miércoles, 18 de febrero de 2009


Capitulo 3



Distrito de Dengfeng



En un control de peaje, divisamos la primera escuela de Kung-fu a pie de carretera. Sus muros exteriores estaban decorados de figuras representativas de los famosos dibujos antiguos de los monjes de Shaolin. A la entrada del patio, bajo una vieja sombrilla se apostaban, sentados en sendas viejas banquetas, dos chavalillos vestidos de naranja, más calvos que una bola de billar, y con la piel curtida al sol. Sus rostros, de grandes ojos, reflejaban una gran sonrisa. Mika empezó a alucinar y les hizo un par de fotos. Los dos “shaolines” se reían a carcajadas, mientras gritaban a viva voz la ya célebre palabra turística de “¡Hellou, hellou!”. En el centro del gran patio se veía un grupo de niños realizando una forma con espada, mientras que a ambos lados, y suspendidos de una larga viga de madera, había algunos sacos. Todo tenía un aspecto bastante pobre y sucio. Yo pensaba que eso era lo que nos esperaría a nosotros, y en el fondo no me disgustaba que así fuese. Lo importante era el Kung-fu. Un baño de humildad y de pasar algunas calamidades, con falta total de comodidades no vendría nada mal. Pero me imagino que la agencia no tenía previsto algo así de duro, ni mis alumnos serían capaces de asumirlo.

Diez minutos más tarde ya estábamos enfilando la gran avenida principal de la ciudad de Dengfeng, que sería nuestro hogar durante más de un mes. Desde el control de peaje, había divisado más de seis escuelas a ambos lados de la carretera. Y justo a la entrada de la ciudad, frente al gran monolito de una rotonda, un enorme cartel anunciaba también una de las escuelas de Shaolin. Ver todos los días centenares de niños, incluso miles, uniformados y practicando Kung-fu o Wushu en algunas de las más de 70 escuelas existentes, se convertiría en algo normal en los días venideros.
Entramos por la gran avenida, hacia el centro de la ciudad, para dirigirnos al hotel Internacional de Shaolin. Al llegar pude comprobar el porqué de este nombre; estaba construido expresamente para el turismo dedicado a Shaolin. En sus instalaciones disponían de una sala de entrenamiento y otra de meditación, en la que, según la publicidad, se solían realizar exhibiciones y cursos. Curiosamente estaba completamente vacío, es decir, no había ningún cliente registrado en esos momentos en recepción, con lo que disponíamos de todo el hotel para nosotros solos. Esa era una situación que no me esperaba. Hubiese preferido un lugar con más gente. El caso es que nos acomodamos en nuestras habitaciones; el tiempo justo para deshacer un poco las maletas y cambiarnos. Abajo nos esperaba Yan para ir a visitar en primer lugar el Templo Shaolin. Para mi era ya la tercera visita, pero aun así, cierta emoción me embriagaba los sentidos.

Abandonamos la ciudad camino de la pequeña aldea donde se encontraba ubicado el templo, a unos once kilómetros de distancia. Era mediodía, y me sorprendió la poca gente que había por las calles. Trasladé esta curiosidad mía a Yan, y esta me aclaró que posiblemente estarían todos comiendo. Además hacía mucho calor y eso retraía a la gente de andar por las calles. Por la tarde, dijo, el ambiente era netamente distinto. Dengfeng, aunque a primera vista no lo pareciera, tenía una población de alrededor de los seiscientos mil habitantes. A mi me parecieron muchos. Las amplias avenidas del centro eran recorridas por muchos vehículos de todo tipo, aunque el tráfico era, en comparación con otras ciudades, escaso. Eso si, no se veían apenas dos cosas típicas de las ciudades grandes, los taxis y los autobuses. Aquí los taxis eran, en su inmensa mayoría, unas ruidosas motos con caja, en las que a duras penas entraban dos personas. Y los autobuses eran muy pequeños. La verdad es que se podía ir andando de una parte a la otra de la ciudad, en apenas media hora. Y la orografía de la ciudad, era muy simple y rectilínea. Varias amplias avenidas cruzaban en paralelo la ciudad de una punta a otra. Y estas eran cruzadas por calles en ángulo recto. Es decir, que era prácticamente imposible perderse aquí. No había el gentío de otros lugares; Todo parecía estar en calma. Casi todas las avenidas estaban flanqueadas por hileras de árboles, con el propósito de proporcionar algo se sombra. Observé muchas motos, y no tantas bicicletas, como sería lo habitual o esperado en un ámbito rural como este. Y esto se debía a varios factores a tener en cuenta; Primero, el nivel económico de los habitantes era algo superior a la media rural, y segundo, con el calor sofocante que solía hacer en esta llanura que era la ciudad, a ver quién era el guapo que se aventuraba a tirar de bicicleta! Aún así, la proporción del uso de la bicicleta, en comparación con nosotros los occidentales, es abismal.
Cruzamos una gran plaza y un río, que estaba configurado como embalses continuos y escalonados, con el objetivo de retener el agua. En alguno de ellos, un grupo de niños se estaba bañando. El río cruzaba la ciudad de norte a sur y llevaba considerable agua. A la salida de la ciudad, y a nuestra derecha, pasamos junto a la escuela “Epo”, donde realizaríamos nuestro curso y los entrenamientos, el objetivo real de este viaje. Delante de la misma, en varias extensas explanadas, pudimos ver a cientos de niños de todas las edades posibles, haciendo ejercicios de Wushu, todos perfectamente uniformados y alineados. La intensa emoción se reflejaba seguramente en nuestras caras, pensando en el día siguiente en que comenzaríamos el entrenamiento.






