martes, 17 de febrero de 2009

EL REFUGIO DEL ALMA




PRÓLOGO


En algunas ocasiones, durante nuestra ajetreada vida, nos vemos inmersos en unas situaciones y experiencias, que nos conducen irremediablemente a reflexionar profundamente sobre nuestra propia existencia y la más sentida relación con nuestro entorno más próximo. Eso, si de alguna manera estamos comprometidos con el camino y la búsqueda espiritual. Si no lo estamos, hablar de este tema, sería perder el tiempo, tanto el tuyo, como el mío.

Este pequeño relato narra las experiencias propias, e íntimamente relacionadas con mi filosofía de vida que ocurrieron en uno de mis viajes por tierras de China. Aunque no ha sido mi primer viaje a tan lejanas tierras, si ha significado el que me ha aportado unas vivencias tan extraordinarias, que ha producido, sin duda, un profundo cambio en mi ser. Un cambio que se ha traducido en un afloramiento de mi conciencia interior; Una apertura sin condiciones de mi corazón a los demás; Una más profunda comprensión de mis raíces espirituales y mi consagración como budista. En definitiva, un crecimiento interior que hace que pueda ver las cosas de la vida, que muchos otros mortales ni ven ni sienten, pero que de alguna manera intuyen que están ahí. Me he encontrado con Buda, o según tus creencias religiosas, con Dios, con Javé, con Alá o con el Brahma. El nombre poco importa.... He encontrado muchas respuestas a preguntas que ni me había planteado anteriormente. Y quizás lo más significativo; me he encontrado a mi mismo...

Hay un dicho que refleja fielmente lo que quiero aquí exponer, y que reza así: “Si quieres ver la inmensidad del bosque, aléjate del árbol que tienes delante”, o este otro “El árbol no te deja ver el bosque”.... No deja de ser una paradoja, el que haya tenido que ir a tan lejanas tierras, alejándome de mis cosas, mi trabajo, mi familia y mi gente, para encontrarme con .... ¡mí mismo! Pero esto es solo circunstancial. Lo cierto es que allí, sin duda, el ambiente y el entorno en el que me he desenvuelto, ha contribuido, en gran medida, a las experiencias vividas. Hay muchas menos distracciones que desconciertan, adormecen, ensucian y enturbian el alma, el espíritu. Distracciones de las que aquí, en nuestra sociedad, apenas somos conscientes, porque forman parte de nuestra vida cotidiana, lo que hace que apenas podamos discernir cuales son, y las entendamos y asumimos como normales.

En más de una ocasión me he acordado de la novela de Herman Hesse, “Siddhartha”, y he encontrado sorprendentemente muchas analogías con mis propias experiencias, que me han situado de alguna forma, y sin ser pretencioso, en algún estado o etapa espiritual similar al protagonista de la novela.

Este texto, está escrito sin contextos estrictos de temporalidad, por lo que puedes encontrar frases y capítulos, que expresamente están escritos en tiempos verbales diferentes. Y esto es así, porque en ocasiones describo situaciones y experiencias como si las estuviese viviendo en ese preciso instante, y en otras ocasiones, son tan solo transcripciones de los apuntes originales tomados durante mi estancia allí. Otras partes son meros recuerdos, incrustados de muchos detalles descriptivos, que posiblemente hagan la lectura más amena. Muchas anécdotas salpican de vez en cuando la narrativa, incluso en clave de humor. Mantener en todo momento un mismo tiempo narrativo, le restaría interés y veracidad a lo contado. En cualquier caso trato de mantener un hilo coherente en la historia, en cuanto al orden cronológico de los acontecimientos.

Las especiales y maravillosas circunstancias que rodearon todo este viaje, han hecho que broten las palabras y frases por sí solas, como surgen las flores en una verde pradera. Entre las lustrosas paredes de los viejos templos, muchas silenciosas voces me hablaban de vivencias, llenas de profunda sabiduría que luego recogí en mi cuaderno.

Me acompañaron en este viaje algunos alumnos, que, de una forma u otra, y posiblemente sin que ellos ni siquiera se hayan percatado de ello, me han ayudado a descubrir algunas cosas muy interesantes. A través de ellos he encontrado muchas respuestas, y han surgido, como brotan las setas en el suelo del bosque, nuevas preguntas.

