón del tren, justo enfrente, divisamos un gran cartel publicitario, con unos pocos chinos calvos ataviados con trajes color butano : ¡El Templo Shaolin! Se notaba que esta era la principal atracción turística de la región. Y nosotros, de alguna manera, ya nos sentíamos ligados a ese lugar.






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Bienvenido...

Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..