La aldea de Shaolin


La carretera a Shaolin había sido remozada, doblando la anchura de su calzada en casi todo el tramo desde Dengfeng. A nuestra derecha, las escarpadas laderas del Monte Songshi, a cuyos pies, en un pequeño valle, se entreveía una gran pagoda, y a nuestra izquierda un gran embalse que proporcionaba agua a toda la comarca. Lo demás, todo campo y algún que otro pequeño taller de esculpido de granito. En apenas 10 minutos todo cambia.
Atravesamos el pequeño y angosto túnel que parece transportarnos a otra época y lugar. La carretera se estrecha de repente. Varios viejos camiones traquetean lentamente la pequeña pendiente arriba, dejando tras de si una densa y negra nube procedente de la combustión del gasoil. Algunos motocarros pasaban ruidosos a nuestro lado, tratando de aprovechar cualquier pequeño hueco para adelantarnos. Un numeroso grupo de niños, uniformados con una camiseta verde y amarilla, caminaba en formación junto a la carretera. Todos portaban un sable, y su uniforme, estaba en la mayoría, bastante sucio. Seguramente serían de alguna de las escuelas de los alrededores. Nuestra vista vuela de un lado a otro, tratando de abarcar todo lo que de repente se nos presenta ante nuestros ojos. Resulta difícil asimilar tanta información visual en nuestras mentes, sobretodo cuando todo lo que vemos nos llama poderosamente la atención. Al otro lado de la carretera, sobre una gran explanada, cientos de niños gritan al unísono mientras realizan movimientos de una forma. Un poco más adelante, también al otro lado de la carretera, que ya se ha adentrado en el pequeño poblado, convirtiéndose en calle, otro nutrido grupo de chavales realiza sus saltos con una espada en mano. A ambos lados de la calle, decenas de tiendas exponen su material en las aceras y puertas. Junto a un pequeño puesto de frutas y refrescos, un numeroso grupo de chicos arma jaleo, gesticulando y hablando en voz alta. Poco más adelante, otro gran grupo camina en formación. Estos van vestidos de azul. Y casi todos rapados, o con muy poco pelo. Y más tiendas, con cientos de armas de Kung-fu apiladas en la entrada. Vemos trajes de todos los colores, camisetas, chalecos, zapatillas y demás complementos en cantidades industriales. Pensamos en tomar buena nota de dónde están las tiendas, para volver más tarde, pero vemos que hay decenas de ellas, y todas ellas exponen y venden prácticamente lo mismo. Es casi una visión del paraíso para quién le guste
el tema y quiera adquirir alguna cosa, que por otro lado en Europa no existe. Mika estaba realmente impresionado, y le costaba contener sus emociones y euforia.

Antes de detenernos en el control de acceso al poblado, he contado seis escuelas diferentes, entre ellas, la más grande de China, la escuela Tagou, que cuenta con cerca de nueve mil alumnos. A pesar de ser mi tercera visita a Shaolin, este ambiente, único en su género, no deja de sorprenderme. En el control de acceso sube un guía local, que resulta ser mi amigo Chen Zhang, que conozco ya de otras ocasiones. Su sorpresa es enorme y nos saluda efusivamente. Yan me comenta, también un tanto sorprendida, que ya soy muy conocido en Shaolin. Chen no habla nada español, por lo que nuestra conversación se desarrolla en inglés, idioma que conoce bastante bien. Una vez adquiridas las entradas, nos dirigimos en primer lugar a visitar la escuela “Shixiaolong Wushu Xue Xiao”, donde veríamos una demostración de Kung-fu Shaolin. Se trata del mismo lugar en el que ya había visto otras exhibiciones.

Nada más entrar, el Maestro de la escuela, un hombre de mediana edad, pero de aspecto muy fuerte y curtido, me reconoce al instante y se acerca para saludarnos. Le sorprende vernos de nuevo por aquí. Nos sentamos en la primera fila de asientos de la sala. También han llegado otros visitantes, casi todos turistas chinos de Taiwán que se acomodan en sus asientos. Comienza la exhibición. Todo el público asistente aplaude fervorosamente cada actuación de los jóvenes monjes, incluido un pequeño grupo de japoneses que entraron a última hora. Las demostraciones que veo, parece que han mejorado algo desde la última vez, aunque se les nota un tanto “quemados” de tanta exhibición. Un grupo de ellos, desde detrás del telón del pequeño escenario, nos observa y se ríen. Les llama la atención nuestro uniforme, ya que llevamos para la ocasión el chándal de la escuela de España. Al finalizar su actuación, nos quedamos para saludarles, y les muestro unas fotos que nos hicimos aquí durante nuestra última visita. Como es norma de cortesía y respeto, intercambié mi tarjeta con la del Maestro. Puedo adivinar que estos chavales, aunque se vistan de naranja, no son monjes Shaolin, a pesar de su nivel aceptable de Kung-fu. Tienen montada esta sala exclusivamente para realzar exhibiciones para los turistas, y se nota que la dedicación del grupo era completa. A la entrada, un pequeño puesto donde vendían trajes, camisetas, rosarios y postales. Todo está enfocado al negocio, y me parece lícito que así sea. Creo que esta gente también suele comer.....

Y precisamente de esta escuela ha salido el famoso Shi Xiaolong, una especie de niño prodigio del Kung-fu, que en la actualidad y con solo once años, ya ha protagonizado media docena de películas de gran éxito en China. Es la versión china de nuestro “Joselito”, que aunque no canta, pero sale dando unas patadas y ostias que no veas!. Este niño es realmente sorprendente, tanto por su impresionante nivel de Kung-fu, como por su naturalidad y espontaneidad para la interpretación. Nació en el seno de una familia de Maestros de Kung-fu, y ya con solo dos añitos, realizaba formas con armas. Creo que en el futuro, podría ser un nuevo Jet Li.

Seguramente que muchos habrán visto en alguna ocasión las pequeñas figurillas que representan siempre a un pequeño monje Shaolin con unas gafas negras redondas; Pues están basadas en uno de los personajes que interpreta en varias películas.


El bosque de estupas (Ta Lin)


Aunque nuestro próximo lugar de visita estaba a apenas 600 metros, subimos a nuestro vehículo y nos trasladamos a la gran explanada que hay delante del bosque de estupas de Shaolin. El viejo avión que antaño existía en ese lugar, vestigio de la revolución cultural de Mao, y que a mi juicio lo afeaba, había desaparecido. Habían ampliado el parking. También habían sido reformados los decenas de puestos de venta de recuerdos, con lo podíamos ver el otro lado del pequeño río, donde se alzaba otro pequeño monasterio o templo, de cuya existencia no me había percatado en anteriores ocasiones. Justo en la entrada del bosque de estupas, me encontré con un pequeño puesto, donde un anciano de piel muy curtida, vendía, supongo, una especie de grillo de gran tamaño. Nunca había visto algo así. Superaban los diez centímetros, y debían de pesar por lo menos medio kilo cada uno...(¡¡Bueno, quizás exagero un poco!!). Se coló en mi mente el personaje “Flip”, el saltamontes de la serie de dibujos animados “La abeja Maya”. Le comenté a Yan que estos grillos, en vez de hierba, debían de comer por lo menos ‘rollitos de primavera’, y de dos en dos. Los tenían en jaulas como las que aquí usan para tener a los canarios. Pregunté porqué los tenían en jaulas, aunque la respuesta me pareció obvia y me la imaginaba. Pero el motivo no era culinario, sino que a muchos chinos les gustaba tenerlos porque cantaban. En vez de tener un pájaro, pues tenían grillos! Que cosa más curiosa! El anciano también tenía dos pequeñas ardillas y muchos pajarillos de vivos colores en pequeñas jaulas de bambú. La imagen de estos animalillos encerrados en sus jaulas, me entristeció un poco, pero traté de apartar este sentimiento de mi corazón y mente, para adentrarme en este lugar, que para mi es especialmente interesante.