He aprendido, entre muchas otras cosas, que no todo el mundo está preparado para asumir y comprender unas experiencias espiritual
como yo las he vivido. Y obviamente, muchos tampoco tienen el más mínimo interés en “caminar” por este sendero. Mis alumnos no estaban a ese nivel, y mal que me pese, distan mucho de estarlo. Es más, aunque me duela de alguna manera, (y ahí he descubierto mi “Ego”), creo que no tienen intención de seguir mi camino, éste camino, el camino de Shaolin.

Solo espero que quizás algún día comprenderán la gran oportunidad que no han sabido aprovechar al cien por cien, y que esta comprensión de las cosas, les ilumine el camino y les sirva para evolucionar en sus vidas.


Shifú Shi Yan Jia

Junio / Julio 2.001
Templo Shaolin - Songshan - Henan



“No hay un camino, sino muchos;
Te diré más, hay uno para cada persona.
El verdadero camino,
es el que haces durante toda tu vida,
aprendiendo de las diferentes señales
Y experiencias diarias.
El verdadero camino, es la vida misma,
Y su única meta, vivir”


Capitulo 1


El viaje


Hacía ya varios meses que disponíamos de los billetes de avión, adquiridos en mi agencia de siempre, así que casi no hubo que hacer los preparativos del viaje a última hora. Pero apenas una semana antes, surgió un imprevisto; el padre de Dan, uno de los alumnos que iba a viajar en el grupo, finalmente no podía ir, por lo que su billete lo utilizamos para Michael, otro alumno de la escuela de Estepona, que finalmente logró reunir el dinero necesario para poder acompañarnos. Todas las gestiones de reservas en China, las había realizado mi amiga Zhang Yan, directora de una agencia de turismo de la provincia de Henan, a la que conocí en mis anteriores viajes.

Tuve que volar en dos ocasiones a Madrid para tramitar los pertinentes visados de entrada al país. Me sorprendió que en la embajada me reconociesen de inmediato, pues resulta que semanas antes, estuvieron presenciando la exhibición que realizamos durante las celebraciones del año nuevo chino de Torremolinos. Eso me evitó esperar en la cola, ya que los funcionarios me llamaron entusiasmados, saludándome e invitándome a entrar en el pequeño despacho, donde en un momento, me rellenaron los formularios oficiales. Fue muy rápido, aunque algo incómodo, porque sentí que la gente de la cola se molestó considerablemente. Que le vamos a hacer!

De alguna forma, me parecía casi increíble que tuviese la ocasión de poder viajar de nuevo a China, y más concretamente a Shaolin para realizar un curso intensivo. Había muchas expectativas puestas en este viaje, que seguramente marcarían un antes y un después en todos nosotros. En el equipaje de mi corazón llevaba mucha ilusión, pero también cierta carga de tristeza por el hecho de no poder entrenar yo mismo a causa de mi lesión de rodilla. Pero ya procuraría yo que el viaje no fuese en vano. Sabía y confiaba en mi capacidad de observación, con lo que el viaje no sería baldío. Meses atrás, cuando ya conocía la realización del proyecto, aún me parecía inimaginable, a pesar de que yo mismo era el que lo estaba organizando todo.

En mi corazón también estaba el deseo de que algunos alumnos más de la escuela, hubiesen podido viajar con nosotros, pero el tema económico suponía una barrera infranqueable para algunos, y lo hacía a todas luces inviable. Y había algunos que seguramente hubiesen aprovechado mucho el curso con los monjes. Con ese pequeño sentimiento de pena, lo dispusimos todo para la partida...

Saldríamos un Sábado por la mañana del aeropuerto de Málaga, rumbo a Ámsterdam, donde debíamos tomar otro vuelo con destino final en Beijing. No sé muy bien porqué opté por volar con esta compañía, SABENA y KLM, porque en anteriores ocasiones lo había hecho con la China Eastern, y no hubo problemas. Quizás porque el viaje era más directo, sin tener que hacer escala en Madrid. No lo recuerdo.