A medio camino de la entrada, decidí volverme hacia donde se encontraba el anciano con sus pajarillos. No puedo describir la sensación de tristeza que me produjo. Yan me había dicho que los usaban para soltarlos y pedir un deseo, una costumbre popular entre el pueblo. Tras negociar el tema del precio, ‘compré’ la libertad de todos los pájaros de las jaulas, que podían ser unos quince. Mi deseo fue que no los volvieran a coger nunca más y que vivieran en libertad..... Y al soltarlos, sentí un gran alivio y la alegría volvió a mi corazón....


La vida de todos los seres,
Sean humanos, animales o de otra clase,
Es preciosa y todos tienen el mismo derecho a la felicidad.
Los pájaros, los animales salvajes....
Todos los que pueblan nuestro planeta nos acompañan.
Forman parte de nuestro mundo,
Lo compartimos con ellos.
Dalai Lama


Como los demás integrantes del grupo no mostraban un gran interés por conocer la historia y peculiaridades del recinto, opté por adentrarme yo solo por los senderos, apartándome algo de los demás. No había apenas gente, lo que confería al lugar una paz y tranquilidad muy marcada. La visita de este lugar, para mucha gente, no reviste demasiada importancia, así que en apenas quince minutos ya están saliendo otra vez. Para mi era importante, porque cada detalle me hablaba de la historia del Templo y sus moradores. Cada estupa, tenía su peculiar historia. Algunas estaban bastante deterioradas, y de entre sus oscuros y vetustos ladrillos de barro cocido, crecían pequeños manojos de hierbas y plantas. Un pequeño nido asomaba entre una grieta y unas ramas secas. Algunos parecía que estaban a punto de derrumbarse, pues el tiempo había dejado su inexorable huella en ellas. Pero tratándose de monumentos funerarios, algunos de ellos de significativa antigüedad, cercanos a los cinco siglos, la restauración estaba fuera de lugar. Las 224 estupas budistas que aún quedaban en pie, eran mudos testigos de la rica historia pasada y reciente del templo. Cada una de ellas albergaba en su seno los restos de destacados Maestros y venerables monjes budistas del Templo. Sus formas y tamaños variaban en función de la importancia del venerable ‘inquilino’. Pero también tenía mucha relevancia la época o dinastía en que fueron edificadas, lo que les confería unas características peculiares a cada una de ellas. Su estilo de construcción tenía mucho que ver con esto.

Me senté en un apartado rincón del recinto, bajo el cobijo de un gran ciprés, cuya alargada sombra tocaba muchas estupas, como acariciándolas y cuidando de ellas, sumándolas en un extraño juego de claro-oscuro de sombras y luz. No se si es que estaba cansado, o es que de alguna manera instintiva me vi impulsado a hacerlo. Cerré los ojos y me dejé llevar por las profundas sensaciones que podía percibir. Todo estaba en silencio. En mi mente se hizo cada vez más nítida la imagen de un anciano monje paseando serenamente entre los árboles, envuelto en su túnica amarilla, su mirada tranquila y profunda, llena de amor y sabiduría, rezumando paz y perfección. El aire, a pesar del calor sofocante, me regalaba con su brisa, un ligero toque de frescor muy reconfortante. Ya no estaba seguro de estar despierto o haberme quedado dormido. Un pájaro vino a posarse en una rama, muy cerca de mí, lo que distrajo ligeramente mi atención. Comenzó a cantar y silbar una preciosa melodía, para nada discordante del entorno de silencio, con el que formaba una hermosa armonía. Su canto era parte de ese silencio. Se levantó una leve brisa, que hizo mecerse ligera y suavemente, las hojas de los árboles. Me extrañaba no oír a la gente que, aunque en poca cantidad, caminaba de aquí para allá en casi todo el recinto. Quizás es que no quería oírles. Ese pequeño rato que estuve allí sentado bajo el árbol, con la cabeza apoyada en el anciano tronco, y que quizás solo fueron algunos minutos, nada más, fueron un auténtico regalo para mis sentidos. En mi corazón di las gracias a Buda y a todos los Maestros allí enterrados por permitirme disfrutar de tan agradable obsequio. Algo extraño en mí, me estaba diciendo que este viaje iba a ser algo bastante distinto a los demás. No hubo diferencias en mi estado de conciencia, por lo que no se si lo había soñado o no.



Sintiendo gratitud hacia la existencia,
Me acerco a la luz, a la totalidad,
A la energía universal, al amor.
Dejo atrás mi vida y descubro
Que soy una expresión o una forma
de la Vida universal, de la expansión de la conciencia.




Apareció Yan con Jesús y Dan por un recodo de un sendero. Me uní a ellos y continuamos con la visita del lugar. Yan se esforzaba en hacerme preguntas acerca de la historia del Templo Shaolin y del bosque de estupas, denominado Talin en chino. Estaba muy sorprendida al comprobar que yo conocía muchos detalles al respecto. Incluso pude darle algunos datos que ella, como guía no conocía. Y he de remarcar que, sinceramente, no recuerdo de dónde había sacado toda esa información. Mi amigo Chen, el otro guía de la agencia CITS local que nos acompañaba, me comentaba lo curioso y sorprendente que les resultaba, el que un extranjero tuviese tantos conocimientos, incluso más que ellos mismos, sobre Shaolin.
Entre bromas, comentamos la posibilidad de hacerme guía de Shaolin, a lo que Yan contestó que era una buena idea, aunque mi habilidad con el idioma chino, dejaba bastante que desear. ¡Qué poco se imaginaban de lo cerca que estaban en sus afirmaciones acerca de mis deseos!



El templo Shaolin


Dejamos atrás el bosque de estupas y, andando, nos dirigimos a la entrada del Templo Shaolin, que se encontraba a escasos doscientos metros a nuestra izquierda. Como siempre, la explanada delante de las escaleras de acceso a la entrada, estaba bastante concurrida de turistas de cualquier nacionalidad, aunque obviamente predominaban los chinos. Me llamó la atención un nutrido grupo de jóvenes occidentales, tanto chicas como chicos, que portaban camisetas alusivas al Kung-fu, por lo que supuse que debían de practicar algo, y venían de alguna escuela. Pero me equivoqué; venían de los Estados Unidos, pero eran alumnos de una escuela de ingeniería técnica de ‘no se qué’, y solo dos, concretamente dos chicas, practicaban algo de Kung-fu. Estaba claro que estaban de paso, en un tour turístico. Lástima!

Como en anteriores ocasiones, nos hicimos las consabidas y casi obligatorias fotos a la entrada del templo. Para mi, que era ya la tercera o cuarta vez que visitaba este lugar, la sensación de entusiasmo no había perdido ni un ápice de su embriagadora intensidad. Quizás lo observaba todo con más serenidad que en anteriores ocasiones, pero no con menos interés. Ya no era la guía la que nos explicaba los pormenores de la historia del lugar, sino que hablábamos sobre ello, intercambiando información acerca de los detalles, históricos o no, acerca del Templo. Algunas afirmaciones que se suelen dar a los turistas, sobretodo extranjeros, suelen ser bastante exageradas. Esto depende un poco del entusiasmo y la fantasía del guía de turno que, según el interés mostrado por su grupo, puede caer en la exaltación desmesurada de algunos hechos históricos. He visto gentes boquiabiertas escuchando las, en ocasiones fantásticas explicaciones. Pero bueno, esto es normal, y tampoco pasa nada grave, pues muy pocos van a profundizar realmente en la historia de este lugar. Ciertamente, la historia de Shaolin y sus moradores es apasionante en todos los sentidos, dando pie a que la leyenda se haga fuerte entre muchos pretendidos historiadores, perdiendo con ello parte del rigor histórico. Los monjes, a través del tiempo, tuvieron un papel o protagonismo muy destacado en la historia de China, y eso está perfectamente documentado. En algunas ocasiones he podido leer artículos en revistas especializadas occidentales, que relataban verdaderas barbaridades y sandeces acerca del Templo. Incluso en alguna de ellas, afirmaban que los monjes no existían en la actualidad, y que eran un invento del Gobierno chino de cara al turismo. Y esto, lamentablemente, aun hoy hay mucha gente que se lo cree. Es una pena que esta gente, que en muchas ocasiones escribe “porque lo ha escuchado”, sin haber pisado nunca el Templo, pueda tener luego esa repercusión. Otros, hace ya algún tiempo, y aprovechando su visita como turistas, se hacían de pronto expertos en el Arte de los Monjes Guerreros. O como menos, te vendían una imagen de ser los “únicos poseedores de la verdad” sobre Shaolin. Porque habían estado allí, y así lo atestiguaba la fotografía tomada en la puerta de entrada.... Y mucha gente les creía, porque, entre otras cosas, China quedaba muy lejos, hablaban un idioma incomprensible, y además, era bastante difícil comprobar la veracidad de sus afirmaciones. Pero hoy en día, esto ya no es posible. Ya pueden engañar solo al que se deja engañar. La información, veraz o no, está al alcance de todos. Más adelante explicaré la realidad de Shaolin y sus monjes en la actualidad.


También en esta ocasión, ofrecí un pequeño donativo al Templo, creo que fueron quinientos Yuan. El monje encargado del tema se mostró muy agradecido, y me obsequió con un bonito certificado, tras poner mi nombre en el libro de registro. Para mi, el hacer un donativo, no era cuestión de certificados o no. Era una forma de agradecer la existencia del Templo, sus Maestros y su arte. Era una manera de contribuir, lo creáis o no, a la continuidad del mismo. La cantidad en este caso no era relevante, y en cualquier caso, siempre depende un poco del “bolsillo” y de la voluntad de cada cual. Yo no disponía de mucho dinero, pero voluntad me sobraba. Y no se trata de comprar, como he visto hacer a algunos, el certificado....
- “¡Ostras!¡Qué guay!....¿cómo lo has conseguido?”, era la pregunta que me hacían, y a la que no me apetecía contestar, porque me parecía ridículo y hasta cierto grado hasta vergonzante. Bueno, pero que cada cual se lo tome como quiera.....

Jesús, Dan y Mika se dedicaron a recorrer por su cuenta el recinto del templo, y yo hice lo propio, tratando de encontrar nuevos rincones para fotografiar. Había relativamente poca gente, para la que suele haber un día normal, así que ese fue un factor a mi favor. No tenía prisa ni presión de tiempo. En el gran patio de los Arhats, no había nadie, salvo un jóven monje con una curiosa barba negra. Se parecía muchísimo a su Maestro, el venerable Shi DeChao, y cuya cara me resultaba familiar. Seguramente le habría visto antes en algún otro lugar. Luego me enteré de que era el famoso Shi Yan Lu , un prestigioso monje. Había quedado en reunirme con los demás en la entrada del templo, a una hora determinada. Entré en una de las pequeñas tiendas del recinto, que ya no me llamaba tanto la atención como antaño. El material que allí vendían, era bastante caro; nada que no pudiese conseguir a mejor precio en cualquiera de las cientos de tiendas de la calle. Tomé buena nota de los detalles de las distintas construcciones de los pabellones. Tenía intención de recopilar material para mi libro sobre Shaolin. El curioso entramado de vigas de los techos requería especialmente la atención. Parece increíble que toda la estructura de los techos no contenga ni un solo clavo ni tornillo, es decir, ni un solo elemento metálico. Todo es un perfecto e ingenioso ensamblaje de las piezas de madera, con un estilo arquitectónico único y peculiar en toda China. En el museo de historia de Zhengzhou, podemos encontrar una detallada exposición acerca de este peculiar estilo de construcción de los tejados de los Templos. Una verdadera obra de arte, digna de los chinos.


Capitulo 5



Una experiencia mística....


“Comencemos por desarrollar la comprensión
De las fuentes de felicidad más auténticas,
Para que a continuación sean el fundamento
De las prioridades de la existencia.”