El vuelo, con la compañía holandesa SABENA, duró apenas dos horas y media, y fue un tanto accidentado. Bueno, el vuelo en sí, no, pero el aterrizaje fue espantoso. Al aproximarnos al aeropuerto de Ámsterdam, la nave hizo un pronunciado viraje, enfilando la pista de aterrizaje en unas condiciones un tanto extrañas, o como menos, poco idóneas bajo mi punto de vista. Eso, al menos es lo que nos pareció a los pasajeros que mirábamos por las ventanillas y veíamos acercarnos al suelo de una forma alarmante y muy violenta, bajo el tremendo rugido de los motores. A escasa altura, no más de 50 metros del suelo, el avión se encontró con unas fuertes turbulencias, y comenzó a dar unos bandazos tremendos, hasta el punto de que una de las alas, por escasos metros no llegó a tocar suelo. La frenada fue algo fuera de lo común, muy brusca y movida. He volado muchas veces y en muchos aviones, pero jamás viví un aterrizaje así, salvo en una ocasión en que el avión se salió de la pista tras aterrizar en el aeropuerto de Bilbao. No me suelo asustar en ocasiones así, pero esta vez, reconozco que me puso los pelos de punta. Nadie en la nave se atrevía a decir nada, pero todos suspiramos aliviados cuando por fin el avión se detuvo por completo. Llegué a pensar que nuestra aventura se acababa aquí. El pasaje entero rompió en aplausos, al recuperarse del susto tan tremendo.¡Con lo mal que había aterrizado el piloto, y encima le aplaudían!...

Era la primera vez que pisaba este aeropuerto. Debíamos tomar otro avión al otro extremo de la terminal 5, para lo que disponíamos de dos horas, en las que nos dedicamos en primer lugar a localizar la puerta de embarque de nuestro vuelo. Las dimensiones de este recinto, son extraordinarias, así que tras pasar el control de pasaportes nos dedicamos a deambular por allí para ver lo que había. El gentío era tremendo; gentes de
todos los países y razas caminando o corriendo de aquí para allá. Me resultaba reconfortante y divertido a la vez, el escuchar tantos idiomas diferentes a la vez, y poder entender algunos de ellos. Y tampoco me resultaba difícil leer los carteles indicadores del recinto, que estaban en holandés. Mi fascinación por los idiomas me había permitido siempre desenvolverme con cierta soltura entre gentes de diferentes países. Eso te confiere cierto grado de confianza en ti mismo, algo que debo seguramente a la forma de entender el Kung-fu y la filosofía que mi Maestro Wang me enseñó, y como no, al dominio de cinco idiomas que había tenido la ocasión de estudiar. Así que moverme por estos lugares, en ocasiones totalmente desconocidos para mi, ya suponía una entretenida aventura, de la que disfrutaba mucho. Esta soltura, ha hecho que jamás me perdiera en ningún sitio de ningún país de los que he tenido la ocasión de visitar.

El observar a la gente, se convertía en mi distracción favorita, pues esa era una buena manera de aprender cosas interesantes y que me proporcionaba muchísima información, con la que, poco a poco voy conformando mi forma de ser y aumentar el entendimiento que tengo del mundo que me rodea. Creo firmemente que toda esta información acumulada a lo largo de los años, constituye la experiencia, sobre la que basamos nuestra personalidad. Es una manera, quizás mi manera, de mantener despierta y alerta la conciencia, más allá de lo que la gente normal suele hacer. Entiendo que todo esto es vida, y como tal merece ser estudiada, o como menos, ser vivida de una manera consciente. Al fin y al cabo, no somos más que pequeñas piezas sueltas que conforman el “todo” de lo que nos rodea en cada momento. Es el bullir de la vida.

El incesante trasiego de viajeros por todo el aeropuerto, parecía ocurrir en otra dimensión de tiempo, diferente a la nuestra. No teníamos prisas, y nos dedicamos a pasear por los interminables pasillos. Todo era muy moderno, aséptico, incluso frío. Encontramos un puesto de perritos calientes y decidimos probar algo. Creo, más que nada que nos detuvimos allí, porque la dependienta, una joven y vistosa china nos llamó la atención. Me dirigí a ella en chino, y para mi sorpresa, me contestó en inglés.

No sabía chino!... Vaya fiasco! Nos reímos mucho con Mika, que estaba muy excitado con el viaje. Me sorprendió también encontrar un espacio para meditar, con varias pequeñas salas, una para cada diferente confesión religiosa. Que curioso ....