Finalmente, antes de abandonar el templo, y en cumplimiento de una promesa que me había hecho el año anterior, me dirigí al pabellón de Sakyamuni, el Buda de la misericordia. Se trata del pabellón más grande de los cinco que componen normalmente la estructura de edificios relevantes de cualquier templo budista. Delante de los escalones que llevaban a su entrada, había un gran incensario de metal, del que emanaba un abundante y perfumado humo, producto de la combustión de cientos de varillas de incienso, que los fieles colocaban en su interior.
A medida que me acercaba a la puerta, una gran tranquilidad me iba inundando. Mi mente se apartó de toda observación superficial, y entró, de alguna manera, antes que yo mismo en aquel templo de la paz y la serenidad. Quizás, incluso sentí que ya estaba allí, cuando entré... Apagué mi cámara de video y guardé la de fotos en el bolso, y entré en la gran sala. El ambiente era muy propicio para la reflexión y la tranquilidad, a pesar de que un flujo casi incesante de personas entraba en silencio para ofrecer sus respetos y elevar sus oraciones a Buda. Otros, turistas en su mayoría, observaban en silencio y con cierto grado de curiosidad, todo el escenario de estos ritos, de tintes claramente religiosos, algo de lo que personalmente siempre había huido. Tras una de las mesas frente al altar, había un viejo monje encargado de tocar una gran campana, cada vez que alguien depositaba un donativo en una gran urna de cristal. Dejé a un lado mi bolso, y deposité 10 Yuan en la ranura, cogiendo acto seguido tres varillas de incienso de las que había dispuestas sobre la mesa, y me dirigí frente a lo que podríamos definir como altar, donde hice las preceptivas reverencias, antes de arrodillarme delante del gran Buda de apacible rostro, que parecía abarcar todo el lugar con su amplia y bondadosa sonrisa. Una sonrisa fina, tranquila, quizás algo burlona, pero delatora de una profunda
sabiduría. Al menos, esas eran las percepciones que mi mente creaba ante su imagen. No era la primera vez que ofrecía incienso a Buda.

Cerré momentáneamente los ojos, aunque no sé cuanto tiempo los mantuve así. Una extraña sensación de paz y una no menos intensa emoción recorrió todo mi ser. Repentinamente, el mundo entero desapareció a mi alrededor. La gente dejó de existir. El tiempo se hizo indefinible y perdió su relativa importancia, como en un reloj sin manecillas. La luz se tornó tenue y cálida. Sentí una gran satisfacción interior; algo que no se puede explicar con palabras, que a todas luces limitarían y distorsionarían esta experiencia, para mi tan mística e íntimamente personal. Las palabras son nocivas para el sentido místico y espiritual de las cosas. Todo tiende a cambiar, a estar sustancialmente limitado cuando las expresamos, y entonces nos parece todo deformado, inexplicable. Un poco menos auténtico.


“Reflexionemos sobre lo que tiene de verdad un valor,
Sobre lo que da un profundo sentido a nuestra vida,
Y ordenemos nuestras prioridades en consecuencia”.
Dalai Lama



Yo pude sentir que Buda había tocado mi corazón, que algo había despertado en lo más profundo de mi ser. Muchas cosas pasaron por mi mente. Y muchas personas queridas surgieron de mi corazón. Era como si estuvieran conmigo en ese preciso momento..... Mis pensamientos y sentimientos, se unieron en una especie de plegaria, que elevé hacia Buda. Por mi compañera Toñi, por nuestro querido hijo, que perdimos hacía apenas unos meses, y por todas aquellas personas que significaban algo para mí.

No se el tiempo que duró ese afloramiento de mi estado interior, posiblemente pocos minutos, pero alcancé a sentir una gran paz interior. Una intensa luz que me llenaba el alma. Fue como si de repente, mi corazón se abriese de par en par; Y sentí como si un fuego prendiese en mi corazón la llama de un sentimiento del amor más íntimo y la veneración más humilde. Quizás por primera vez en mi vida, había sentido que Buda era mucho más que una palabra, o una simple figura de madera, o un camino de vida filosófico, como yo lo percibía más cercano hasta ahora. Pero era algo que iba mucho más allá del sentido puramente religioso. Se había despertado en mí, no sé por que extraña razón, el sentido más profundo de lo que significaba ser budista. Fue como encontrar la razón por la que,
desde hacía años atrás, yo seguía el camino del Dharma, pero aun así, no sabía explicarlo. No podía explicarlo. Todo se había desarrollado dentro de mí... Y podía sentir que se había producido un profundo cambio en mí, en ese “yo” infinito que abarca toda la existencia y a la vez no es nada, no tiene existencia.

El anciano monje me miraba complacido y con una amplia sonrisa me dijo “amithabbha”, a lo que yo respondí con gratitud haciendo una leve pero sentida reverencia, mientras algunas lágrimas, surgidas del fondo de mi alma, se escapaban mejillas abajo, sin que yo quisiera o pudiera evitarlo. ¿Qué me había ocurrido?....



La naturaleza pura del espíritu,
- vacuidad, lucidez e inteligencia ilimitada -
Ya están en nosotros desde siempre.



En esos momentos, no deseaba compartir con ninguno del grupo esta experiencia, este estado de éxtasis, por lo que no les comenté nada al respecto. Me dediqué, en cambio, a pasear con gozo por los diferentes recintos del templo. Esto, quizás fue una pura expresión de egoísmo. En cualquier caso, las experiencias son intransferibles, y poco o nada iba a comprender quien no las ha vivido, o para quien este tipo de experiencia interior, sean creyentes o no, no tiene valor alguno. Esto, a pesar de todo, era una semilla de la controversia, pues en el fondo me hubiese gustado poder compartir esa alegría y felicidad que sentía, pero no estaba con la gente adecuada.
Me encontré a Yan bajando unas escaleras, y debió notarme algo, ya que con su peculiar y gracioso acento, me dijo: “Wang Xu, tu estás muy contento. ¿Qué ha pasado?...”. - “Es que he visto a Buda!”, fue mi escueta respuesta, pero que encerraba toda la verdad de la extraordinaria experiencia vivida.



El Wushu Guan


Media hora más tarde, después de deambular por los diferentes patios y pabellones, me encontré con los demás en la entrada, y juntos nos marchamos en dirección al Wushuguan, donde íbamos a almorzar. Este Hotel-escuela, se erigió precisamente para acoger a los cada vez más numerosos turistas extranjeros que llegaban desde todos los rincones del mundo para conocer el Kung-fu de Shaolin. Uno de los artífices de este proyecto fue el profesor Vic Nowas de Suiza, con quien tuve el honor de intercambiar conocimientos hace ya unos 8 o 9 años, durante un viaje a su país. Su federación aportó una gran suma de dinero para la construcción del centro. En el vestíbulo volví a encontrarme con otro guía local, que también conocía de anteriores viajes. Nos intercambiamos amistosos saludos con muestras de sorpresa mutua.

Y la mayor sorpresa nos la llevamos al encontrarnos con el Maestro Shi Deyu, uno de los primeros monjes, con el que realizamos un curso en Francia, hacía ya seis o siete años. ¡Después de todo, China no parecía ser tan grande! .... No esperaba que me reconociese, pero si lo hizo. Quedamos en hablar más tarde. Nos acomodaron en una de las mesas del amplio comedor del restaurante, que a su vez servía de tienda, y nos sirvieron la comida. Por cierto que la misma, había mejorado sustancialmente en su calidad. Mientras almorzábamos, llegaron a la mesa de al lado un grupo de extranjeros, que aunque hablaban inglés, intuí que no eran ingleses. Al poco, y tras las presentaciones, pude comprobar que, efectivamente, no eran ingleses, sino noruegos, pero hablaban inglés con su entrenador, un colombiano afincado en Noruega. Averigüe que era vendedor de guitarras clásicas en ese país, y que a través de su asociación, habían llevado a un monje a su país, y ahora estaban realizando un curso de dos semanas en el Wushuguan. Nuevamente me sorprendía del nivel económico que manejaban algunos, que se podían permitir estos viajes a Shaolin, y tener el lujo de llevar un monje a su país. Nuestro caso era, obviamente, bastante diferente y peculiar en este sentido. Éramos muy pocos en nuestra pequeña asociación, y el interés que mostraban la gente por este tema, era bastante paupérrimo. Ya era casi milagroso el que pudiésemos estar en esta ocasión aquí, y aún así, éramos solo cuatro. En este sentido, podía sentirme afortunado.


Después de comer, nos dirigimos a la tienda central del complejo, con la intención de comprar algún material. Los precios habían subido desde la última vez que estuve aquí, así que me dispuse a iniciar las negociaciones para regatear todo lo posible. De inmediato, una de las vendedoras llamó al encargado, que resultó ser el dueño de todo aquello, y que además yo ya conocía de anteriores visitas. El hombre se alegró mucho de vernos de nuevo, e inmediatamente comenzó a ofrecernos todo tipo de ropas y armas. Le dije lo que buscábamos y al rato lo habían traído todo del almacén. Con cierta dificultad, logramos negociar unos buenos precios por el material, saliendo de allí cargados hasta las orejas.

Antes de salir y dirigirnos hacia la tienda de la fábrica de espadas, pasamos por una de las salas de exhibiciones que tiene el centro, donde en ese momento se encontraban entrenando un grupo de belgas. Bueno, lo de grupo es un decir, pues eran solamente tres, y de ellos, uno se dedicaba solo a grabar las patéticas evoluciones de los otros dos, que estaban aprendiendo algunos movimientos con palo largo. Y digo patéticas, porque realmente eran malos, con un nivel de principiante, o eso parecía al verles manejar el palo. Pero para mi asombro, un ostentoso cinturón negro, con varios “Danes” ceñido a sus cinturas, indicaba que no lo eran. Yo no entendía nada! ¿qué hacían esta gente aquí, vestidos con karateguis negros (con el calor que hacía) y entrenando con cinturón? Un joven monje estaba tratando de enseñarles unos movimientos con el palo, y ellos, a duras penas lograban sujetarlo correctamente en sus manos. A cada tres o cuatro movimientos, se paraban y se hacían unas fotos. Jesús, Dan y Mika se echaron las manos a la cabeza. No podían creer lo que estaban viendo. ¡Dios, que malos eran!... Eso era lo que exclamaban, sin saber si llorar o reírse.

Yo entendí muchas cosas con esa imagen. En mi mente, paulatinamente se iban añadiendo muchas piezas al puzzle que era Shaolin y todo lo que lo rodeaba. Me molestó mi propia forma de mirar esta escena, que aunque no era con desprecio, si que llevaba una cierta carga de sorna. ¿Porqué actuaba así, cuando en realidad creía que respetaba a todos?... ¿qué me había impulsado a sentir lo que sentía al ver esos practicantes extranjeros allí? Tomé buena nota de todo ello, para tratar de escribir más tarde acerca de mis impresiones al respecto.

Tras comprar unas espadas y sables en la pequeña tienda de la fábrica de armas, situada a espaldas del Wushuguan, aún disponíamos de una hora libre para curiosear por los alrededores. Visitamos las diferentes tiendas, sin intención real de comprar nada, solo por curiosidad y por
tantear el tema de los precios. A mi me servía para entablar conversación con los vendedores de los puestos y tiendas. Siempre venía bien la ocasión para practicar el idioma. Me separé, como tantas otras veces, del grupo y me dediqué a observar diferentes grupos de chavales practicando formas de Kung-fu o Wushu, en cualquier pequeña llanura que hubiese a mano. Había un incesante ir y venir de gentes para todos los lados, en su inmensa mayoría relacionados directa o indirectamente con las Artes Marciales. Observé durante un buen rato las evoluciones de un extranjero, que se encontraba practicando sobre las gradas del estadio del Wushuguan, algo parecido al estilo borracho. Pero era muy extraño. Más bien parecía que se había fumado un “peta”, o algún otro “cigarrillo moderno”, por la expresión de su cara. Parecía que estaba completamente ido. Supongo que sería efecto del sofocante calor reinante, que le había calentado demasiado la azotea. ¡También aquí, y en esto del Kung-fu hay fanáticos, lunáticos, y más “áticos” de diferente índole!