Tras tomarnos unos refrescos y aperitivos, para lo que tuvimos que cambiar algunos billetes a florines, nos dirigimos a nuestra puerta de embarque. Por cierto que todo estaba carísimo. Si llegamos a tener que comer en algún restaurante, seguro que tendríamos que fregar platos para pagar la factura....

Junto a la puerta de embarque, en el exterior, podíamos divisar un enorme Jumbo 747/400 de la KLM. Pero no parecía que ese fuera nuestro avión, ya que se veían unas enormes compuertas abiertas en su costado, que dejaban ver una no menos grande bodega de carga, ... Y ni un solo asiento. Bromeamos con la posibilidad de que tuviésemos que ir finalmente sentados en el suelo, en el caso de que sí fuese nuestro vuelo. Y efectivamente, lo era. Y si que llevaba asientos, obviamente, solo que estos estaban en la parte de arriba. Era la segunda vez en mi vida que iba a volar en uno de estos gigantes del cielo. El pasaje iba completo, es decir que se ocuparon todos los asientos. No sé cuantos pasajeros puede llevar, pero me imagino unos 280-300. Observaba a toda la gente esperando en la puerta de embarque, empujándose unos a otros, cada cuál inmerso en su propio mundo, con una falta de respeto total hacia los demás. Un ejemplo más de la pretendida civilización de nuestra sociedad.

El vuelo duraría nueve horas y media. La verdad es que la comodidad a bordo es algo superior a la del avión de la China Eastern, con el que había viajado hasta ahora. Además con la suerte de que me tocó un asiento junto a una salida de emergencia, con lo que podía estirar mis piernas a mis anchas. El despegue, teniendo en cuenta la tremenda potencia del avión, se produjo con una suavidad increíble, casi imperceptible para los pasajeros, y desde luego, nada que ver con el aterrizaje que hacíamos horas antes. Miraba por la ventanilla y siempre me sorprendía de la maravilla de la tecnología, que hacía posible que un cacharro tan enorme y pesado pudiese despegar del suelo y volar.

Recordé la primera vez que volé en avión. Apenas tenía diez años. Antes de embarcar, en el aeropuerto de Zürich, observaba a los aviones y estaba convencido de que era imposible que volaran. Si solamente una rueda ya era enorme y pesada, y no podía volar, ¿cómo iba a hacerlo el avión entero? Una vez dentro del avión, en el asiento que me asignaron,
miraba, entre incrédulo y algo asustado, por la ventanilla, y pensaba que no, que no era posible, que al final tendríamos que bajarnos. Incluso cuando el avión tomaba velocidad sobre la pista de despegue, estaba convencido de que al final de la misma frenaría. Cuando el avión finalmente despegó del suelo, miraba asombrado, con los ojos como platos, y el alma algo encogida, alejarse la tierra bajo nuestros pies. Fue una extraña dicotomía entre la realidad imperante y mi concepción y comprensión de los medios.

Jesús era el único que no entraba en nuestra fila de asientos, pero al final no importó demasiado, ya que le tocó junto a unas chicas chinas, y estuvo conversando con ellas durante casi todo el viaje. Para Mika era la primera vez que viajaba a tan lejanas tierras y en un vuelo tan largo, por lo que su natural nerviosismo se dejaba notar aún más en los ratos que permanecía despierto. Las comidas no estaban mal; lo que cabe esperar en un vuelo de estas características. Eso si, tuvieron en cuenta que íbamos hacia oriente, y que entre el pasaje había mucho chino, así que la comida incluía algo típico de allí, tallarines o arroz.

Como volábamos en sentido contrario a la salida el sol, a pesar de haber despegado de Ámsterdam por la tarde, en pocas horas se hizo de noche cerrada, aunque esta duró bastante poco.