Pude curiosear un buen rato por las diferentes instalaciones del Wushuguan, y aparte de ver las habitaciones de los extranjeros, pude ojear algunas de las habitaciones donde se albergaban los niños chinos de la escuela perteneciente al centro; una simple sala con hileras de literas, sin ninguna otra comodidad a la vista. En la puerta una marabunta de zapatillas viejas y pequeñas. Me imagino el frío invierno en ese sitio, y se me ponen los pelos de punta. También vi una de las aulas donde recibían clases de educación primaria obligatoria, que estaba atestada de niños de entre 5 y 8 años, cada uno perfectamente sentado en su minúsculo pupitre. Nada que ver con lo que tenemos aquí, en occidente, y que en muchas ocasiones, y lo creo sinceramente, tenemos mucho más de lo que realmente es necesario. Estoy plenamente convencido de que si no tuviésemos tantas cosas materiales, superfluas y prescindibles, tendríamos muchas más “cosas” morales y espirituales, mayor sentido de la ética y del valor real de las cosas. Aquí valoran enormemente lo poco que tienen, y lo cuidan mucho. Entraríamos en cuestiones de diferencias culturales abismales, pero que en el fondo, tienen más que ver con los valores intrínsecos de las personas, que con todo lo material que las rodea, y que no son sino meros instrumentos de desarrollo de la sociedad.

Las instalaciones estaban bastante deterioradas y sucias, pero los niños se les veía entrenando con verdadero entusiasmo, algo de lo que carecemos hoy por hoy en nuestras escuelas. Los niños de allí, de España, necesitan de una motivación constante, generalmente basada en estereotipos comerciales y de imagen, que suele desaparecer con relativa facilidad. Es una motivación falsa, superficial, de apariencias, que no te satisface realmente, por lo que pueden cambiar de actividad deportiva, como quien cambia de zapatillas. Y así es francamente imposible alcanzar meta alguna. Y los adultos están en una situación similar, si no es peor aún. Y además con el agravante de que sirven de ejemplo para los más pequeños. No aceptan la dureza del entrenamiento, aunque esa pretendida dureza, en comparación con lo que se hace aquí, en China, sería de risa. Y si hablamos de disciplina, ya entramos en unos terrenos totalmente imposibles; Los mismos padres nos exigen en ocasiones que seamos duros y severos con ellos, y les enseñemos valores morales, cosa que en nuestra sociedad no nos corresponde a nosotros, puesto que los niños están solo una ínfima parte de su tiempo libre en la escuela. Pero a la más mínima queja de su ‘hijito’, porque le hemos recriminado algo, los padres se nos echan encima como feroces lobos, y el niño deja de venir al entrenamiento. ¿No es esto una gran contradicción? Ocurre que lo que desean de verdad los padres es que, en apariencia, seamos duros e inculquemos disciplina a sus hijos, pero solo en apariencia. Porque luego nos dicen que las Artes Marciales poseen ese espíritu y todos los atributos ético-morales que se le suponen. Eso es pura demagogia, pura fachada; Pero es lo que la gente quiere...
¿Cuál es la solución, entonces?... ¡Sinceramente, la solución existe, pero es imposible aplicarla en nuestra sociedad!

Cargados con armas, recuerdos y experiencias, subimos a nuestra pequeña furgoneta y regresamos al hotel de Dengfeng. Al llegar, Yan nos comunicó que la cena sería servida sobre las ocho de la noche, en el restaurante del mismo hotel. Así que teníamos de un buen rato libre a nuestra libre disposición, que aprovechamos para darnos una buena y refrescante ducha y cambiarnos de ropa. Bajé a la pequeña tienda del hall del hotel, más que nada para curiosear, pero acabé comprando unas camisetas de buena calidad, y un dibujo de un dragón que me llamó la atención nada más verlo. Vendían muchas otras cosas, pero todo relacionado con Shaolin, y los precios no estaban mal. No debía haber muchos clientes, pues la chica que me atendió parecía aburrida, y francamente deseosa de venderme algo al precio que fuese, cuando entré en el local. Eso ayudó en el divertido juego del regateo, todo un arte en China.

También en el restaurante éramos los únicos clientes, así que el poco personal que había, estaba todo a nuestro servicio, algo que siempre me incomoda. Cenamos francamente bien, con platos muy variados y en abundancia. No me apeteció probar un plato de pescado, pues la cara del mismo me resultaba ‘sospechosamente’ familiar. Lo había visto momentos antes, al entrar en el restaurante, nadando tranquilamente en una gran pecera. Efectivamente, luego pude comprobar que era así; El del plato
estaba junto a otros pocos peces en su estanque momentos antes de llegar nosotros. No es que no me guste el pescado, pero mis creencias budistas personales no me permiten comer ningún animal que haya sido sacrificado expresamente para que yo lo coma, o en cuya muerte yo tenga una responsabilidad directa o indirecta.

Tras la copiosa cena, Yan nos comentó que probablemente mañana cambiaríamos de hotel, pues pensaba que al estar esté casi vacío, no estábamos demasiado cómodos ni bien atendidos. Le aseguré que no, que estábamos bien, que no había problema, pero ella insistió. A mi, personalmente me daba igual; El lujo no era precisamente una de mis premisas. Habíamos venido aquí a entrenar Kung-fu con los monjes, por lo tanto, el lugar donde nos alojáramos carecía de importancia. Para mi lo ideal, hubiese sido poder vivir en el mismo Templo, con las comodidades mínimas, pero entendía que eso era imposible. Por lo tanto, que el hotel tuviera tres o cuatro estrellas, seis platos y dos servilletas, o dos ascensores en vez de uno, me traía sin cuidado. Y si Yan insistía tanto en cambiar de hotel, tendría sus razones. No había problema.

Después de cenar, decidimos salir a dar un paseo por la ciudad, para ver que tipo de ambiente se respiraba por las noches. Era poco menos de las nueve, cuando abandonamos el hotel en dirección al centro. Las amplias calles no estaban muy alumbradas, por lo que había bastantes zonas a oscuras o en penumbras. Muy poca gente paseaba por las calles, algo que me llamó mucho la atención. ¿De verdad había tan poca gente en esta ciudad? .... ¿Dónde estaban todos? A pesar de que los chinos suelen madrugar muchísimo, no creo que estuvieran todos ya dormidos.

El corto paseo resultó ser de lo más agradable, ya que disfrutábamos de una temperatura estupenda. Comentábamos diversos aspectos de las vivencias sentidas durante esa etapa del viaje. La conversación se desarrollaba de manera muy amena ay agradable.