Yo pude dormir a ratos, aunque tuve una mala pesadilla en uno de esos furtivos sueños. Supongo que mi subconsciente me jugó una mala pasada influenciado por la experiencia que habíamos sufrido con el aterrizaje del otro avión. Soñé que nos estrellábamos contra el edificio más alto de Shanghai, la torre Ching Mao, que curiosamente ya estaba ardiendo. Fue una imagen muy nítida, demasiado nítida y escalofriante, que me impresionó bastante, despertándome bañado en sudor. No era desde luego, el lugar ni el momento más adecuado para tener esas pesadillas. Y no era nada frecuente que yo las tuviera. Pero no le di mayor importancia al maldito sueño. Ciertamente llevaba una extraña inquietud en mi interior, que quería eliminar de cualquier forma. Le comenté a Dan el sueño, en plan broma, y nos reímos un montón. Eso mitigó en gran parte esa desagradable sensación que me dejó el catastrófico sueño. Si hubiese creído en las premoniciones, seguro que hubiese hecho el resto del viaje encerrado en el servicio... Una buena película que pusieron en el video, ayudó a disipar por completo la sombra oscura de la pesadilla.(1)

Ya de madrugada (según la hora local de destino) observaba la evolución del avión en el mapa del GPS de las pantallas, que nos acercaba cada vez más a Beijing. En tantas horas de vuelo, no llegas a aburrirte, ya
que hay muchas cosas que observar. Me encantaba mirar durante horas el cielo estrellado, o bien observar la tierra que se deslizaba bajo nuestras alas. Las enormes dimensiones de lo que veía, me hacía pensar en lo insignificante del ser humano, respecto a la naturaleza. Y me sentía maravillado de tener la ocasión, una vez más, de poder contemplar semejante belleza desde estas alturas.

En el pasado, toda la vida se basaba en los árboles.
Sus flores nos adornaban, sus frutos nos alimentaban,
Sus hojas y sus fibras nos vestían y nos procuraban abrigo.
Nos refugiábamos en sus ramas
Para protegernos de los animales salvajes.
Su madera nos calentaba, con ella hacíamos bastones
Para sostenernos en nuestros viejos días y armas para defendernos.
Estábamos muy ligados a los árboles.
Hoy, rodeados de máquinas sofisticadas y de ordenadores
Con muchas prestaciones en nuestras oficinas super-modernas,
Es fácil olvidar nuestro lazo con la naturaleza.
Dalai Lama


De vez en cuando te levantas y estiras las piernas, para activar la circulación sanguínea, caminas por el pasillo, tratas de entablar conversación con la gente o simplemente te entretienes viendo la película o documentales de la TV. Conversé a ratos con una azafata muy simpática y amable. Un señor, ya entrado e edad, se pasó buen tiempo del vuelo incordiando a las azafatas para pedirles bebidas. Estas no se podían negar, así que el buen hombre, al final del vuelo llevaba una buena “borrachera” encima. Alguna gente no se toma en serio los peligros de tomar alcohol en los vuelos de tan larga duración. Aunque este señor, parecía tener un aguante considerable, pues no se le veía ni tambalearse ni nada. También viajaba un equipo de unos 15 chicas y chicos de Colombia, aunque no sabía muy bien de qué deporte. Luego averigüé que jugaban al Ping-pong, y venían a Beijing a entrenar un mes con los chinos. ¡Vaya poderío económico! Durante el vuelo traté de entablar conversación con ellos, pero resultaron ser bastante esquivos y algo maleducados, por no decir prepotentes.
Dan se pasó la mayoría del tiempo del vuelo, escuchando sus cintas con esa horrible música llamada “Jungle”. Menos mal que llevaba cascos...

Las nueve horas pasaron volando. A las 08.00 horas de la mañana, las azafatas repartían los impresos y tarjetas de declaración sanitaria de entrada al país, que nos dispusimos a rellenar sin dificultad. Por la ventanilla se veían una gran cadena montañosa, que daba fin al desierto del Gobi, y anunciaba la proximidad de la capital de China. De la Gran Muralla, ni rastro. Eso de que se ve desde la Luna, es puro cuento chino....
Media hora más tarde, puntual como un reloj suizo, el avión tomaba tierra en el aeropuerto de Beijing. El aterrizaje fue tan suave como el despegue, lo que contribuyó a disipar por completo el extraño y terrible sueño que había tenido, y cuya imagen se había quedado grabada en mi mente.