Cruzamos sobre el río, que divide la ciudad en dos partes, fijándonos en cualquier detalle que nos llamara la atención. Dengfeng distaba mucho de ser una gran ciudad, de hecho es una ciudad relativamente pequeña. Una absoluta tranquilidad en las calles, te hacía sentirte cómodo y seguro. Y la poca gente que nos tropezamos nos miraba con suma curiosidad. Era bastante probable que nosotros fuéramos los únicos extranjeros en toda la ciudad, lo que nos convertía en blanco de las miradas de todos los transeúntes. Caminamos casi durante veinte minutos, cuando nos encontramos con la razón por la que apenas había nadie por las calles.
Resulta que todos estaban reunidos en la plaza mayor de la ciudad, celebrando una gran fiesta. Ahí si que había animación! Cientos de personas, de todas las edades, estaban bailando en grupo al son de la estridente música occidental, que sonaba desde unos grandes altavoces, que un avispado comerciante había instalado delante de su comercio. Era una especie de baile en línea, como suelen hacer los americanos, y se lo estaban pasando a lo grande. No dejaba de sorprenderme la capacidad de los chinos de hacer las cosas, cualquier cosa, en grupo. La sincronización era casi perfecta, y toda la masa de gente se movía al unísono hacia delante o hacia atrás, haciendo giros o desplazándose a los lados. Me encantó esta forma sana de pasárselo bien y divertirse sin que hubiese problemas. De alguna manera, me recordó algo a los años de los llamados “guateques” de nuestro país, pero a lo grande. Sin pretenderlo en absoluto, en mi mente se colaron imágenes de nuestra juventud divirtiéndose, y no pude evitar las comparaciones. Esto no tenía nada que ver con la manera de divertirse cada fin de semana, que estaba acostumbrado a ver en los muchos jóvenes de España, que suele ser sustancialmente agresiva y autodestructiva. Si no se “colocan” de alguna manera artificial, mediante el uso de alguna droga, o no rompen algo, parece que no lo pasan bien. Los “botellones” se han convertido en moda casi necesaria, y las broncas y peleas diarias son habituales en zonas de ocio. La falta absoluta de respeto por los demás, y por sí mismos, es lamentable. Cuando uno observa todo esto desde fuera, te preguntas porqué está ocurriendo... Es un fiel reflejo de lo enferma y podrida que está nuestra pretendida sociedad “civilizada”, en la que necesitan dar rienda suelta a sus instintos más bajos, para descargar la frustración personal y social que muchos, inconscientemente, llevan dentro.

Para qué queremos una sociedad adelantada con todos los medios y comodidades a nuestra disposición, si luego todo ello nos crea esa frustración? ¿Para qué tanta información, tanta educación, (entre “comillas”), y tanta libertad? Y luego, cuando ansiamos algo de felicidad, porque sentimos que ‘algo’ no encaja en nuestra vida, curiosamente, miramos hacia Oriente, como si esto fuese el supermercado de la dicha. Este tipo de aseveraciones me hizo reflexionar posteriormente mucho acerca de nuestras dos culturas.

Ver esta gente aquí, pasándoselo tan bien, sin apenas medios sofisticados, pues me parecía genial. Estaba realmente feliz con lo que estaba viendo. Algunas chicas nos animaban con gestos a unirnos a la multitud, pero ninguno de nosotros éramos unos bailarines, aunque creo que la vergüenza fue lo que nos echó un poco para atrás. Estuve a punto de animarme, pero mi rodilla me avisaba de que no hiciera locuras, así que me dediqué a pasear entre la multitud de la plaza. Me encontré a un animado grupo de señoras practicando una mezcla de danza con abanicos. En otro lado había un gran números de pequeños coches a pedales para que los más pequeños se divirtieran. Algunas mesas de ping-pong estaban ocupadas por un grupo de chavales. Otras dos viejas mesas de billar acogía a otro nutrido grupo de chicos. No se veía a nadie alborotando o armando jaleo. Casi en el centro de la plaza, sobre un gran escenario, un grupo de actores interpretaban una ópera clásica, de esas que tanto les gusta a los chinos, y que yo no entiendo. Esto era el ambiente tradicional de una ciudad rural como era Dengfeng.

En todas las calles que confluían en la gran plaza, se veían muchos pequeños puestos, donde los chinos vendían toda suerte de cosas inimaginables. Eso creaba un ambiente muy peculiar, donde me encantaba moverme para sentir el latir de la vida del pueblo.

Esa noche dormí como una marmota, con cierta ansiedad y euforia por el día que nos esperaba. Debíamos levantarnos muy temprano, pues las clases comenzaban a las ocho de la mañana. Antes de caer en brazos de los sueños, tomé mis acostumbrados apuntes sobre todo lo que recordaba haber vivido durante el día. Aproveché para escribir algunas postales para amigos de España. Me senté en la cama para realizar mis ejercicios de meditación. Luego, el sueño me invadió, y la mente y mis ojos se cerraron....


Sobre las seis de la mañana, el sol ya estaba despuntando por la cima de la cercana montaña. Una tenue bruma dejaba pasar los brillantes rayos del astro rey, lo que confería al paisaje un cierto aire de cuadro fantástico. Decidí levantarme y después de vestirme bajar a practicar algo de Taiji a algún parque. Por cierto, ¡no recordaba haber visto ninguno al día anterior! Finalmente realicé mis ejercicios en el mismo parking del hotel, al aire libre. Este ejercicio me venía estupendamente, pues me despertaba todos los sentidos para el resto del día, y además, me sentía cargado de energía.

Por la calle adyacente al parking, pasaron un numeroso grupo de jóvenes corriendo como galgos, pero eso si, en formación... Debían de ser de alguna escuela cercana.

Luego subí a la habitación, donde Jesús estaba todavía pegado a la almohada. Poco después estábamos desayunando en el restaurante. Nada que ver con los desayunos de aquí! No había café, ni colacao, ni mantequilla ni mermelada. Ni siquiera había pan. Era el típico desayuno chino, basado en cereales, verduras, fideos y panecillos al vapor. Vamos que parecía casi un almuerzo. Y además, algunas cosas picaban ...! Había que tener estómago para tragarse eso a esas horas de la mañana. Mika no salía de su asombro, y comenzó a protestar airadamente, aunque siempre en tono de broma. Pero eso era lo que había; O te lo comes o pasas más hambre que un caracol en un cristal. Nos reímos a carcajadas, sobretodo Mika, cuya risa llamaba poderosamente la atención...




















































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Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..