La excitación de Mika fue en aumento cuando por fin bajamos del avión y enfilamos los vestíbulos en dirección a la aduana y el control de pasaportes. El ambiente en este lugar es sustancialmente diferente al de cualquier otro aeropuerto que he tenido la ocasión de pisar. Sus grandes dimensiones hacía que pareciera aún más frío. Creo que esta área está especialmente pensada para su fin. No es un lugar para bromas, ya que la seriedad de los guardias es impresionante, y yo diría que hasta cierto grado intimidante. Nada de amabilidad. Nada de sonrisas. Sequedad y frialdad son las expresiones que encajan más en estos funcionarios de aduanas, de rostros pétreos e impenetrables. No hubo problemas con nosotros. Nos sellaron los pasaportes y listos. ¡Que alivio! Y en mi pasaporte ya podía lucir un tercer sello de la R.P. China, algo que siempre me hacía ilusión y me llenaba de un extraño orgullo. Ya desde que tenía uso de razón siempre quise tener en mi pasaporte un sello de China, supongo que era porque en aquella época, visitar este país estaba prohibido para los españoles.(2)

Nada más pasar el control de pasaportes, y justo antes de la escalera que llevaba a las salas de recogida de equipajes, nos encontramos con la desagradable sorpresa de ver como en medio del pasillo había un señor caído en el suelo, rodeado de un barullo de agentes de policía y otra gente. Acababa de desplomarse de repente. Al pasar por su lado, pude comprobar que se trataba del señor que había visto en el avión, y que me llamó la atención por lo mucho que bebía. Estaba muerto. No había duda alguna. No se podía hacer ya nada por él. A su lado, como triste y demoledora prueba, una botella de Bailéis rota. Tenía la cara roja y azul, y los ojos muy dilatados. Creo que fue un infarto fulminante o algo similar. Los guardias trataron de reanimarle en vano, mientras esperaban los servicios médicos, que ya venían corriendo por el fondo del pasillo. Pero no se pudo hacer nada. Rápidamente nos marchamos de allí, ya que nosotros podíamos hacer aún menos. Algo impresionados, pero con nuestra mente puesta en salir cuanto antes de allí y comenzar nuestra nueva aventura, nos dirigimos al área de recogida de equipajes. Nuestras maletas no tardaron en aparecer por las cintas en un tiempo record, que ya quisiera para sí el aeropuerto de Madrid. Las recogimos y nos dirigimos hacia la puerta de
salida, donde había multitud de gente esperando a los pasajeros recién llegados. Entre tanta gente había también muchos guías, con sus respectivos cartelitos, buscando a sus clientes. Costó un poco localizar al nuestro, un chico joven que hablaba un pésimo español. Nos comentó que era estudiante de nuestro idioma en la universidad de lenguas extranjeras de Beijing. Entre risas y bromas le dije, con mi mejor acento andaluz: “¡Picha, pues se ve que has faltado mucho a clase, eh!! Le hizo mucha gracia cuando se lo tratamos de traducir. A pesar de todo, era un tipo simpático y dicharachero y se esforzaba por pronunciar bien nuestro idioma.

Salimos por fin fuera, a la calle, a la zona de recogida de pasajeros. Hacía un calor sofocante, por otro lado normal en esa época del año. La contaminación no era tan acentuada como en nuestro último viaje, pero aun así, se dejaba notar. En apenas 15 minutos ya estábamos rodando por la autovía que nos llevaba directos al corazón de esta enorme ciudad.

(1) - Esto ocurrió a primeros de Junio del año 2.001, apenas dos meses antes del fatídico 11 de Septiembre, fecha del ataque terrorista a las Torres gemelas de Nueva York.

(2) - hasta el año 1.978 en los pasaportes de los españoles figuraba China como uno de los países cuya visita estaba prohibida, por ser un país comunista.

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Hace ya muchos años que vengo viajando a las regiones milenarias de China, un país que me fascina, que me llega a lo más profundo de mi alma y corazón. Y en todos estos años, he acumulado un sinfín de historias, anécdotas y relatos que han ido tomando forma de pequeños libros que, por diversas circunstancias, no han salido publicados aun. Pero es mi deseo que todos mis amigos y conocidos, además de cualquier otra persona interesada en estos temas de aventura y viajes, puedan acceder y compartir de alguna manera mis experiencias.
Así pues, este blog no es otra cosa que una ventana abierta a mi corazón y, si te animas a asomarte, un billete que te trasladará miles de millas a lomos de los recuerdos y experiencias por esas tierras. Bienvenido..